La complementariedad
de la estructura y la fuerza es el fundamento del universo y sus cosas, siendo coextensiva
del ser, y que es el tema tanto de la ciencia como de la filosofía, con lo que
se supera toda contradicción entre ambas ramas del saber objetivo.
Patricio Valdés Marín
Registro de propiedad
Intelectual Nº 169.033, Chile
Prefacio a la colección El universo, sus cosas y el ser humano
El formidable desarrollo que ha experimentado la tecnología
relacionada con la computación, la informática y la comunicación electrónicas
ha permitido el acceso a un inmenso número de individuos de la cada vez más
gigantesca información. Por otra parte, existe bastante irresponsabilidad en
parte de esta información sobre su veracidad por parte de algunos de quienes la
emiten, tergiversando los hechos. Además, mucha de la información produce alarmas y temores, pues aquella gira
en torno a intrigas, conspiraciones, crisis y amenazas. Habría que preguntarse
¿hasta qué punto esta información refleja la compleja realidad? ¿Cuánta de toda
esa información es verdadera? ¿En qué nos afecta? Como resultado hemos entrado
en una era de desconfianza, relativismo y escepticismo. Sin embargo la raíz de
ello debe buscarse más profundamente.
Nuestras ideas son representaciones subjetivas y abstractas
de una realidad objetiva y concreta, pero la realidad es profundamente
misteriosa y nuestro intelecto es bastante limitado para aprehenderla. De este
modo se intentará reflexionar en forma
sistemática y unificada sobre los temas más trascendentales de la realidad.
Vivimos en un periodo histórico ya denominado posmodernismo,
que se caracteriza por el derrumbe de los dogmas religiosos y sistemas
filosóficos tradicionales a consecuencia del enorme progreso que ha tenido la
ciencia moderna y su método empírico, contra cuyo descubrimiento de la realidad
no pudieron sostenerse. Sin embargo, la antigua sabiduría respondía de alguna
manera a las preguntas más vitales de los seres humanos: su existencia, su
sentido, el cosmos, el tiempo, el espacio, la vida y la muerte, Dios, la verdad,
el pensamiento, el conocimiento, la ética, etc., pero la ciencia, que ocupó su
puesto, no ha podido responderlas, ya que no son esas preguntas su objeto de
conocimiento. Por la ciencia entramos en una época de enorme conocimiento y
certeza, pero si no se es fiel a la verdad que devela, es fácil caer en el relativismo: ahora todo es opinable y no se
respeta ninguna autoridad, en cambio se pide respetar a cualquiera por
cualquier sonsera que esté diciendo; existe poca o ninguna crítica; aparecen
gurúes, charlatanes y falsos profetas por doquier, mientras la gente permanece desorientada
y escéptica; se divulga falsedades por negocio, fama o intereses espurios.
No se trata de revivir los antiguos dogmas religiosos y
sistemas filosóficos, sin embargo, 1º las preguntas que responden al ¿qué es?
filosófico, más que el ¿cómo es? científico, que éstos intentaban responder
están tan plenamente vigentes hoy, ya que sin aquellas nuestra vida sería vacía
y que la filosofía emergió como un esfuerzo racional y abstracto para conferir
unidad y racionalidad al mundo, y 2º, la ciencia sigue con firmeza develando
esta tan misteriosa realidad, puesto que no fue hasta el desarrollo de aquella
que el mundo comenzó a ser entendido como sujeto a leyes naturales y
universales de relaciones causales. En consecuencia, esta obra requerirá llegar
a los grados de abstracción que demanda la filosofía y a partir de justamente
la ciencia intentará responder a las preguntas más vitales. El criterio de
verdad que la guiará son las ideas universales y necesarias de ‘energía’ para
lo cosmológico y la complementariedad ‘estructura-fuerza’ para el universo
material.
EL CONTEXTO CÓSMICO
DE LA OBRA
Parafraseando el inicio del Evangelio de s. Juan (Jn. 1, 1),
afirmaremos, “En el principio, estaba la infinita energía”. La energía, que no
se crea ni se destruye, solo se transforma —según reza el primer principio de
la termodinámica—, que no debe ser pensada como un fluido, ya que no tiene ni
tiempo ni espacio, que su efectividad está relacionada con su discreta
intensidad, que es tanto principio como fundamento de la materia, no puede
existir por sí misma y debe, en consecuencia, estar contenida o en dependencia.
Y Dios la causó y liberó en un instante, hace unos 13 mil setecientos millones
de años atrás, la codificó y la dotó de su infinito poder, creando el universo
entero. La cosmología llama “Big Bang” a esta ‘explosión’ y se puede definir
como un traspaso instantáneo, irreversible y definitivo de energía infinita a
nuestro material universo en el mismo instante de su nacimiento. La energía que
este agente suministró al universo, tal como si fuera un sistema, no termina en
desorden, sino sirve para generar y estructurar la materia. El Big Bang, que
sería el soplo divino, es también el instante del punto del comienzo de la
creación y es igualmente el manto que, desde nuestro punto de vista, envuelve
todo el universo. En el mismo grado
que el objeto que se aleja cercano a la velocidad de la luz del observador, que
de acuerdo con la contracción de FitzGerald se acorta en el eje común entre
objeto y observador, aseveramos que, con el fin de mantener la simetría, el
plano transversal del objeto a este eje se agranda recíprocamente hasta
identificarse con la periferia de nuestro universo. Inversamente, la
teoría especial diría que para un observador situado justo en el Big Bang, Dios
en este caso, el tiempo habría sido tan grande que ni una fracción
infinitesimal de segundo habría transcurrido. Una vez más, para este observador
la distancia se habría reducido a cero, como si el Big Bang fuese la base de un
tronco que sostiene la inmensidad del universo, dándole unidad a través de una
inmensa relación causa-efecto. Dado que todo el universo tuvo un origen único y
común, entonces las mismas leyes naturales gobiernan todas las relaciones de
causa-efecto entre sus cosas. Para la causa del universo entronizada en el Big
Bang, a pesar de estar a alrededor de 13,7 mil millones de años de distancia en
el pasado, cada parte del universo estaría en su propio tiempo presente,
mientras que la manifestación de causalidad estaría recíprocamente presente en
todo el universo.
El universo conforma una unidad en la energía que no admite
dualismos espíritu-materia, como los postulados por Platón, Aristóteles o
Descartes. Así, el universo, en toda su diversidad, está hecho de energía y
nada de lo que allí pueda existir puede no estar hecho de energía. Tales de
Mileto, considerado el primer filósofo de la historia, postuló al “agua” y sus
tres estados como clave para incluir la diversidad del universo; después de él
otros sugirieron diversos entes como fundamento de la cosas; tiempo después
Parménides inventó el concepto de “ser” para darle unidad a la realidad,
concepto que hechizó a toda la filosofía posterior; ahora proponemos la idea de
“energía” para este mismo efecto metafísico. Si desde Heráclito la filosofía comenzó
a especular sobre el cambio que ocurre en la naturaleza, la ciencia observó por
doquier a conjuntos relacionados causalmente como sistemas que se transforman
de modo determinista según las leyes naturales que los rigen y ella los
reconoció, más que cambios, como procesos. El tiempo y el espacio del universo
están relacionados con el proceso. Ambos no son categorías kantianas a priori que residen en nuestra mente.
El tiempo proviene de la duración que tiene un proceso y el espacio procede de
su extensión. La infinidad de interacciones originadas en el Big Bang
constituyen el espacio-tiempo del universo, donde cada ser u observador existe
en su tiempo presente y todo lo demás está entre su próximo y lejano pasado,
estando el Big Bang a la máxima distancia y siendo lo más joven del universo.
La velocidad máxima de las interacciones es la de la luz. La fuerza
gravitacional es el producto de la masa que se aleja con energía infinita de su
origen en el Big Bang a dicha velocidad y que forzadamente se va separando
angularmente del resto de la masa del universo, por lo cual el universo es una
enorme máquina que, por causa de su expansión radial (no como un queque en el
horno), genera la fuerza de gravedad, teniendo como consecuencia su pérdida
asintótica de densidad. Y esta fuerza más el electromagnetismo y las otras dos
que ellas causan dentro de la estructura atómica producen la incesante
estructuración y decaimiento de las cosas.
Algunos científicos creen observar un completo
indeterminismo en el origen del universo, pudiendo éste haber evolucionado
indistintamente y al azar en cualquier sentido. No consideran que el universo
haya seguido la dirección impresa desde su origen según las propiedades de la
energía primordial y la relativa estabilidad de lo que se estructura. De modo
que la energía primigenia se convirtió en el universo y fue desarrollándose y
evolucionando, auto-regulado por lo posible en cada posible escala estructural.
La energía comprende los códigos de la estructuración de las partículas fundamentales
de la materia. Estas partículas poseen máxima funcionalidad, ya que adquirieron
entonces energía infinita, lo que las llevó a viajar a la máxima velocidad
posible (la de la luz) desde el Big Bang. El universo que percibimos es estructuración de energía en
materia en dos formas básicas, como masa según la famosa ecuación E = m·c² y
como carga eléctrica (positiva y negativa). La conversión en carga eléctrica
requirió también mucha energía. La fuerza para vencer la resistencia entre dos
cargas eléctricas del mismo signo es enorme. Se calcula que solamente 100.000
cargas (electrones) unipolares reunidas en un punto ejercerían la misma fuerza
que la fuerza de gravedad de toda la masa existente de la Tierra. Infinitos y
funcionales puntos o centros atemporales y adimensionales de energía generan el
espacio-tiempo del universo al interactuar entre sí y relacionarse causalmente
mediante también energía, estructurando enlaces relativamente permanentes,
generando la diversidad existente, que se rige por el principio complementario
de la estructura y la fuerza, y produciendo energía cinética y/o ondulante que
podemos sentir, que nos puede afectar y que mediante éstas también podemos
afectar a otras cosas.
El mundo aparecía naturalmente a nuestros antepasados como
caótico y desordenado, existiendo allí tanto nacimiento, gozo y regeneración
como sufrimiento, muerte y destrucción. Ellos se esforzaron en dar
explicaciones para dar cuenta de esta arbitraria situación y que resultaron ser
mayormente míticas. Ahora, por medio de la ciencia moderna, podemos entender
objetivamente este mundo y su evolución y desarrollo. El dominio de la ciencia
comprende las relaciones de causa-efecto que producen el cambio en la
naturaleza, determinadas según sus leyes naturales, siendo válido para todo el
universo, y que es virtualmente todo lo que sabemos con mayor, menor o total
certeza. Las hipótesis científicas concluyen en la definición de las leyes
naturales que rigen la causalidad del universo a través de la demostración
empírica y la observación. La ciencia devela que en el curso de su existencia
el universo ha ido evolucionando y se ha ido desarrollando hacia una
complejidad cada vez mayor de la materia, la que se ha venido estructurando en
escalas incluyentes cada vez más multifuncionales. Desde las estructuras
subatómicas, atómicas, moleculares y biológicas, hasta las psicológicas,
sociales, económicas y políticas, la estructuración en escalas mayores y más
complejas no ha cesado. Las estructuras, que se ordenan desde las partículas
fundamentales hasta el mismo universo, son unidades discretas funcionales que
componen estructuras de escalas mayores y cada vez más complejas (por ejemplo,
solo existe un centenar de tipos de átomos relativamente estables y unos 50.000
tipos de proteínas) y son formadas por unidades discretas funcionales de
escalas menores. La estructura más compleja y de mayor funcionalidad es el ser
humano, el homo sapiens del orden
mamífero de los primates.
Como todo animal con cerebro, que ha venido adaptativamente a relacionarse con
el medio a través del conocimiento, la afectividad y la efectividad y que
necesita satisfacer sus instintos primordiales, fijado por la especie, de
supervivencia y reproducción, el ser humano es capaz de generar estructuras
psíquicas (percepciones e imágenes) a partir de la materialidad biológica y
electro-química de este órgano nervioso central y de las sensaciones que
proveen los sentidos. Pero a diferencia de todo animal el más evolucionado
cerebro humano tiene capacidad de pensamiento racional y abstracto, pudiendo
estructurar en su mente todo un mundo lógico y conceptual, a partir de
imágenes, y que busca representar el mundo real que experimenta y comprender el
significado de las cosas y de sí mismo. Él estructura en su mente relaciones
lógicas, ontológicas y hasta metafísicas y también puede comprender las
relaciones causales de su entorno. Para ello se ayuda del sistema del lenguaje
que emplea primariamente para comunicarse simbólicamente con otros seres
humanos y también para acumular información y desarrollar aprendizaje y
cultura. La realidad que conoce es la sensible y, por tanto, material. Su
accionar más humano en el mundo es intencional y responsable, ya que emana de
su libre albedrío, que es producto de su razonar deliberado. En esta misma
escala su afectividad, más allá de sensaciones y emociones, se estructura
propiamente en sentimientos. Persiguiendo vivir la vida con la mayor plenitud
posible, los individuos humanos se organizan en sociedades que buscan la paz,
el orden, la defensa, el bienestar y la explotación de los recursos económicos
a través de la cooperación y la justicia, pero muy imperfectamente, ya que
algunos fuerzan satisfacer necesidades individuales de modo desmedido y otros
dominan y explotan al resto. Son objetos (no sujetos) de los derechos
reconocidos como fundamentales por la sociedad civil, y resguardados por sus
instituciones de poder político.
Cuando el ser humano reflexiona sobre el por qué de sí
mismo, llegando a la convicción de su propia y radical singularidad, su
multifuncionalidad psíquica es unificada por y en su conciencia, o yo mismo,
pero no de modo mecánico, sino transcendente y moral. La transcendencia es el
paso desde la energía materializada, que se estructura a sí misma y es funcional,
hasta la energía desmaterializada que la persona estructura por sí misma. Si el
individuo se estructura a partir de partes que anteriormente pertenecieron a
otros individuos y pertenecerán en el futuro a nuevos individuos, la persona se
estructura a partir de energía que permanecerá en lo sucesivo estructurada. La
conciencia humana es el advertir que el yo (el sujeto) es único y que su
existencia transcurre en una realidad objetiva que su intelecto le representa
como verdadera. Pero transcendiendo esta materialidad que ella conoce, está lo
llamado “espiritual” y viene a ser la estructuración de la energía como
producto del intencionar, en lo que llamaremos conciencia profunda, forjándola
indeleblemente en sí de un modo desmaterializado. El punto de partida de este
tránsito a lo inmaterial es la acción intencional, que depende de la razón y
los sentimientos y que se relaciona al otro a través del amor o el odio; ésta
se identifica con el ejercicio de la libertad y con la autodeterminación,
siendo lo que caracteriza al ser humano. La conciencia profunda reconoce que la
realidad, no es solo material, sino que también es transcendente, y la puede
conocer con otros “ojos” que ven la experiencia sensible, los cuales podrían
abrirse completamente solo tras la muerte fisiológica del individuo. El alma no
preexiste en un mundo de las Ideas, al estilo de Platón, para unirse al cuerpo
en el momento de la concepción, sino que se fragua en el curso de la vida
intencional. Esta metempsicosis transforma lo inmanente de la cambiante materia
en lo transcendente de la energía inmaterial. La estructuración de una mismidad
singular como reflejo de la actividad psíquica de su particular deliberación es
el máximo logro de la evolución que, a partir de materia individual, produce energía
estructurada. Así, el ser humano puede definirse, más que como animal racional,
como un animal transcendente que transita de lo animal a la energía personal.
Desde esta perspectiva el sentido de la vida es doble: vivir plena y
conscientemente la vida y estar consciente de la vida eterna y sus demandas.
Estas explicaciones son especulativas y no se asientan ciertamente en
conocimiento científico alguno, pues están fuera del ámbito de lo material, ya
que solo conocemos lo sensible, pero está en sintonía con los sucesos místico y
parapsicológico reconocidos y surge de superar el dualismo del ser metafísico
por la energía que incluye tanto lo material como lo inmaterial.
Y cuando la muerte, propia de todo organismo biológico,
desintegra la estructura del individuo, subsiste la persona, que es propiamente
la estructura del yo mismo puramente de energías diferenciadas que se han
unificado en la conciencia profunda durante su vida. La muerte supone la
destrucción irreversible del vínculo de la energía estructurada del yo mismo,
inmortal, con su cuerpo de materia estructurada que la contenía,
manifiestamente incapaz ahora de existir. Considerando que ya no resulta
necesario satisfacer los instintos biológicos de supervivencia y reproducción,
como tampoco estar sujeto a ningún otro instinto, en su nuevo estado de
existencia el yo personal se libera del consumo de energía de un medio material
y, por tanto, de la entropía, lo que significa también que su acción ya no
puede tener efectos sobre la materia. Asimismo, desaparecen nuestros atesorados
conocimientos y experiencias de la realidad del universo material que
percibimos a través de nuestros sentidos animales como también nuestra forma de
pensamiento racional y abstracto y memoria basados en el cerebro biológico.
Surgiría una forma nueva, inmaterial, transcendental, de pura energía, pero
implícita en la conciencia profunda, incomparablemente más maravillosa para
conocer y relacionarnos que corresponde a esa insondable y misteriosa realidad
que se presentaría, todavía imposible de conocer en nuestra vida terrena. Pero
la persona, ahora reducida a lo esencial de su ser, necesitaría y buscaría
afanosamente un contenedor de su propia y estructurada energía para poder
manifestarse y expresarse en forma plena de conexión. La esperanza es que quien
en su vida ha reconocido de alguna manera a Dios y ha sido justo y bondadoso
según, por ejemplo, la enseñanza evangélica, estará finalmente, cuando muere,
en condiciones de acceder al Reino de misericordia, amor y bondad, que Jesús
conoció (¿a través del fenómeno EFC?) y anunció, y existir colmadamente. De ahí
que su condición en la “otra vida” sea un asunto de opción moral personal
durante su vida terrena. Al no estar inmerso en la materialidad, ya no se
interpone el espacio-tiempo que lo mantiene separado de Dios. Así, la energía
liberada originalmente por Dios retorna a Él estructurada en el amor.
Los libros de esta obra se enumeran y titulan como sigue:
Libro I, La materia y
la energía (ref. http://unihum1.blogspot.com/),
es una indagación filosófica sobre algunos de los principales problemas de la
física, tales como la materia, la energía, el cambio, las partículas
fundamentales, el espacio-tiempo, el big bang, la forma y el tamaño del
universo, la causa de la gravitación, agujeros negros, y llega a conclusiones
inéditas.
Libro II, El
fundamento de la filosofía (ref. http://unihum2.blogspot.com/),
analiza lo que relaciona y lo que separa a la filosofía y a la ciencia; expone
la concepción histórica de la relación entre la idea y la realidad, la razón y
el caos; critica a la filosofía tradicional en lo referente a la dualidad
espíritu y materia que proviene de la antigua antinomia de lo uno y lo
múltiple, y sienta nuevas bases para una metafísica a partir del conocimiento
científico.
Libro III, La clave
del universo (ref. http://unihum3.blogspot.com),
expone la esencia de la complementariedad de la estructura y la fuerza como el
fundamento del universo y sus cosas, que es coextensiva del ser y que es el
tema tanto de la ciencia como de la filosofía, con lo que se supera toda
contradicción entre ambas ramas del saber objetivo.
Libro IV, La llama de
la mente (ref. http://unihum4.blogspot.com/),
se remite a una teoría del conocimiento que identifica las funciones
psicológicas del cerebro, en tanto estructura fisiológica, con generadores de
estructuras psíquicas, siendo ambas estructuras propias de nuestro universo de
materia y energía, y descubre que las imágenes y las ideas son estructuraciones
en escalas superiores que parten de las sensaciones y las percepciones de
nuestra experiencia.
Libro V, El
pensamiento humano (ref. http://unihum5.blogspot.com),
desarrolla una nueva epistemología que busca descubrir los fundamentos del
pensamiento abstracto y racional en las relaciones ontológicas y lógicas que
efectúa la mente humana a partir de las cosas y sus relaciones causales.
Libro VI, La esencia de la vida (ref. http://unihum6.blogspot.com/), se refiere principalmente al reino animal, del cual el ser humano es un miembro pleno, en cuanto es una estructuración de la materia en una escala superior.
Libro VI, La esencia de la vida (ref. http://unihum6.blogspot.com/), se refiere principalmente al reino animal, del cual el ser humano es un miembro pleno, en cuanto es una estructuración de la materia en una escala superior.
Libro VII, La decisión
de ser (ref. http://unihum7.blogspot.com/),
trata de una de las funciones de los animales, la efectividad, que
específicamente en el ser humano se estructura como voluntad, que proviene de
su actividad racional, que se manifiesta en su acción intencional, que es
juzgada por la moral, la ética y la norma jurídica, y que confiere sustancia y
sentido a su vida.
Libro VIII, La flecha
de la vida (ref. http://unihum8.blogspot.com/),
en las fronteras de la reflexión filosófica y aún más allá, intenta explicar la
relación de lo humano con lo divino, la que comienza por la capacidad natural
del ser humano para reconocer y alabar la existencia de lo divino, y la que
termina en una invitación divina a una existencia en su gloria.
Libro IX, La forja del
pueblo (ref. http://unihum9.blogspot.com/),
analiza una filosofía política que parte del ser humano como un ser tanto
social como excluyente, tanto generoso como indigente, para indicar que la
máxima organización social debe estar en función de los superiores intereses de
la persona, finalidad que se ve entorpecida por anteponer artificiosamente el
derecho al goce individual a los derechos de la vida y la libertad.
Libro X, El dominio
sobre la naturaleza (ref. http://unihum10.blogspot.com/),
estudia el contradictorio esfuerzo humano de supervivencia y reproducción para
conquistar y transformar su entorno a través de una asignación desequilibrada
de recursos económicos, entre los cuales la tecnología, como creación de la
mente humana, es una prolongación del cuerpo para reemplazar su esfuerzo, la
demanda por capital es proporcional a la oferta de trabajo, y la naturaleza
resulta demasiado limitada para las ilimitadas necesidades humanas que
satisfacer.
Deseo expresar mi reconocimiento y mis más vivos
agradecimientos a mi esposa Isabel Tardío de Valdés. Sin su paciencia, apoyo
moral y cariño esta obra no habría sido posible.
Patricio Valdés Marín
CONTENIDO
Prólogo
Introducción
Capítulo 1. Ser y complementariedad
Condiciones de la complementariedad
Del ser a la complementariedad
La complementariedad
Del ser a la complementariedad
La complementariedad
Capítulo 2. La complementariedad estructura y fuerza
Introducción
La estructura y la fuerza como los dos lados complementarios
de las cosas
Estructura
Fuerza
El espacio-tiempo
En un principio
Dimensión del espacio-tiempo
Conclusión
En un principio
Dimensión del espacio-tiempo
Conclusión
Capítulo 3. Estructura, fuerza y función
Cambio y relación causal
Cambio y fuerza
Función
Cambio estructural
Funciones múltiples y multifuncionalidad
Complementariedad múltiple y mutable
Cambio y fuerza
Función
Cambio estructural
Funciones múltiples y multifuncionalidad
Complementariedad múltiple y mutable
Capítulo 4. Estructura y escala
Estructuras y subestructuras
Jerarquías
Unidades discretas
Funcionalidad discreta
Particularidades
Jerarquías
Unidades discretas
Funcionalidad discreta
Particularidades
Capítulo 5. Causalidad y estructuración
Determinismo
Predictibilidad
Funcionalidad fundamental
Progreso y teleología
Potencial estructurador
Predictibilidad
Funcionalidad fundamental
Progreso y teleología
Potencial estructurador
PROLOGO
Probablemente, el último gran intento de crear un sistema
filosófico, siguiendo el camino de Platón y Aristóteles, es decir, como
investigación de los últimos principios para intentar obtener una visión
sistemática de la totalidad del ser, fue el que realizó Immanuel Kant. Este
gran filósofo había reunido toda la sabiduría del racionalismo y el empirismo
en una grandiosa síntesis. Fue en una época cuando la ciencia moderna estaba
sólo en sus albores, no teniendo aún peso alguno en el modo de pensar
tradicional. Sin embargo, un siglo después, sus proposiciones sintéticas a
priori en tanto fundamentos de la metafísica, sus categorías trascendentales, y
sus distinciones entre el fenómeno y la cosa en sí y entre el entendimiento y
la razón resultaban ser irrelevantes ante el enorme desarrollo que la ciencia
había experimentado entonces.
En la misma línea de la tradición filosófica de la cultura
occidental, este libro representa un intento actual para crear un nuevo sistema
filosófico, pero esta vez satisfaciendo la nueva realidad que ha llegado a ser
conocida en la actualidad como efecto de la revolución del conocimiento llevada
a cabo por la ciencia, ya plenamente desarrollada. Más aún, este nuevo sistema
tiene como punto de partida las conclusiones a posteriori de la ciencia, en
contra de lo que pretendió Kant, ya que en éstas, precisamente en las leyes
naturales que descubre, se encuentra efectivamente lo trascendental.
Adicionalmente, el subjetivismo de tratar puramente el ser
se transforma en objetividad, justamente porque las leyes científicas son
deterministas y se refieren al modo de funcionamiento del universo y sus cosas,
asunto que en la época de Kant no era posible entender. Por lo tanto, el hecho
de que las relaciones causales, que explican el cambio de las cosas, obedezcan
a leyes universales posibles de ser conocidas constituye el fundamento para una
verdadera filosofía, pues nos está diciendo qué son las cosas en sí.
Si se quiere hablar del ser, que es el concepto de máxima
abstracción posible, ya que se refiere a toda y cada cosa, tiene que ser
coherente con la ciencia. Por consiguiente se hace necesario descubrir para la
filosofía un fundamento que sea también el fundamento de la ciencia. El ser
debe comprender la necesidad y la universalidad, la unidad y la pluralidad, la
inmutabilidad y la mutabilidad, siendo por tanto el atributo absoluto y último
de todo; por el ser, la pluralidad y la diversidad de cosas se relacionan en la
unidad. Pero todo ello no está implícito en la idea de ser.
Así, pues, desde el comienzo de la filosofía del ser existió
un problema de fondo insalvable: la noción del ser presenta una radical
limitación a nuestro conocimiento de las relaciones causales. Aunque el ser
puede ser predicado de todas las cosas del universo y por ello todas ellas se
relacionan en el ser, su afirmación, negación o inclusión no ha logrado generar
conocimiento objetivo y confiable ulterior. Por explicar todo, en realidad no
explica mucho. La metafísica del ser parte desde la certeza absoluta del ser,
pero no tiene certeza alguna de que el camino no conduzca hacia la irrealidad
absoluta.
Por su parte, para la ciencia la realidad objetiva se
encuentra justamente en la mutabilidad y la multiplicidad, las cuales son
explicables únicamente por la causalidad. Por lo tanto, el problema de fondo de
la filosofía tradicional es que la noción de ser, en cuanto ente inteligible,
no puede explicar el cambio, que es el producto de la relación causal.
Para dar una solución que sea compatible con el ser de la
filosofía y que comprenda la relación causal de la ciencia, este nuevo sistema
filosófico propone la complementariedad de la fuerza y la estructura. Esta
complementariedad es por parte de la filosofía tan universal y necesaria –tan
trascendental– para todas las cosas del universo como el mismo ser, puesto que
se predica necesaria y absolutamente de todas las cosas. En realidad, se
identifica plenamente con el ser del discurso de la filosofía tradicional; y no
porque el ser pueda predicarse tanto de la fuerza como de la estructura, sino
porque ambas son complementarias del ser como el anverso y el reverso de una
hoja: una cosa no es o fuerza o estructura, sino ambas simultáneamente. Por
parte de la ciencia, esta complementariedad explica el fundamento de la
relación causal: mientras una estructura es el modo específicamente funcional
que tiene la fuerza para manifestarse, la fuerza actualiza su funcionalidad.
La base empírica y, por tanto, a posteriori para establecer
que la fuerza y la estructura son los dos aspectos complementarios,
universales, constitutivos y transformadores del universo reside en la
distinción que la física hace entre la materia y la energía. De este modo, por
esta complementariedad, nos será posible establecer un sistema filosófico que
sea compatible con la ciencia, pues trata precisamente de la abstracción en la
escala más universal de todas de las leyes científicas.
INTRODUCCION
El problema gnoseológico actual
La búsqueda del orden racional en una realidad que se
presenta caótica por su multiplicidad y mutabilidad ha sido una inquietud
humana permanente. Así como las moléculas de un cristal líquido se alinean
ordenadamente al ser polarizadas, la cuestión ha sido encontrar la polaridad.
Desde Tales de Mileto (630-545
a . C.), que supuso que el principio de todas las cosas
del universo es el agua, la explicación para la multiplicidad y mutabilidad de
las cosas que percibimos se ha centrado en torno a la naturaleza del universo y
sus cosas, y no en mitos. Algún tiempo después, Parménides de Elea (530-515 a . C.) revolucionó la
filosofía cuando propuso al ser como este principio fundamental: las cosas
múltiples adquieren unidad por referencia a la inmutabilidad connatural del
ser, constituyéndose éste, por lo tanto, en el principio de racionalidad. Pero
al someterse lo múltiple a la unidad del ser, se pasa a identificar a su
correlativo, lo inmutable, con lo inteligible. Parménides generaba así un doble
prejuicio que ha asolado la historia de la filosofía: 1. la idea comenzó a
tener existencia propia, ajena de lo que representa y hasta separada del
sujeto; 2. lo verdadero es inmutable y, por tanto, estático y eterno.
La representación del objeto de la metafísica tradicional
llegó a convertirse en algo atemporal, sin pasado ni futuro, y puramente
nominal, sin referencia a las cosas de la realidad. Ni siquiera Aristóteles
(384-322 a .
de C.), que estaba profundamente preocupado por explicar el cambio, pudo
advertir la íntima relación del ser con su causa, sino sólo de modo tangencial,
cuando postuló una causa final, una teleología, como causa del acontecer. Por
el contrario, para la edad científica, el ser inmutable, atemporal y nominal es
perfectamente irreal. La ciencia reconoce las cosas justamente por sus
relaciones causales, preocupándose tanto por el origen de ellas como por lo que
transforman. Más que andar tras los trascendentales del ser (unidad, verdad,
bondad), está en su mira el cambio, la causa, el efecto, el tiempo y el
espacio.
Así, pues, la ciencia ha centrado su interés en la relación
entre la causa y su efecto precisamente de lo mutable, llegando a descubrir
experimentalmente en las cosas el orden racional con el carácter universal de
leyes naturales. No debe extrañar, en consecuencia, que ella haya encontrado
irrelevante al ser metafísico y carente de sustento real las categorías
puramente de carácter racional y lógico que los diversos sistemas metafísicos
tradicionales han construido, deducidos únicamente del contenido conceptual del
ser y atados al prejuicio de una realidad sensible caótica. En consecuencia,
desde el auge de la ciencia moderna, mientras los filósofos se empecinaban en
mantener vigente el concepto de ser, nuestra cultura iba quedando huérfana de
sistemas conceptuales unificadores que dieran racionalidad a una realidad que,
para el gusto tradicional, se iba tornando excesivamente compleja, dinámica,
macroscópica y microscópica.
Conocimiento
progresivo
Al tiempo de empezar el tercer milenio de la Era cristiana, se ha apoderado
la sensación en muchos científicos de que la época del descubrimiento
científico, que tuvo sus inicios hace unos cuatro siglos atrás, también
estuviera terminando. Pareciera que desde Copérnico y Galileo el sostenido crescendo
de brillantes descubrimientos habría tenido, desde nuestro punto de vista
ubicado en el presente, su apogeo con Darwin, Planck y Einstein. Para muchos
pensadores recientes, las décadas que han seguido hasta ahora no han mostrado
algo parecido que pudiera rivalizar con tales creaciones del ingenio humano
cuando se enfrenta a las maravillas del universo. Desde esta novedosa
perspectiva, ¿será que la naturaleza ya no contiene otros grandes misterios que
develar y que la mayor parte de sus secretos nos es ya conocida? Esta pregunta
tiene un trasfondo de vital importancia, por cuanto nuestra época ha dependido
del descubrimiento científico para intentar dar respuesta a las interrogantes
más profundas que el ser humano se hace.
Una sensación similar se produjo al finalizar el siglo XIX.
Se pensó que en el conocimiento científico fundamental sólo quedaban detalles
menores que dilucidar. El físico alemán, Heinrich Hertz (1857-1894), en 1887,
demostró experimentalmente la validez de las ecuaciones de Maxwell respecto a
la naturaleza de las ondas electromagnéticas. Supuso que el conocimiento del
andamiaje físico estaba virtualmente terminado, restando sólo una cuestión en
apariencia carente de mayor importancia: si la luz es una perturbación
electromagnética, ¿qué es lo que queda perturbado? No podía imaginar entonces
que la respuesta a esta simple pregunta produjo las revolucionarias teorías de
la mecánica cuántica y de la relatividad.
Al comenzar el siglo XXI, también algunas incógnitas han
quedado sin respuesta, como la naturaleza del conocimiento racional y
abstracto, la explicación última de la gravitación y la compatibilidad de los
dos pilares de la física del siglo XX, que son las teorías de la mecánica
cuántica y de la relatividad, la síntesis de las cuales se intenta resolver en
una teoría unificadora de las fuerzas fundamentales. Hasta ahora se han
avanzado una gran cantidad de ideas, teorías e hipótesis, pero nada que
satisfaga plenamente el rigor científico. Es posible que las teorías pendientes
que den cuenta de estas incógnitas sean tan revolucionarias como las de Planck
y Einstein. Sin duda, este tipo de teorías abre anchas puertas para el
desarrollo del conocimiento, como subrayando que el progreso de la ciencia no
es homogéneo.
Sea que el universo se nos ha desnudado en todo lo que es
posible observarlo con la inteligencia de seres humanos, sea que nuestro
conocimiento de aquél esté radicalmente incompleto, la historia se caracteriza
justamente por intensos desarrollos temporales que, mientras se viven como si
en eso consistiera la existencia, parecieran que nunca tendrán fin. Así, otros
periodos de ella, que se suponía que no acabarían jamás, han quedado
registrados en sus páginas sin vida. Refirámonos, por ejemplo, a las invasiones
germánicas que trajeron siglos de tinieblas a nuestra cultura, o a la edad de
los descubrimientos geográficos que brindaron epopeyas, penurias y riquezas,
mientras extendían el espacio del ámbito occidental y contactaban una
diversidad de pueblos, culturas y razas de otras latitudes, o al género de la
ópera que debe su sublime expresión a unos pocos compositores (Donizetti,
Gluck, Mozart, Puccini, Rossini, Verdi, Wagner y otros pocos más),
principalmente de la segunda mitad del siglo XVIII y de la primera mitad del
siglo XIX. No obstante esta constante histórica, todavía es probablemente
pronto para afirmar algo que aún es futuro, y la idea del término de la edad
científica no es más que especulación sin base alguna.
Cualquiera que sea el caso, si el turno de quedar impresa en
las páginas de la historia le ha llegado a la ciencia o, lo que es altamente
probable, si la humanidad se verá recurrentemente impactada por nuevas teorías
de la magnitud de la evolutiva, la cuántica o la de la relatividad, podemos
decir que la brillante acción del saber científico ha transformado nuestra
cultura en forma completa e irreversible, dándole al conocimiento objetivo
tradicional, que descansaba en la filosofía ―y también en la teología— un tan
fuerte remezón que a muchos parece del todo evidente que el segundo dejó de
existir o que su discurso no tiene sentido alguno.
Conocimiento
frustrado
Sin embargo, nos parece que a pesar de su crítica
completamente devastadora sobre la filosofía, la ciencia no ha logrado
sustituir el objetivo de este antiguo saber dedicado a dar respuesta a las
preguntas más fundamentales de la existencia. Aunque día a día ella devela más
trozos de verdad de aquella realidad que nos parece a primera vista tan
caótica, en la escala de su quehacer la realidad como totalidad y unidad
siempre permanecerá inasible. De hecho no sólo no ha sido capaz de dar
respuesta satisfactoria a las preguntas que más nos inquietan, sino que su
accionar ha corroído en tal grado a la filosofía que nuestra época se encuentra
sin un rumbo definido. Comprender la existencia a través del conocimiento
racional había sido precisamente el objetivo perenne y principal de la
filosofía, y este vacío la ciencia ha pretendido ocuparlo, consiguiendo sólo
que el prosaico e interesado comercio, con su implacable publicidad, se
encargue de decirnos a cada instante qué es la felicidad y cómo alcanzarla,
mientras la identifica con ninguna otra cosa que no sea el consumo de algún
producto de la economía, incluidos los temas científicos de moda, como agujeros
negros, dinosaurios, vida extraterrestre, y los pseudo científicos, como la Atlántida , Pié Grande,
el Triángulo de las Bermudas, el tarot, Nessie y otras banalidades que
apasionan a multitudes.
El mito de nuestra época es la creencia que la ciencia
terminará por darnos las respuestas a las preguntas más profundas, como
indicarnos cuál es el sentido de una vida que termina necesariamente en la
muerte, cuál es la relación entre el ser humano y la naturaleza, qué conocemos,
qué hace que la persona sea la finalidad del Estado, y otras preguntas aún más
fundamentales como también más abstractas, como qué son el ser y la existencia,
la esencia y la realidad. Para ello nuestra época ha puesto todo el empeño en
el descubrimiento científico en la suposición que cuando el universo termine
por ser develado, se habrá encontrado la luz. El mito científico es que
recopilando y analizando datos y más datos ad infinitum a través de la
observación y la experimentación, se podrá progresivamente llegar a tener aquel
conocimiento universal que buscaba Aristóteles y que Platón daba el carácter de
absoluto. Tan temprano como Roger Bacon y mucho después los positivistas
ingleses, hasta desembocar en el empirismo de nuestros días, la cultura
contemporánea ha seguido fielmente el sendero trazado por aquellos que
aborrecen cualquier atisbo de abstracción y teoría. Probablemente se encuentre
también en la idea de Descartes por la cual el conocimiento se hace más
universal en la medida que se van conociendo más puntos de su res extensa de
una sola escala.
Ya en 1959, un conocido ensayista y físico británico, C. P.
Snow (1905-1980), describió en su libro Two
Cultures el fenómeno de la coexistencia en nuestra cultura de dos discursos
enteramente distintos sobre la misma realidad. Resaltando la divergencia que
existía entre el discurso filosófico y el discurso científico, indicaba que
cada uno de ellos producía una apreciación y una actitud muy característica
sobre el universo y las cosas. El tránsito de un discurso al otro era difícil
para una misma persona que recibía una marcada impronta, dependiendo del
énfasis en el tipo de formación académica que había adquirido y de sus
intereses y aptitudes, si “humanista” o “matemática”.
Desde entonces, en la cultura occidental, a causa de su acelerado ímpetu la ciencia se ha superpuesto a la filosofía respecto al conocimiento objetivo. En la actualidad, ella ha llegado virtualmente a suplantarla, liderando el ámbito intelectual.
Desde entonces, en la cultura occidental, a causa de su acelerado ímpetu la ciencia se ha superpuesto a la filosofía respecto al conocimiento objetivo. En la actualidad, ella ha llegado virtualmente a suplantarla, liderando el ámbito intelectual.
La paradoja es que en una cultura científica el sustento del
andamiaje científico no puede ser establecido sólidamente debido a su ideología
positivista que le impide valorar la necesidad de la abstracción y la teoría.
Resultaría ridículo pensar ahora que de la observación de la caída de una
vulgar manzana Newton intuiría la ley de la gravitación universal, o que
Darwin, de observar picos de pinzones de las islas Galápagos, abstraería la
teoría de la evolución biológica, y que estas teorías fueran aceptadas rápida y
universalmente. Ambos pertenecieron a una cultura cuando la abstracción y la
filosofía eran valoradas. De aquella época surgen también los conceptos que
ahora la ciencia utiliza acríticamente, como materia, energía, espacio, tiempo,
movimiento, cambio, causa, etc. También ahora los editores, entre otros, se
encargan de indicarnos qué es lo propio o lo impropio del conocimiento que
compartimos, siendo la abstracción algo atávico. Sin embargo, son justamente la
óptica y la metodología de la vilipendiada filosofía las que nos pueden
proporcionar tales respuestas.
Es claro que el sustento filosófico de la cosmología
contemporánea descansa en la teoría general de la relatividad de Einstein, y
los científicos adecuan servilmente sus descubrimientos cosmológicos al zapato
chino einsteniano. Así, en vez de hacer el esfuerzo de criticar esta teoría,
buscan explicaciones fantásticas, como materia oscura, energía oscura, etc., para
no contradecir lo que es venerado como vaca sagrada. Pero es perfectamente
posible repudiarla de modo similar a como la teoría heliocéntrica superó a la
geocéntrica, porque desechó certeramente los datos bíblicos que contenía por no
ser científicos. Ciertamente no es difícil indicar que Einstein está
equivocado, pero la conformidad con lo establecido es más fuerte. De otra
forma, esos científicos ya no podrían obtener puestos de trabajo, sueldos,
reconocimiento y prestigio, ni gastar cifras astronómicas en satélites y
observatorios astronómicos.
Hacia una solución
Aunque se llenen trillones de trillones de megabytes de
información científica en la memoria de supercomputadores y se los haga
funcionar interminablemente en análisis de datos, en esta escala seguiremos
siendo muy ignorantes. La sabiduría se puede alcanzar sólo tras hacer funcionar
nuestra capacidad de abstracción en el silencio de la reflexión. No es la
cantidad de datos, sino su relevancia y lo que nuestra mente consigue entrever
lo que resulta importante. En la pura escala de las relaciones de causa efecto
entre cosas, de las descripciones de cosas, del ordenamiento de cosas, de la
evolución de cosas no es posible llegar al entendimiento que demanda nuestro
cuestionar más profundo. El mundo conceptual más penetrante es necesariamente
más abstracto. Es de relaciones ontológicas cada vez más universales. Esto no
quiere decir que la referencia del mundo conceptual con el mundo real sea
menor, ya que la pluralidad de cosas individuales posee un ordenamiento o una
unidad que el pensamiento abstracto es capaz de desentrañar.
La unidad de las cosas del universo puede ser descubierta,
ya que todas estas cosas del mundo real no sólo se relacionan ontológicamente,
sino que, principalmente, de maneras causales y en formas muy determinadas,
fruto de leyes naturales de carácter universal, y pertenecen a distintas
escalas incluyentes. Esta unidad no le viene al ser ni por su esencia ni por la
imposición de ésta por el sujeto que conoce. Por el contrario, tal como la
ciencia ha venido descubriendo, las cosas poseen unidad por sí mismas: todas
las cosas del universo tienen un origen común, están constituidas por el mismo
tipo de partículas fundamentales, pueden transformarse unas en otras, se
afectan causalmente entre sí, están sometidas al mismo tipo de fuerzas,
transfieren energía entre sí, existen en campos de fuerza comunes, se comportan
de acuerdo a leyes universales que les son comunes y basadas en el modo
específico de funcionamiento de las fuerzas y estructuras. Esto es, las cosas
del universo tienen unidad en sí mismas por origen, funcionamiento y
composición.
Las consecuencias en la sociedad, la economía y la política
de valorar sólo la cultura científica y el positivismo que la acompaña son
enormes, en especial si consideramos que la revolución tecnológica es fruto de
la ciencia moderna. Lo que pocos perciben es que el capital nutre a la ciencia
y la tecnología para dominar. Por ejemplo, el capital –ahora casi
exclusivamente privado– invierte en ciencia y tecnología para suplantar trabajo
y adquirir mayores ventajas comparativas. La relación capital-trabajo es la
base de la injusticia más extraordinaria, ya que mientras siempre hay oferta de
trabajo, siempre hay demanda por capital. Si el trabajo llega a encarecerse,
nueva tecnología lo llega a reemplazar. De su know how –capital invertido en
tecnología–, protegido jurídicamente por patentes, se valen las transnacionales
para dominar las naciones. Estos derechos posibilitan buenos matrimonios con el
capital privado, protegido a su vez por la parte mayoritaria de la legalidad
que rige cada país. En fin, invirtiendo en tecnología y ciencia de la
publicidad, el capital logra dominar la voluntad de los consumidores, mientras
el inhumano y pragmático neoliberalismo ha llegado a reducir toda actividad
humana al mercado.
Tras la intensa incursión de la ciencia en nuestra cultura,
el saber objetivo, ya en el dominio filosófico, se enfrenta a dos problemas
correlacionados. Uno de ellos se refiere a la más completa ausencia de un
sistema conceptual que unifique la pluralidad de la realidad con el objeto de
hallar su racionalidad. La razón de que este sistema no exista en la actualidad
se debe a que el sistema conceptual tradicional (léase idealismo, racionalismo,
existencialismo, fenomenología, etc.), que ya alcanzaba alturas absolutas de
conocimiento, terminó por caer desde aquellos mundos ideales y nominales,
destruido estrepitosamente por la lógica de la ciencia y la certeza del
conocimiento empírico. El otro problema tiene que ver con la compatibilidad de
tal posible sistema con la unificación del saber, de modo que no pueda
producirse alguna contradicción con el nuevo y deslumbrante conocimiento
científico.
De lo anterior, nuestra época, bautizada ya de postmoderna,
ha tomado conciencia de dos hechos correlacionados: el derrumbe del saber
filosófico a causa de la revolución científica, y el reconocimiento que el puro
saber científico no puede reemplazar el saber filosófico. Los escritores que
describen el fenómeno posmodernista destacan que la realidad para nuestros
contemporáneos ya no se concibe bajo un solo patrón racional, sino que se
encuentra desintegrada en múltiples significantes sin explicación racional
posible. La realidad aparece como una multiplicidad de fragmentos de imágenes y
emociones carentes de sentido y, en consecuencia, resistentes a una comprensión
totalizadora, negándose, por tanto, nuestra posibilidad para conocerla. La
razón que estos escritores aducen para que el sujeto que conoce haya perdido su
relación con la realidad es que el discurso relativista actual no se está
refiriendo a objetos reales, sino que a objetos construidos por los medios de
comunicación. Sin desmerecer esta explicación de orden comunicacional, podemos
pensar, por el contrario, que en el fondo se encuentra la histórica destrucción
de la tradición filosófica que ha buscado desde su origen la unidad
cognoscitiva de una realidad que naturalmente nos aparece desintegrada.
Es claro que las teorías científicas construidas no alcanzan
a dar racionalidad al conjunto del universo, que no es por lo demás el
propósito de la ciencia, sino solamente a aspectos parciales del mismo, aunque
aún ronda el mito que en un futuro la ciencia terminará por encontrar la
fórmula unificadora del universo, intento que produjo muchas noches de insomnio
a Einstein. Además, por mucho que se concilien todas las teorías científicas en
una gran teoría general que las englobe, ésta nunca podrá reemplazar a algún
principio universal y necesario que pueda producir un orden racional para todas
las cosas, como pretendió serlo el concepto de ser, aunque, como dijimos más
arriba, tampoco dicho principio podrá ser contradictorio con el conocimiento
científico.
La complementariedad
En el curso de este ensayo, procuraré mostrar que la
complementariedad “estructura-fuerza” constituye el principio universal,
unificador y ordenador de las cosas que está urgentemente en demanda. Veremos,
por una parte, que dicha complementariedad no contradice el concepto del ser
metafísico, sino que lo hace justamente compatible para la ciencia. Por la
otra, veremos también que ella resulta ser el producto de lo develado por la
ciencia referido a la causalidad y a las leyes universales de la naturaleza,
pero en una escala superior, aquélla que posee la trascendentalidad de lo
universal y lo necesario. Desde esta nueva perspectiva, las teorías científicas
podrán obtener su significación en vista al conjunto del universo, superando la
profunda contradicción epistemológica contemporánea que subraya el hecho de que
aunque aumente la incontable cantidad de datos informáticos y análisis
científicos correspondientes a la n potencia, no se podrá alcanzar nunca la
racionalidad última de las cosas en la pura escala del conocimiento científico.
Esta tesis estructura-fuerza no es ni esencialista ni
reduccionista, y se presenta como la única salida al pesimismo, al escepticismo
y al relativismo en la que está sumergida nuestra cultura “postmoderna”, pues
ella puede representar el universo en su totalidad y reencontrarle el sentido
que ha ido perdiendo con la degradación de la filosofía y la conciencia más
clara sobre la limitación de la ciencia. Los conceptos estructura y fuerza no
constituyen novedad alguna. Lo que creo que es nuevo es su unión y su
identificación con el ser de la metafísica tradicional. Mediante esta nueva
perspectiva, se adquiere la clave que puede abrirnos la comprensión del
universo y del hombre.
Veremos que la multiplicidad de cosas adquiere unidad en la
complementariedad de la estructura y la fuerza, porque cada cosa es estructura
y fuerza a la vez, y porque todas ellas tienen un origen único en la materia y
la energía, se transforman unas en otras, se afectan entre sí, y son partes
unas de otras dentro de escalas estructurales progresivas. Ciertamente,
nosotros percibimos que las cosas del universo son mutables. De ahí la ciencia
concluye que la relación causal es una fuerza que transforma la energía y
produce el cambio, y que todo cambio es energía en transformación que obedece a
fuerzas que se pueden determinar. También veremos que mientras el origen de la
fuerza es siempre la funcionalidad de la estructura, el producto del cambio es
la estructuración y la desestructuración de la materia y, en el curso de la
evolución del universo, su estructuración en escalas progresivamente más
complejas y funcionales.
A la vez, las cosas son inteligibles sin perder su condición
de mutables. La racionalidad en las cosas no la impone la razón; está en ellas
mismas. La razón puede encontrar la racionalidad en las cosas del mismo modo
como el ojo ve los objetos. El filósofo empirista inglés del siglo XVII, Jorge
Berkeley (1685-1753), más a tono con el prejuicio racionalista, supuso que el
ojo ilumina los objetos. Por el contrario, sabemos ahora que el ojo recibe no
sólo la luz emitida por los objetos, sino que, además, está adaptado para ver
la luz. De la misma manera la razón está adaptada para conocer las cosas,
siendo las ideas que ella produce sus representaciones más o menos fieles. Las
cosas múltiples adquieren racionalidad cuando las relacionamos naturalmente en
nuestra mente, abstracta y racional, en forma ontológica y lógica. Por su
parte, la mutabilidad de alguna cosa adquiere racionalidad cuando conocemos su
relación causal, es decir, cuando conocemos la causa del cambio.
Veremos que el universo no es solamente el contenedor de las
cosas como referente espacio-temporal, como tampoco es únicamente el campo
espacio-temporal de la causalidad entre las cosas. El universo resulta ser
principalmente el desarrollo espacio-temporal de la interacción
fuerza-estructura que produce la estructuración de la materia. Cuando hablamos
de estructuras y fuerzas, descubrimos también funciones y escalas. Veremos, por
lo tanto, que las cosas se relacionan entre sí causalmente de dos maneras:
entre cosas dentro de una misma escala, y jerárquicamente cuando están
referidas a una cosa de escala superior que las contiene.
En consecuencia, este ensayo pretende presentar tanto una
gran teoría general del universo como los verdaderos ejes universales que
permiten la comprensión de la realidad en forma sistemática y unificada. Por
ello, persigue nada menos que entregar la clave para comprender la realidad del
universo.
Probablemente, un ensayo de la naturaleza expuesta no es
para nada habitual, considerando que en nuestra época pareciera que no es de
buen gusto intentar responder a las preguntas más fundamentales. Ya vimos que
algunos suponen que la ciencia tendrá algún día dichas respuestas, mientras creen
que la función de los pensadores es sólo proseguir planteando las preguntas.
Otros estiman que simplemente es imposible llegar a tener una comprensión
última de la realidad. Y así se está reeditando una era similar a la de los
sofistas de la Grecia
antigua, o a la de la preescolástica del filósofo francés. Pedro Abelardo
(1079-1142), para quien cualquier pregunta era susceptible de tener
simultáneamente respuestas perfectamente contradictorias y válidas a la vez.
Probablemente, el prejuicio del racionalismo de identificar
la verdad con ideas claras y distintas nos ha impedido responder a las
preguntas más fundamentales de la existencia. Estas preguntas se pueden
responder en escalas muy elevadas del pensamiento abstracto, propias de la
metafísica. En estas escalas del conocimiento, que necesariamente incluye
innumerables relaciones causales de todo tipo y trascendentales relaciones
ontológicas, la verdad se presenta tan compleja que nuestras capacidades
intelectuales se ven muy exigidas por la empresa. Es precisamente éste el
esfuerzo que nuestra época demanda, más que el ir rellenando el homogéneo e
infinito espacio informático con más bits de información en un atosigamiento
de datos que no tienen por qué producir sabiduría alguna.
Considero que este ensayo no es una investigación que
profundiza materias específicas, para las cuales las fuentes son también muy
específicas, sino que es principalmente una reflexión vasta acerca del ser
humano y las cosas del universo basada en el conocimiento corriente. Son
reflexiones en las cuales lo cotidiano y lo conocido han sido ordenados
sistemáticamente según los ejes de la estructura y la fuerza, que dan la clave
para que la realidad sea no sólo más inteligible, sino menos contradictoria.
Pretendemos levantar la bandera que Aristóteles, en su Metafísica, izó cuando señaló que la filosofía es el amor a aquella
sabiduría que se pregunta por lo primero y más fundamental de las cosas, y se
lo pregunta a impulsos de un amor desinteresado por la verdad y el conocimiento,
tal como de hecho se practicó en la mejor tradición metafísica y ética de
Occidente desde Tales de Mileto. Esperemos que la clave de la complementariedad
de la estructura y la fuerza permita replantearlo todo para llegar a formular
conclusiones más significativas que novedosas.
CAPITULO 1. SER Y COMPLEMENTARIEDAD
El conocimiento
filosófico se debe fundamentar en el conocimiento científico, validado
experimentalmente, para obtener conclusiones propiamente filosóficas que sean
reales, relevantes y no contradictorias con las de la ciencia. El concepto de
la complementariedad de la estructura y la fuerza es el principio de la
fundamentación tanto de la filosofía como de la ciencia. Tiene la misma
extensión que la noción de ser, identificándose con éste, pero se la diferencia
porque es relevante para la ciencia.
Condiciones de la complementariedad.
Del mismo modo como Aristóteles afirmaba que toda idea parte
de la experiencia sensible, se puede aseverar análogamente que todo conocimiento
filosófico relevante se debe fundamentar en el conocimiento científico para que
sus premisas tengan, en último término, la validez experimental propia de una
proposición a posteriori. Esto es, la filosofía puede y debe hacer depender sus
juicios transcendentales, que pretenden ser universales y necesarios, no de
premisas a priori, sino de las conclusiones a posteriori de la ciencia, aunque
con ello el carácter absoluto que acostumbramos esperar de una proposición
filosófica se deba sacrificar transitoriamente mientras la ciencia termine por
descubrir la ley natural detrás de una proposición científica.
En una perspectiva filosófica realista, liberada de la
dualidad espíritu-materia, es fundamental que los términos de un juicio
transcendental provengan de su íntimo contacto con la realidad, y no de
exquisitas elucubraciones de compleja y vana lógica, hechas además por una
mente encerrada puramente en su propio subjetivismo. La dependencia de la
filosofía en la ciencia se hace necesaria, no sólo si pretendemos que la intuición
sintética y unificadora de una filosofía no pueda contener elementos
contradictorios con hechos validados experimentalmente, sino, principalmente,
si queremos referirnos de modo apropiado acerca de la realidad. Adicionalmente
es conveniente considerar que las relaciones causales, que constituyen el
objeto material de la ciencia, son el fundamento de las leyes científicas, y
éstas poseen un carácter absoluto en cuanto son deterministas y se refieren al
modo de funcionamiento del universo y sus cosas.
Debemos considerar además que la demostración científica
amplifica la experiencia sensible al emplear una rigurosa metodología
experimental para acercarse al fenómeno, al poseer un sofisticado instrumental
de experimentación y observación, y al confeccionar modelos matemáticos para la
comprensión del fenómeno. Estas tres propiedades en conjunto superan lejos la
pura experiencia sensorial, y pueden reproducir artificialmente la causalidad
natural. Por lo tanto, el punto de partida de la filosofía, aunque privativo de
ella, debe ser, por una parte, validado por la ciencia y, por la otra, puede
ser enriquecido por la misma. Gracias a la ciencia, que ha aportado una nueva y
más profunda perspectiva de la naturaleza, la realidad que contempla esta
renovada filosofía ha adquirido dimensiones más objetivas.
Aunque pueda repugnar a un filósofo la idea de depender de
la ciencia, puesto que tradicionalmente la segunda ha estado subordinada a la
filosofía, uno de los propósitos de este ensayo es justamente reivindicar la
legitimidad de la filosofía frente al ímpetu incontenible de la ciencia. Por lo
demás, este objetivo principal no es otro que la consecuencia lógica de
intentar fundar la verdad filosófica en la experiencia sensible, tal como el
mismo Aristóteles insistía. En nuestro caso, la experiencia es validada por la
ciencia, pues su método es una garantía de certeza para ella, y a partir de
ella podemos construir enseguida una filosofía verdadera que responda a la
realidad.
En la actualidad, la postura razonable debe ser necesariamente
distinta de la que tuvo que adoptar Roger Bacon (¿1214?-1294) en su tiempo,
cuando era la filosofía la que dominaba sin contrapeso. Este quería liberar la
ciencia del vasallaje que imponía una filosofía puramente racionalista y darle
una identidad propia. En su Opus maius
(1266) escribía: “Hay dos caminos para conocer: la razón y la experiencia. La
razón nos permite sacar conclusiones, pero no nos proporciona sensación de
certidumbre ni nos quita las dudas de que la mente está en posesión de la
verdad, a no ser que la verdad sea descubierta por el camino de la
experiencia”. Y ahora no podemos negar la extraordinaria importancia que ha
llegado a tener el método empírico en el conocimiento de la realidad y la
obtención de la verdad.
Sin embargo, la dependencia del conocimiento filosófico a
partir del conocimiento científico no es ni lineal ni pertenece a la misma
escala. Lo que es significativo de la ciencia para el conocimiento filosófico
se refiere tanto a la relación causal, que da cuenta de todo el acontecer del
universo, como también a las leyes científicas, que son válidas para todo el
universo. Por su parte, la filosofía se desenvuelve dentro de las relaciones
ontológicas más abstractas que nuestra mente efectúa. Así, pues, la vinculación
crítica entre relaciones causales y relaciones ontológicas puede generar una
filosofía que nos sea relevante y se refiera a la realidad. Por lo tanto, el
hecho de que las relaciones causales, que explican el cambio de las cosas,
obedezcan a leyes universales posibles de ser conocidas constituye el
fundamento para una verdadera filosofía, pues nos está diciendo qué son las
cosas en sí. (Las relaciones ontológicas y las relaciones causales han sido
tratadas extensamente en mi libro El pensamiento humano. Ref. http://unihum5.blogspot.com).
En consecuencia, si resulta imperativo restituir la
filosofía al ámbito que le pertenece por función, al mismo tiempo se hace
necesario descubrir para ella un fundamento que sea también el fundamento de la
ciencia. Solamente, un fundamento que posea tal objetivo podrá hacer coherente
la filosofía para la ciencia y la ciencia para la filosofía, y permitir que
rija el principio de no contradicción en la unidad conceptual que abarca la
totalidad del universo. Por ello, aquel fundamento debe reunir las
características de ser tanto el punto de partida de cada una de ambas
disciplinas del saber objetivo como su punto de encuentro. Además, este punto
debe poseer el imprescindible papel de arbitrar en las contradicciones que
puedan emerger. El presente ensayo tiene justamente por objeto proponer,
analizar y aplicar tal fundamento.
Del ser a la complementariedad
Los aspectos más sencillos y simples de las cosas no suelen
llamarnos la atención. Por el contrario, lo corriente es que pasen
desapercibidos frente a sucesos más extraordinarios; y sin embargo, en ellos
podemos justamente encontrar la racionalidad de las cosas. Ya los primeros
filósofos de la Antigüedad
habían procurado descubrir la significación más profunda de las cosas en estos
aspectos. Tales de Mileto, considerado el primer filósofo de la historia,
supuso que la clave de las cosas, aquello que podría conferir unidad a partir
de la multiplicidad y mutabilidad de ellas, es el agua, la que él consideró ser
el elemento constitutivo de todas aquéllas. Había observado que el agua se
evapora, haciéndose gas, y también se solidifica al congelarse. Sucesores suyos
creyeron encontrar tal clave en los cuatro elementos reputados de
transmutables: el aire, el agua, la tierra y el fuego. Estas materias
supuestamente elementales podrían explicar la diversidad y el cambio en la
unidad. Más tarde, otros confiaron tenerla en las hipotéticas partículas
indivisibles o “átomos”, unidades últimas y más pequeñas que, agregadas y
combinadas, constituyen la pluralidad y la variedad de cosas del universo.
Después, otros más supusieron que la explicación de todo reside en la calidad
mítica de los números.
Posteriormente, en el quehacer filosófico de conocer el
fundamento último de las cosas se descubrió la idea del “ser”, noción que
resultó ser verdaderamente embriagadora para todos los filósofos que siguieron.
El ser se identificó con el atributo de todas las cosas, ahora consideradas
como entes, es decir, cosas referidas al ser. De ahí, el ser adquirió una doble
dimensión. En tanto existe, es múltiple y mutable. Pero en cuanto es, posee
esencia. Esta última lo hace uno con todos los demás entes. Por tanto, en
cuanto es, el ser es uno e inmutable. Así, pues, el ser comprende la necesidad
y la universalidad, la unidad y la pluralidad, la inmutabilidad y la
mutabilidad, siendo, en consecuencia, el atributo absoluto y último de todo:
las cosas son en cuanto son, y ninguna cosa que es puede no ser. Por el ser, la
pluralidad y la diversidad de cosas se relacionan en la unidad.
Esto tiene dos implicancias: primero, el ser puede
predicarse de todas las cosas y, segundo, por el hecho de que puedan
relacionarse en el ser, las cosas se nos hacen inteligibles. Para tener una
idea de la importancia del concepto del ser, podemos imaginar que su
descubrimiento para la filosofía fue análogo al del cero para las matemáticas.
Desde su mismo descubrimiento el ser pasó a constituir el
fundamento del discurso filosófico. Pero desde el comienzo existió un problema
de fondo insalvable: la noción del ser presenta una radical limitación a
nuestro conocimiento de las relaciones causales. Aunque el ser puede ser
predicado de todas las cosas del universo y todas ellas se relacionan por ello
en el ser, su afirmación, negación o inclusión no ha logrado generar
conocimiento objetivo y confiable ulterior. Por explicar todo, en realidad no
explica mucho. La metafísica del ser parte desde la certeza absoluta del ser, pero
no tiene certeza alguna de que el camino no conduzca hacia la irrealidad
absoluta.
Ciertamente, el descubrimiento griego de que todas las cosas
son, lo cual implica que la aparentemente caótica multiplicidad y mutabilidad
del universo es revestida con la perfección de la unidad e inmutabilidad del
ser, fue un logro formidable. Sin embargo, desde este punto de partida no se ha
logrado jamás trazar un camino sólido para el conocimiento sin sobrevalorar la
capacidad de la razón, que es una facultad eminentemente subjetiva de cada
individuo humano.
Buscando superar la antinomia de lo uno y lo múltiple, las
soluciones filosóficas propuestas tradicionalmente han sido principalmente
dualistas, entre una razón espiritual y una realidad material. Pero también han
aparecido soluciones dialécticas. Así, J. G. Hegel (1779-1831), intentando
obtener la verdad absoluta a partir de la contradictoriedad propia del caos,
propuso, en el primer tercio del siglo XIX, la resolución de la oposición de
los contrarios en una síntesis integradora. Este mismo esquema fue utilizado
posteriormente por Carlos Marx (1818-1883), pero para dar cuenta de la
totalidad del fenómeno socioeconómico. Últimamente se habla de la dialógica,
que consiste en una asociación de instancias antagónicas, pero que son
conjuntamente necesarias para la existencia, el funcionamiento y el desarrollo
de un fenómeno organizado, que trata específicamente de ciertos fenómenos
propios de sistemas biológicos homeostáticos y retroalimentativos, como si
fuera algo que perteneciera a la totalidad de los fenómenos del universo.
La ciencia, que parte de la observación y la experimentación
de fenómenos que ocurren en la realidad concreta, cuida mucho ser objetiva en
sus juicios y conclusiones, y no puede, desde luego, aceptar la pretensión de
una metafísica idealista o una nominalista. No puede permitir que una verdad no
refleje con la mayor fidelidad posible la realidad objetiva. No está dispuesta
a aceptar elaboraciones mentales artificiosas que pretenden explicar la
realidad a partir de juicios puramente a priori. Y para la ciencia la realidad
objetiva se encuentra justamente en la mutabilidad y la multiplicidad, las
cuales son explicables únicamente por la causalidad.
Por lo tanto, el problema de fondo de la filosofía
tradicional es que la noción de ser, en cuanto ente inteligible, no puede
explicar el cambio, que es el producto de la relación causal. El cambio, que
contiene lo múltiple y lo mutable, no puede ser comprendido dentro del ser
abstracto para constituir conceptos universales, pues por definición son
incompatibles. Y sin embargo, por la relación causal, que analiza justamente el
cambio, nosotros podemos no sólo conocer objetivamente cómo son el universo y
sus cosas, que es el objeto material de la ciencia, sino que también por la
relación ontológica que resulta de considerar la funcionalidad de las cosas,
podemos conocer objetivamente por qué las cosas son, que es el objeto material
de la filosofía. Siguiendo esta idea, a continuación propondré una solución a
este problema que ha dividido el conocimiento objetivo en dos campos
irreconciliables del saber: la filosofía y la ciencia.
La complementariedad estructura fuerza
El fundamento único tanto de la filosofía como de la ciencia
que nos propondremos buscar ahora debe también cumplir tanto con las exigencias
que se atribuyen al ser del discurso filosófico como con la explicación de la
causalidad que requiere el discurso científico. Así, por parte de la filosofía,
debe cumplir con el requisito de transcendentalidad que posee el
"ser", pues debe ser también tan necesario y universal que posea la
clave para la comprensión del universo. Si careciera de cualquiera de ambos
requisitos, no podría aspirar a la transcendentalidad y representar con necesidad
la totalidad de las cosas del universo. Por parte de la ciencia debe cumplir
con la explicación de la causalidad (me refiero exclusivamente a la causa
eficiente aristotélica) que demanda el cambio.
Renato Descartes (1596-1650) desarrolló su sistema filosófico
a partir de ideas “claras y distintas”, encontrando que la primera de ellas es
“cogito ergo sum”. Supuso
sensatamente que si es posible una construcción filosófica válida, ésta debe
fundamentarse sobre premisas sólidas. Él supuso también, aunque no tan sensatamente,
que estas ideas debían responder justamente al requisito de ser claras y
distintas. El problema principal de su sistema es que su punto de partida fue
eminentemente subjetivo. Hizo depender la existencia del individuo de su
pensamiento individual. Donde Descartes se equivocó fue en el orden causal de
su primera “idea clara y distinta”. Así, el “existo porque pienso” debe ser
cambiado por el “pienso porque existo”. En efecto, el pensar es una función de
nuestra estructura humana, específicamente de la estructura cerebral. No
obstante, en el sentido de atrapar lo fundamental de la realidad, intentaré
imitar su ejemplo para afirmar que el fundamento que, en nuestro caso, se
destaca nítidamente para los andamiajes tanto de la filosofía como de la ciencia
es la complementariedad de la “estructura” y la “fuerza”. Como señaló una vez
el distinguido etólogo británico, William H. Thorpe (1902-1986): “algún
fenómeno enteramente corriente revelará, como la caída de la manzana de Newton,
una significación no soñada pero obvia a partir de ese momento”.
Podría indicar a Empédocles de Agrigento (495/490-435/439 a.
C.) como el precursor de esta complementariedad. En el siglo V a. de C., él
postuló al agua, el aire, la tierra y el fuego como los cuatro elementos que
constituyen todas las cosas según determinadas mezclas, y a dos fuerzas, el
amor y el odio, que mezclan y separan respectivamente estos elementos para
crearlas y destruirlas.
Nuestra complementariedad no es un dualismo más para
explicar la complejidad natural del universo, como las conocidas dicotomías
“bien-mal”, “yin-yang” (que son dos fuerzas fundamentales opuestas y
complementarias, que se encontrarían en todas las cosas), “materia-espíritu”,
etc. Comprobaré en lo que sigue de este ensayo que esta complementariedad es
por parte de la filosofía tan universal y necesaria –tan trascendental– para
todas las cosas del universo como el mismo ser. En realidad, se identifica
plenamente con el ser del discurso de la filosofía tradicional; y no porque el ser
pueda predicarse de la fuerza y de la estructura, sino porque ambas son
complementarias del ser como el anverso y el reverso de una hoja: una cosa no
es o fuerza o estructura, sino ambas simultáneamente. Ambas corresponden al ser
desmenuzado en su intimidad, a un desdoblamiento único y necesario del propio
ser.
Una aparentemente fecunda línea de pensamiento, el
existencialismo, opone el ser a la nada. La pregunta existencialista “¿por qué
hay algo más bien que nada?” no puede ser respondida por la filosofía del ser.
Las conclusiones lógicas de esta filosofía defraudan por lo tautológicas. En
cambio, la complementariedad, al entender que el universo no es ontológico, es
decir de cosas indistintas y separadas, sino que de fuerzas y estructuras, no
deja posibilidad para el ser o la nada.
Las cosas son, no porque participen en algún grado del ser,
como supuso santo Tomás de Aquino (1224/1225-1274), sino porque están
constituidas por partículas fundamentales en la primera escala de
estructuración (entendiendo por partícula fundamental la “condensación” de la
energía primigenia en la escala fundamental de masa y carga eléctrica) y porque
son emisores y receptores de fuerzas. Esto es, la unidad de las cosas proviene
del hecho de que éstas están estructuradas por el mismo tipo de partículas
fundamentales, lo que las hace ser tan funcionales en el universo que lo
constituyen en su fundamento, y por lo que se afectan unas a otras. Descartes
había manifestado que la substancia, esto es, su res extensa, es extensión. Juan Locke (1632-1704), no deseando
quedarse en lo puro matemático o geométrico, añadió la impenetrabilidad o
solidez de los cuerpos. Gottfried W. Leibniz (1646-1716) intuyó que la realidad
de la substancia es aún algo más: es actividad, acción, fuerza, por lo que la
definió como ser capaz de acción, siendo la acción una suma de fuerzas. Leibniz
fue el primero en acercarse a uno de los dos elementos de la complementariedad.
La complementariedad está subrayando que las cosas son
estructuraciones de la fuerza primigenia, que contienen estructuras de escalas
inferiores como sus subestructuras o unidades discretas, hasta llegar a las
mismas partículas fundamentales, y que generan fuerzas. Así, respecto a la
estructura, la complementariedad es analógica, y respecto a la fuerza, ella es
incluyente. Lo que la hace universal es que la fuerza complementaria proviene
de las cuatro fuerzas fundamentales conocidas del universo que emanan de la
estructura subatómica fundamental. De ahí que la complementariedad sea válida
desde el mundo microscópico, a partir de las partículas subatómicas
fundamentales, hasta el mundo macroscópico que llega a confundirse con la
totalidad del universo.
Entonces, la clave para entender la complementariedad es la
siguiente: mientras una estructura es el modo específicamente funcional que
tiene la fuerza para manifestarse, la fuerza actualiza su funcionalidad. Esto
significa que la complementariedad no sólo rompe el ideal de unidad y autonomía
ontológica que la tradición filosófica ha sostenido desde Parménides, sino que
el ser mismo está constituido por dos componentes que son interconvertibles. El
ser uno de Parménides se desdobla en dos componentes: la fuerza y la
estructura, y entre ambos se genera el cambio que percibía Heráclito. Por parte
de la filosofía, esta complementariedad es tan universal y necesaria como el
mismo ser, puesto que se predica necesaria y absolutamente de todas las cosas.
Por parte de la ciencia, la complementariedad explica el cambio. Por la
relación entre la estructura y la fuerza surge la función. Todas las cosas son
funcionales en cuanto pueden ejercer de causa o de efecto. La funcionalidad
explica por qué las cosas pueden relacionarse entre sí afectándose mutuamente;
y esto mismo constituye el fundamento de la causalidad, dato primero de la
ciencia.
CAPÍTULO 2. LA COMPLEMENTARIEDAD
ESTRUCTURA Y FUERZA
La complementariedad
estructura y fuerza surge naturalmente de los conceptos de materia y energía,
los cuales son las manifestaciones fundamentales del universo. Los parámetros
dimensionales de espacio y tiempo se comprenden justamente por los dos términos
de dicha complementariedad. Cuando hablamos de estructuras y fuerzas,
descubrimos funciones y escalas. Las cosas están causalmente relacionados entre
sí de dos maneras: entre las estructuras dentro de la misma escala, y
jerárquicamente cuando se refiere a una estructura que pertenece a una escala
mayor que las contiene o cuando las estructuras que pertenecen a una escala
menor le son referidas. Todas las cosas son estructuras que contienen
estructuras de una escala menor como subestructuras o unidades discretas
digitales, llegando a las mismas partículas fundamentales, que son a la vez
unidades discretas digitales de estructuras de una escala superior. La complementariedad
es tan universal y necesaria como el mismo ser y es válida desde el mundo
microscópico de las partículas subatómicas fundamentales hasta el mundo
macroscópico que se identifica con el universo mismo.
Introducción
Después de Parménides, Aristóteles decía que todo es uno.
Pero para él, lo uno es un atributo trascendental de todos los seres. Lo que no
dijo es que un todo es comprendido por muchos todos, es decir, muchos unos, tal
como un todo junto con otros todos forman parte de un todo.
El descubrimiento del físico alemán, Max Planck (1858-1947),
que la energía fundamental se transmite discretamente, junto con la
interpretación probabilística del matemático judío-alemán Max Born (1882-1970),
llevó al también físico alemán, Werner Heisenberg (1901-1976), a formular, en
1927, la hipótesis de que la emisión de radiaciones es un fenómeno estadístico.
Una vez que el estado de una partícula se conoce, sólo es necesario definir la
probabilidad de su ubicación, ya que, a escala subatómica, cualquier medida
real implica alterar el objeto medido. El “principio de incertidumbre” de
Heisenberg afirma la imposibilidad de determinar la posición y la velocidad de
las partículas subatómicas en forma simultánea y con exactitud.
Podemos decir, por lo tanto, que, en un esquema
fenomenológico o analógico, los sistemas y procesos se describen en términos de
hechos que deben medirse directamente en una escala mayor, mientras que en
esquema cuántico o digital los eventos
son particulares y necesitan, para su formulación, el uso de la noción
de cuantos. Las estadísticas son necesarias para saltar del esquema cuántico al
esquema fenomenológico. Pero este salto significa pasar de una escala inferior
a una escala superior, es decir, de un conjunto de unidades discretas,
digitales, a un proceso analógico constante. El indeterminismo sucede en todas
las escalas posibles, pero su determinación se resuelve en una escala mayor por
medio de las estadísticas.
El problema de la mecánica cuántica es que en su propia escala,
la más fundamental de todas, no puede existir alguna resolución estadística de
los fenómenos cuánticos, ya que no existe una escala inferior. Esta conclusión
nos obliga a asignar el indeterminismo para situaciones particulares. Si la
transmisión de la energía, que es como la relación entre una causa y su efecto
se lleva a cabo, no es un flujo constante, sino un flujo de unidades discretas,
o cuantos, en la escala de estas unidades discretas no es necesaria que
tal o cual unidad deban ser transmitidos
en tal o cual momento. Desde el punto de vista de una escala más alta la
transmisión de la energía es un proceso perfectamente analógico, ya que es
estadístico.
La estructura y la fuerza como los dos lados
complementarios de las cosas
Las siguientes afirmaciones podrán servir de guía para una
mejor comprensión de este ensayo:
1. La energía no puede existir por sí misma: o está ‘condensada’ en materia (E=mc²) y carga eléctrica o sirve de nexo causal entre dos o más cuerpos (gravedad, radiación electromagnética, etc.). De hecho, el universo conforma una unidad en la energía que no admite dualismos espíritu-materia, como los postulados por Platón, Aristóteles o Descartes. Así, el universo, en toda su diversidad, está hecho de energía y nada de lo que allí pueda existir puede no estar hecho de energía. Incluso la energía es anterior a la complementariedad estructura-fuerza y a la materia.
2. El tiempo y el espacio no tienen una existencia previa a la materia y la energía, sino que devienen o se manifiestan por la interacción de los cuerpos materiales.
3. No existe ni tiempo ni espacio infinitesimal. Existen a partir de una dimensión determinada, aunque pequeñísima, dada por el la constante de Planck (su valor es 6,62 por 10 elevado a -34 Julios por segundo).
4. Todo el universo y sus cosas son estructura y fuerza y están compuestos por estos elementos: materia, energía, tiempo y espacio. El entendimiento de la naturaleza de estos elementos esenciales es necesaria para una comprensión cierta de la realidad.
1. La energía no puede existir por sí misma: o está ‘condensada’ en materia (E=mc²) y carga eléctrica o sirve de nexo causal entre dos o más cuerpos (gravedad, radiación electromagnética, etc.). De hecho, el universo conforma una unidad en la energía que no admite dualismos espíritu-materia, como los postulados por Platón, Aristóteles o Descartes. Así, el universo, en toda su diversidad, está hecho de energía y nada de lo que allí pueda existir puede no estar hecho de energía. Incluso la energía es anterior a la complementariedad estructura-fuerza y a la materia.
2. El tiempo y el espacio no tienen una existencia previa a la materia y la energía, sino que devienen o se manifiestan por la interacción de los cuerpos materiales.
3. No existe ni tiempo ni espacio infinitesimal. Existen a partir de una dimensión determinada, aunque pequeñísima, dada por el la constante de Planck (su valor es 6,62 por 10 elevado a -34 Julios por segundo).
4. Todo el universo y sus cosas son estructura y fuerza y están compuestos por estos elementos: materia, energía, tiempo y espacio. El entendimiento de la naturaleza de estos elementos esenciales es necesaria para una comprensión cierta de la realidad.
La estructura y la fuerza son las dos caras del ser y
constituyen una complementariedad. Surgen naturalmente de los conceptos de
materia y energía, que son las principales manifestaciones del universo. Esta
complementariedad constituye el principio universal, unificador y ordenador de
todas las cosas. La multiplicidad de las cosas adquiere la unidad de esta
complementariedad, porque todas las cosas son a la vez estructura y fuerza, se
originan en la materia y la energía, y son parte de otras estructuras de
acuerdo a escalas progresivas. Percibimos que las cosas del universo mutan,
pudiendo concluir que la relación causal es una fuerza que transforma la
energía y produce el cambio, y que las fuerzas que se liberan dependen de la
funcionalidad de las estructuras de acuerdo a las leyes naturales, las que
pueden ser conocidas científicamente. En el curso de la evolución del universo,
las estructuras se vuelven progresivamente más complejas y funcionales en
escalas cada vez mayores.
El universo no es el contenedor de las cosas en un referente
de espacio-tiempo, ni es el campo espacio-tiempo de la causalidad. El universo
se compone principalmente de la interacción de las estructuras y las fuerzas
que producen la organización de la materia durante el desarrollo del
espacio-tiempo. Los parámetros dimensionales del tiempo y el espacio se
entienden precisamente por los dos términos de esta complementariedad.
La base empírica y, por tanto, a posteriori para demostrar
que la estructura y la fuerza son los dos aspectos complementarios,
universales, constitutivos y transformadores del universo se encuentra en la
distinción que la física hace entre materia y energía. Para la materia en
cuanto masa y la energía Albert Einstein descubrió su convertibilidad y, por
tanto, su equivalencia, que expresó en la famosa ecuación E = mc², donde c es
la velocidad de la luz. Igualmente, para la materia, en cuanto carga eléctrica,
y la energía, se ha establecido la equivalencia, como cuando cargas de signo
contrario se funden, desapareciendo en la nada, pero generando la enorme
energía condensada en ellas.
Estructura
Para entender el concepto de “estructura”, se debe analizar
primero el concepto de "masa". Este concepto fue introducido por
Isaac Newton (1642-1727) para explicar tanto la gravedad como el principio de
inercia de Galileo Galilei (1564-1642). La abstracción y la simplificación es
necesaria para describir físicamente los fenómenos de fuerza y cambio, pero
esto interfiere con una verdadera comprensión de la materia. A pesar de ser
evidente que un conjunto de puntos de masa que conforma un cuerpo tiene
volumen, no podríamos avanzar mucho si la masa sólo se la ve en su capacidad
para ocupar los lugares en espacios por su pertenencia a cuerpos.
Aunque una estructura puede ser concebida simplemente como
un punto material sin ningún tipo de extensión, como en la teoría de la
gravitación, la ubicación de un centro de gravedad, la distancia a otro cuerpo,
y la cantidad de masa, son también propiedades de la materia. Una estructura es
una determinada materia organizada, y recíprocamente, la materia no existe a
menos que constituya una estructura. Uno podría imaginar que una estructura es
un conjunto de puntos masivos sin extensión, ocupando un espacio determinado en
un momento determinado de tiempo, en el espacio-tiempo pre-existente. Pero esta
imagen es errónea. La cuestión importante es que no importa cuan pequeño sea un
corpúsculo, es funcional y tiene capacidad para relacionarse con otros
corpúsculos en su misma escala. La relación de dos o más corpúsculos genera una
estructura, así como también un espacio-tiempo particular.
A pesar de que una estructura, en la perspectiva de la
dinámica, se reduce a masa y desde el punto de vista de la masa no encontramos
otra cosa que masa, la energía primordial se condensa en la materia que
contiene la masa y otras propiedades. Todo esto produce una extraordinaria
funcionalidad que permite la distribución espacial de la estructura en los
diversos grados de complejidad y funcionalidad a partir de las partículas
fundamentales. Entre las propiedades de la materia están la extensión, el
volumen, la carga eléctrica y una composición de diversos tipos de partículas
subatómicas. Cada una de estas partículas posee spin. Muchas de estas
partículas tienen la forma de corpúsculo y de onda, y se relacionan con otras
partículas por lo menos mediante un tipo específico de las cuatro fuerzas
fundamentales. Subsisten en el tiempo si no están experimentando un cambio. Tan
simple como la masa estructurada pueda ser, genera espacio-tiempo y posee algún
tipo de funcionalidad a través de la cual es capaz de ser una causa o un
efecto, de ser la fuente o la destinataria de fuerzas, y de contener, aceptar o
entregar energía.
Una estructura es fundamentalmente la relación o el nexo
causal que se establece entre dos o más estructuras que, además de otras
funciones específicas, son funcionales a una a otra y viceversa, y
convirtiéndose en subestructuras de una estructura de una escala mayor. Además,
dicha estructura adquiere su propia funcionalidad, en virtud de la
funcionalidad de sus subestructuras y de la relación que dichas subestructuras
establecen entre ellas. Por ejemplo, dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno
se relacionan a causa de algunas de sus respectivas funciones, produciendo la
estructura de una típica molécula de agua, que posee también sus propias
funciones, entre ellas peso específico, gravedad, y así sucesivamente.
Debido a su funcionalidad, la materia tiene la capacidad
para ensamblarse a sí misma, ordenarse, construirse y organizarse, es decir,
estructurarse. Cuando pensamos en el concepto de “estructura”, entenderemos
también las ideas de agrupación, constitución, orden, montaje, construcción,
ensamblaje, como también organización, disposición, arreglo, sistema,
distribución, esquema, etc., que son sinónimos de las posibilidades de la
materia , y se refieren a partes constitutivas de menor escala y se incluyen en
las unidades de mayor escala.
Una estructura no debe ser vista como algo rígido (un
edificio) o algo geométrico (una molécula) o como algo estático y permanente.
Una estructura incluye las cosas más intangibles de la naturaleza, tales como
las percepciones y las ideas. De la misma manera, una estructura es capaz de
generar fuerza, y la fuerza es capaz de estructurar la masa y la carga
eléctrica. La masa-carga eléctrica accionada por la fuerza adquiere la calidad
de estructura.
Fuerza
El concepto de fuerza requiere ser explicado por el concepto
de energía. En la naturaleza la energía no puede existir por sí misma y
requiere la intermediación de la materia. La energía o bien está “condensada”
en la materia, ya sea como masa o como carga eléctrica, o participa en la
relación de causalidad entre dos o más estructuras (como gravedad, radiación
electromagnética, etc.). La energía es un poder que posee una estructura (o
cuerpo), y ninguna estructura puede existir ni actuar sin la energía. Cada
estructura puede ceder o adquirir energía. En esta acción, necesita de al menos
otra estructura, y la relación que establecen es de una causa y su efecto.
Cuando una estructura entrega energía, hablamos de causa, cuando una estructura
adquiere energía, hablamos de efecto. Mientras más energía una estructura
tiene, es más poderosa, pudiendo sus efectos ser mayores. Pero la energía que adquiere una estructura,
mientras es un efecto, puede ser tan grande que la propia estructura puede ser
destruida. También puede transformarla, e incluso puede mejorarla. Cada
transmisión de energía cambia ambos, la estructura causa y la estructura
efecto.
Como la física lo entiende, la energía es la capacidad que
tiene un cuerpo para realizar trabajo. Esta capacidad depende de la velocidad y
la masa-carga eléctrica de un cuerpo. Según su definición, la energía es el
trabajo máximo que un cuerpo es capaz de realizar y es la mitad de su masa
multiplicada por el cuadrado de su velocidad. Así vemos que la energía del
cuerpo aumenta con el cuadrado de su velocidad. Por otro lado, la velocidad de
un cuerpo no tiene un marco de referencia absoluto, sino que debe ser referida
necesariamente a por lo menos un segundo cuerpo y tiene validez únicamente en
relación con este segundo cuerpo. La velocidad de un cuerpo puede estar
referida a una multiplicidad de cuerpos, pero teniendo validez específica para
cada cuerpo en particular.
La energía se distingue de la fuerza en que la primera es un
poder que tiene un cuerpo, y la segunda es ejercida por un cuerpo en uso de ese
poder. Un trabajo realizado por un cuerpo en posesión de energía lo efectúa
cuando aplica una fuerza, moviendo el punto de aplicación sobre un segundo
cuerpo. El trabajo es el producto de la fuerza por la proyección sobre ella del
desplazamiento de su punto de aplicación, y depende de su dirección y sentido,
siendo el trabajo máximo cuando la proyección del desplazamiento sobre el punto
de aplicación tiene la dirección y el sentido de la fuerza. El trabajo es nulo
si el desplazamiento y la proyección de la fuerza son perpendiculares.
La fuerza se identifica con la “proyección” de una causa.
Más precisamente, es toda causa capaz de alterar el movimiento de un cuerpo,
siendo el producto de la masa del cuerpo por la aceleración medida entre ambos
cuerpos. Toda fuerza es aplicada por un cuerpo, que denominamos causa, y es aplicada
a otro cuerpo, que denominamos efecto, y que por ese acto le transfiere
energía. También siempre que se aplica fuerza, produciéndose una relación de
causa-efecto, se produce un cambio. Si la energía no se crea ni se destruye,
solo se transforma, según afirma el primer principio de la termodinámica, la
fuerza es la actualización del cambio. Además, la energía tiene otra
particularidad. Se refiere a su capacidad para generar, crear, producir espacio
entre las partículas fundamentales que interactúan.
El espacio-tiempo
Las siguientes son las propuestas básicas sobre el tiempo y
el espacio. La dimensión de estos parámetros se relaciona con la cantidad, ya
que ambos pueden ser medidos y ambos pueden ser utilizados como medidas. Ambos
son las medidas del movimiento de la materia, y a través del movimiento el
tiempo se relaciona con el espacio. El tiempo es lo que toma a un cuerpo
moverse a una cierta velocidad en el espacio. Un reloj, que es un instrumento
analógico que nos indica el tiempo que fluye, tiene esta capacidad debido a que
sus engranajes giran a una velocidad constante, y los espacios cubiertos por
cada diente en todos sus engranajes son similares. La regularidad de este
movimiento está dada por el péndulo, que es determinado por la constante de la
gravedad. El tiempo parece fluir a un ritmo constante. Sin embargo, su flujo es
determinado por el cambio que varía de acuerdo a la energía. El agua se evapora
a una velocidad constante si la entrada de calor se mantiene constante, y su
velocidad aumenta si aumenta la entrada de calor.
La interacción de dos cuerpos genera una distancia. Tres
cuerpos crean un triángulo que se encuentran en un plano bidimensional. Cuatro
cuerpos en interacción y no coincidentes en el mismo plano generan cuatro
planos, dando forma a un espacio tridimensional. En el universo este espacio
particular es común a todas las cosas que se relacionan de alguna manera a los
cuerpos mencionados. Por ejemplo, la estructura vial de un país, o la
generación de una imagen determinada que requiere la acción de numerosas
neuronas ubicadas en distintas lugares en nuestro cerebro. La capacidad para interactuar de estos cuerpos o
estructuras que se relacionan causalmente es posible porque pertenecen a un
presente común que se corresponde con el mismo espacio-tiempo en relación con
su origen común en el big-bang. La velocidad de la luz es la velocidad máxima
posible en la interacción de dos cuerpos. Si la velocidad de la luz fuera
infinita, el tiempo sería nulo y sin efecto y la interacción entre las
estructuras sería instantánea.
Desde Einstein sabemos que el tiempo absoluto no puede
existir en el espacio. Un espacio newtoniano con un marco de referencia
absoluto no existe. La simultaneidad absoluta de los acontecimientos es
imposible o, simplemente, si el marco de referencia absoluta no existe, la
relación temporal de los eventos es distinta entre un observador y otro, ambos
ubicados en distintos lugares. Algo distinto ocurre con la dimensión espacial.
El movimiento allí aparece a distintos tiempos, dependiendo de la ubicación del
observador. Entonces el espacio es también una dimensión relativa. En lo que
Newton y Einstein coincidieron es que tanto el tiempo como el espacio son
anteriores a las cosas y sus interacciones, lo que es erróneo, como veremos más
adelante.
En el universo las cosas se mueven en relación a un
observador desde cero hasta la velocidad de la luz. El espacio y el tiempo son
medidas universales para cualquier movimiento, y ambos se enmarcan en la
velocidad de la luz como referencia absoluta. Dado que la magnitud del
movimiento de lo posible en el universo tiene un límite absoluto, es decir, la
velocidad de los fotones, Einstein llegó a la conclusión de que el espacio y el
tiempo son relativos, i. e., ambos parámetros son correlativas con respecto a
este movimiento con valor absoluto. Introdujo el concepto de “espacio-tiempo”
como dos parámetros relativos que se relacionan entre ellos y tienen la
velocidad de la luz como referencia absoluta.
En el otro extremo de la escala, la distancia mínima entre
dos partículas, la más pequeña que puede existir, es el número de Planck. En
consecuencia, el tiempo y el espacio no son infinitamente pequeños, como se
supone generalmente. Ambos parámetros comienzan a existir a partir de la
cantidad mencionada. Ni el tiempo infinitesimal ni el espacio infinitesimal son
posibles. En el universo hay un límite inferior y un límite superior para la
causalidad. El límite inferior es la dimensión de la energía dada por la
constante de Planck, que determina la menor escala posible de la existencia de
la relación causal. El límite superior de esta relación se refiere a la
velocidad máxima que puede tener el movimiento de la relación causal, que es la
velocidad de la luz.
Lo que subyace en todo movimiento es el cambio, que es el
origen del movimiento. El movimiento es la cara visible y medible del cambio.
Por lo tanto, tanto el tiempo como el espacio son las medidas de la extensión y
la duración de un proceso. En ambos casos el tiempo y el espacio miden una
causa en relación a su efecto. Por un lado, el tiempo mide cuanto toma una
causa afectar a algo y por cuánto tiempo se produce un cambio mientras ocurre.
En este sentido, la duración puede durar un breve instante, o puede durar mucho
más, de acuerdo a la regla de las leyes naturales. Por otro lado, el espacio
mide la distancia entre la posición de una causa y la posición de su efecto.
Cuando el cambio se mide a través de la relación causal, el tiempo se vuelve
irreversible, porque hay gasto y ganancia de energía, la estructuración de
algo, y la generación de fuerza. El tiempo no se puede identificar con fluir,
como supuso Heráclito. El fluir es propio del movimiento. Pero el movimiento es
una particularidad del cambio. El cambio está detrás del tiempo, ya que se
refiere a todo proceso termodinámico, donde hay movimiento, pero también
transformación. Una cosa cambia de una forma tan característica que se puede
inferir una ley universal, que hace que una relación causal sea determinista.
Sin embargo, cualquier cambio único posee una indeterminación fundamental.
El razonamiento anterior demuestra que la existencia del
tiempo y el espacio dependen de la interacción de los cuerpos o estructuras,
que es la base del cambio. El siguiente paso es mostrar que ni el tiempo ni el
espacio preexisten a las cosas. El tiempo y el espacio no existen antes de la
materia y la energía, sino que se desarrollan o se expresan en todas las
interacciones de los cuerpos materiales. Si la materia y la energía se
manifiestan en la estructura y la fuerza, ni el tiempo ni el espacio pueden
existir independientemente, pero su existencia depende de la existencia de la
complementariedad estructura-fuerza. El tiempo y el espacio no sólo dependen de
la estructura y la fuerza, sino que son temporalmente y naturalmente a
posteriori. El tiempo es la tasa a la que la energía es transferida entre las
estructuras en la relación de causalidad. El espacio es el lugar configurado
por las estructuras que interactúan entre sí, ahora como las subestructuras de
la relación causal.
En un principio
En el primer instante del universo, al principio del tiempo
y cuando el espacio ni siquiera estaba comprimido en lo infinitamente pequeño
no estaba comprimido, estuvo sólo la energía primigenia, infinitamente potente.
A partir de este primer instante, en lo que ha llegado a ser conocido como el
“big bang”, cuando esta energía primigenia comenzó a ser “condensada” en
materia, en la forma de las estructuras fundamentales –la masa y la carga
eléctrica– y comenzó a ejercer fuerza a partir de la escala cuántica, se hizo
posible el devenir de la materia, el desarrollo del tiempo y la expansión del
espacio. Este desarrollo y esta expansión no fueron entonces ni son ahora
independientes de la conversión de la energía en masa y carga eléctrica. Las
partículas fundamentales responsables de estas dos propiedades son altamente
funcionales y generan sus propios campos espaciales de fuerza dentro de los
cuales pueden interactuar causalmente.
La energía primigenia, que contuvo y contiene los códigos de
todas las leyes de la naturaleza, ha dado lugar a la estructuración ulterior de
la materia desde su primera condensación en partículas fundamentales y hasta la
inteligencia humana, en un acto de creación que no tiene una conclusión
conocida. Tal como la estructura de la materia conforma el espacio (un espacio
es inconcebible si no es parte de una estructura), la funcionalidad de las
estructuras que transforma la energía en fuerza hace el tiempo posible (el
tiempo es generado por la relación de causalidad). Así, al igual que la
estructura genera el espacio, la fuerza genera el tiempo.
Si la fuerza se define en términos de la alteración del
movimiento de la materia en el espacio-tiempo y la materia se define como su
“estructuración” de acuerdo a las coordenadas espaciales, entonces la fuerza
tendrá que definir el tiempo. En esta ecuación la fuerza se desvincula del
espacio, ya que el espacio es anulado por estar en ambos lados de esta
ecuación. A la inversa, esto significa no sólo que el tiempo depende de la
fuerza, sino que la fuerza desarrolla el tiempo. Vimos que la energía es
anterior a la fuerza. La energía que proviene de una causa es siempre tiempo
futuro, es potencialmente existente. Cuando la energía entra en el parámetro
del espacio, ésta, mediada por la complementariedad estructura-fuerza, se
convierte en fuerza y desarrolla el tiempo.
Esta idea es comprensible si pensamos que la fuerza, que
transporta energía especificada o diferenciada, es el vínculo interestructural
necesario entre la causa y su efecto, es el punto de encuentro entre la
estructura causa y la estructura efecto. Para que un efecto ocurra, es
necesario que su causa sea mediada por una fuerza, si ambos, la causa y su
efecto, deben ser identificados por estructuras funcionales. En la relación de
causalidad la causa genera una fuerza que el efecto consume y, en esta acción,
ambos son modificados de alguna manera. La fuerza genera la relación causal
cuando la transferencia de energía se actualiza.
Dado que en cualquier relación de causalidad se lleva a cabo
una secuencia temporal, la fuerza es la instancia que se interpone entre el
“antes” y el “después” del evento; constituye el “ahora” del evento que
modifica la estructura de forma irreversible. En todo cambio hay una
transferencia de energía de acuerdo con la primera ley de la termodinámica,
cualquier cambio es irreversible, según su segunda ley. Por lo tanto, podemos
destacar que la fuerza genera el devenir y
desarrolla el tiempo.
Dimensión del espacio-tiempo
Un hecho aislado, una única relación de causa y efecto, no
nos dice mucho sobre el espacio-tiempo. Simplemente nos dice que un evento
separa el antes del después en algún lugar. La dimensión espacio-tiempo es el
conjunto de los múltiples eventos particulares que se van relacionando
sucesivamente, ya que se van actualizando en un momento determinado, que es el
presente de un determinado lugar en el espacio. Pero esta dimensión no puede
ser lineal. El tiempo no es independiente del espacio. La sucesión de los
acontecimientos no se da sólo en un punto espacial. Incluye un tejido
interdependiente de los diferentes e infinitos eventos cuya correlación es una
cuestión de la posición en el espacio no sólo del observador, que es una
referencia en particular, sino del big bang, que es la referencia absoluta para
todo el universo. El universo es el conjunto de las relaciones causales que se
originaron en el big bang. Y debido a este origen común, el universo tiene
unidad y sus leyes naturales se cumplen por todo tiempo y lugar.
La simultaneidad depende exclusivamente del observador
particular. Al ser relativo al observador, la simultaneidad no es absoluta. En
efecto, a partir de la teoría especial de la relatividad de Einstein, sabemos
que el tiempo absoluto no puede existir en el conjunto del espacio. No existe
un espacio newtoniano con un marco de referencia absoluto. Puesto que la
velocidad máxima de transmisión de sucesos, aquélla por la cual los eventos se
relacionan unos con otros, es la de la luz, la simultaneidad absoluta de
eventos es imposible, o, simplemente, no existiendo marcos de referencia
absolutos, la relación temporal de los sucesos es distinta entre un observador
y otro, ubicados ambos en distintas partes del espacio. Otro tanto ocurre con
la dimensión espacial. El movimiento en ella aparece en tiempos distintos según
donde esté ubicado el observador. De ahí que también el espacio sea una
dimensión relativa.
He tratado de mostrar que el espacio está relacionado con la
estructura y el tiempo está relacionado con la fuerza. El universo no es el
campo espacio-tiempo donde las fuerzas y estructuras juegan, sino que el juego
mismo es el espacio-tiempo desarrollado por la interacción estructura-fuerza.
Si el origen primigenio fue la infinita energía contenida en un no-espacio, su
evolución en el transcurso del tiempo ha seguido el camino de una
estructuración constante y cada vez más compleja, que ha ido continuamente
desarrollando el espacio y consumiendo energía.
Vivimos en una época cuando está de moda la visión
cosmológica construida en torno a la teoría general de la relatividad de
Einstein. El mundo científico siente un gran aprecio por esta teoría y, en
cierto sentido, adapta los resultados de las observaciones y experimentaciones
para no contradecirla. Lo que es completamente real es que existe una absoluta
contradicción entre lo expuesto más arriba y esta teoría, lo que puede
justificar citando a continuación una parte del capítulo 1 de mi citado libro
La materia y la energía (ref. http://unihum1.blogspot.com):
“A fines de 1915 y diez años después de enunciar su teoría
especial de la relatividad, Einstein publicó su teoría general. Esta se hacía
necesaria para él en vista de que su teoría especial daba cuenta únicamente de
sistemas inerciales de movimiento rectilíneo y uniforme, mientras que en el
universo real de las fuerzas gravitacionales existen no sólo sistemas de
movimientos acelerados, sino que también existirían sistemas de movimiento
curvilíneos.
“Lo primero que hizo fue formular el principio de
equivalencia de los efectos del movimiento acelerado y los del campo
gravitacional, las dos funciones distintas de la masa de Newton, es decir,
inercia y gravitación. Una persona que estuviera sobre la superficie de la Tierra tendría el mismo
peso relativo que si estuviera en un ascensor que mantuviera un movimiento
uniformemente acelerado de 1 G .
A ella le sería imposible distinguir el movimiento producido por fuerzas
inerciales (aceleración, reculado, fuerza centrífuga, etc.) del producido por
la fuerza de gravedad. Este principio es la clave de la teoría de la
relatividad general, y también su debilidad.
“En su propia concepción cosmológica Einstein sustituyó el
campo de gravitación por sistemas de referencia de carácter acelerado,
descartando el concepto clásico de la fuerza gravitatoria que atrae. La
gravitación deja de ser una fuerza, y no atrae nada. La idea de que los cuerpos
se atraen entre sí sería una ilusión causada por erróneos conceptos mecánicos
de la naturaleza. El universo no sería una máquina que produce fuerzas
gravitatorias. En cambio, la gravitación sería una propiedad geométrica que el
continuo espacio-temporal adquiriría en las cercanías de las masas. La masa,
por simple presencia, intervendría en la estructura geométrica del espacio y en
el ritmo del transcurrir del tiempo, acortando las distancias y prolongando las
duraciones. La gravitación sería una perturbación métrica que la presencia de
la masa provocaría en el espacio-tiempo.
“El comportamiento de los cuerpos en un campo gravitacional
no estaría en función de atracciones, sino en función de las trayectorias que
siguen. La gravitación sería simplemente parte de la inercia. El movimiento de
los cuerpos (cometas, planetas, estrellas, etc.) dependería de su inercia y los
cursos respectivos que siguen estarían determinados por las propiedades
métricas del continuo espacio-temporal. La gravitación daría la medida de la
deformación que experimentan la distancia y la duración en torno a grandes
masas. Esta deformación tendría su valor propio en cada punto del continuo
espacio-temporal.”
El problema fundamental de la relatividad general está en
haber hecho equivalentes las dos funciones de la masa que Newton descubrió: la
inercia y la gravedad. En su teoría especial Einstein había tenido un acierto
extraordinario cuando correlacionó la energía con la masa en función de la
velocidad de la luz. Sin embargo, en el caso de su teoría general él no tenía
justificación alguna para identificar la inercia y la gravedad. Éstas son dos
funciones completamente distintas de la masa sin relación alguna entre sí,
excepto por la existencia de la masa. Adicionalmente, los escasos fenómenos que
han sido observados y que podrían sustentar esta teoría pueden ser en realidad
efectos de otras causas. Adelantaré aquí que en el fondo, el problema básico de
la teoría general de la relatividad se encuentra en que la existencia del
espacio-tiempo se concibe como anterior a la masa-energía, y no como una
condición de la causalidad de la materia.
Si bien la teoría especial de la relatividad es
efectivamente una teoría científica por cuanto relaciona la energía con la masa
a la velocidad de la luz, que son hechos totalmente verificables, no se puede
decir lo mismo de la teoría general. En el caso de esta segunda teoría, por ser
una descripción de la realidad basada en supuestas teorías, no es propiamente
una teoría, sino que una concepción filosófica del universo. Toda concepción
filosófica tiene la función de proveer un marco de comprensión más abstracto
que la realidad propiamente causal. Sin embargo, esta teoría en particular no
tiene un sustento teórico, pues la correlación de la inercia con la gravedad no
es verificable, sino que es una analogía para casos específicos.
Vimos anteriormente que en la búsqueda de lo absoluto y
universal de la esencia el error de la filosofía tradicional es doble: omitir
el tiempo en la esperanza de encontrar lo inmutable y omitir el espacio en el
anhelo de encontrar la unidad. Esta filosofía no quiso entender que la esencia
de las cosas comprende también lo mutable y lo múltiple, que es justamente el
objeto material del análisis científico. Las cosas son esencialmente mutables
en el tiempo y múltiples en el espacio, aunque, desde el punto de vista de la
cosa en cuanto abstraída por la relación ontológica, estas condiciones
dimensionales, que son propias de una cosa singular, son las primeras en ser
separadas en el proceso de abstracción, cuando la esencia se va apartando de lo
singular para constituirse en ente y tender a lo universal. Sin embargo, la ley
de la relación causal, que incluye lo mutable y lo múltiple, no sólo hace
referencia a lo universal de la ley natural, sino que se puede asimilar a lo
ontológico.
Conclusión
Podemos afirmar que el concepto de la complementariedad
estructura-fuerza surge a posteriori de la perspectiva científica de observar
la realidad. La complementariedad consigue abrir, partiendo desde una
perspectiva netamente científica, un panorama filosófico; a pesar del criterio
de Kant, consigue pasar desde los hechos particulares y a posteriori, que
analiza la ciencia, hacia consideraciones de alcance transcendental. Esto es,
más que una teoría sobre la composición de la materia del universo, la noción
de la complementariedad corresponde a una categoría que es física y metafísica
a la vez, y que pretende responder no sólo al “cómo es” y al “qué es” de todo
el universo, sino que, en último término, al “por qué” de éste. Esta vez, a
diferencia de la filosofía tradicional, la respuesta procura apoyarse en toda
su amplitud en las conclusiones de la ciencia.
Vemos que a través de la complementariedad fuerza-estructura
el orden que existe en el universo y en cada cosa de éste se hace comprehensivo
a nuestra razón, y no al revés, como ha supuesto la tradición más idealista de
la filosofía tradicional. No se puede pasar por alto la extraordinaria
circunstancia que la perspectiva que establece esta complementariedad
constituye una metodología práctica para ordenar intelectualmente las cosas que
vamos conociendo. Si analizamos una estructura, podemos conocer su
funcionamiento; si analizamos recíprocamente un funcionamiento, podemos
describir una estructura.
La exploración de la posibilidad de construir una síntesis
filosófica a partir de estas propiedades tan transcendentales que
necesariamente se identifican con el universo mismo y que, además, no
constituya un sistema cerrado basado en premisas puramente apriorísticas es el
ambicioso propósito de este ensayo. Esta exploración nos conducirá primero a
estudiar, desde una perspectiva más filosófica que científica, las relaciones
entre estructura y fuerza. Estas relaciones pertenecen a los hechos
constitutivos del universo que la ciencia descubre e investiga, y sobre los
cuales una verdadera filosofía debe fundarse. En otros volúmenes (La llama de la mente, El pensamiento humano) proseguiremos
esta exploración a través de la teoría del conocimiento de la realidad, vale
decir, la mecánica de qué y cómo conocemos, y su expresión y comunicación en el
lenguaje, puesto que estas funciones son la clave para poder dilucidar qué
realidad nos es cognoscible y comunicable. Terminaremos por el análisis de la
incidencia de la estructura y de la fuerza en el ser humano (La voluntad de ser), hasta llegar a la
frontera de lo accesible a nuestro conocimiento objetivo, que es la frontera de
nuestro universo espacio-temporal (La
flecha de la vida), y también su incidencia en la sociedad, apuntando a las
tensiones que se generan.
El camino que seguiremos para este análisis tiene un sentido
definido, que parte desde lo simple y tiende hacia lo complejo; y ello debido a
dos factores. Uno es el que surge de ordenar las cosas según su estado natural
de estructuración. Las cosas se nos presentan como más o menos simples o
complejas. Entre una gota de agua y una mariposa, por ejemplo, la primera
aparece como más simple que la segunda. En esta comparación se puede apreciar,
entre otras cosas, que uno de los componentes de la mariposa es el agua. De
manera análoga, procederemos en el curso de este ensayo, y en los restantes,
desde las estructuras más simples hacia las más complejas. El segundo factor se
deriva de nuestra comprensión de la evolución del universo en el curso del tiempo.
El universo, que surgió con la estructuración más simple y homogénea posible,
las partículas fundamentales, ha ido evolucionando y ha ido conteniendo
estructuras cada vez más complejas, pasando desde escalas estructurales, que
agotan sus posibilidades de complejización, hasta escalas estructurales
superiores que contienen un número de estructuras de escalas inferiores, en una
sucesión estructuralmente evolutiva, incluyente, jerárquica y piramidal, de la
cual nos suponemos, los seres humanos, ocupar la cúspide.
CAPITULO 3. ESTRUCTURA, FUERZA Y FUNCION
La relación causal
está detrás de todo cambio y se explica por la estructura y la fuerza. El
cambio sucede entre una estructura causa y una estructura efecto, donde el
vínculo es la fuerza. Las únicas fuerzas que operan en el universo son las
cuatro fuerzas fundamentales de la física. La combinación específica de
fuerzas, que dependen de cada estructura particular, es la función. Las
estructuras de la relación causal son funcionales porque contienen subestructuras
que son a su vez funcionales, hasta llegar a las estructuras fundamentales
donde operan las fuerzas fundamentales. Una cosa cambia de un modo tan
característico que se puede inferir una ley universal, por lo que la relación
causal es determinista, pero todo cambio posee la indeterminación fundamental.
Cambio y relación causal
Tanto el cambio como la inmutabilidad tienen una importancia
profunda para nuestro acercamiento cognoscitivo a la realidad. La inmutabilidad
de las cosas nos permite conocer, ya que las relaciones ontológicas que
efectuamos con nuestro pensamiento abstracto nos devela una realidad plena de
maravillosas significaciones y sentidos que no son para nada evidentes si el
pensamiento permanece inactivo, observando el entorno, como lo hace cualquier
animal. Constatamos al mismo tiempo que lo único que existe en la realidad es
el cambio mismo, que fue lo que llamó tan poderosamente la atención a
Heráclito, y que si aplicamos allí también nuestro pensamiento abstracto –y el
método empírico–, descubrimos que las relaciones causales propias de la
realidad que observamos se rigen por leyes universales inmutables, de las que
además su conocimiento nos sirve para desarrollar la tecnología. Así, en el
cambio podemos precisamente encontrar los elementos inmutables o invariantes
específicos que nos permite conocer la realidad.
Pero no es tanto la epistemología el centro de nuestra
atención de este momento, sino el cambio. Esencialmente, el cambio reside en
las modificaciones estructurales, muchas de las cuales resultan en nuevas
estructuraciones. Incluso una desestructuración tan radical y profunda como la
muerte de un organismo viviente produce la estructuración de sus depredadores y
bacterias descomponedoras. En consecuencia, el cambio está relacionado con
estructuras y fuerzas, y también con relaciones causales, y no se genera por sí
mismo, sino que depende de la relación causal. Toda relación causal implica
cambio. Cuando algo ocurre, algo ha precedido a aquel suceso. El vínculo entre
ambos es la fuerza. Una causa es una fuerza que tiene por término un efecto.
Formalmente se plantea el problema filosófico de si acaso
todo lo que ocurre se debe a una causa. La respuesta es ciertamente positiva.
Ningún cambio resulta de la nada. Un efecto procede de una causa. Tanto la
causa y como el efecto están relacionados con necesidad. Más precisamente, un
efecto ocurre cuando se dan una cantidad de condiciones o, más precisamente,
causas. Por ejemplo, la combustión ocurre sólo cuando un material combustible
se encuentra en un medio con oxígeno y en presencia de una llama. La llama
puede ser suplida por suficiente temperatura. No sólo una causa es una
condición necesaria para que ocurra un efecto, sino que para que ocurra un
efecto se requiere corrientemente de una cierta cantidad de otras causas,
siendo necesarias cada una y todas ellas. El principio universal de causación
establece que para cualquier evento en el universo existe un conjunto de
condiciones. Si estas condiciones son satisfechas, entonces el evento ocurre
invariablemente. Cuando se desconocen las causas, no se dice que un evento
sucede sin que éstas existan, sino que se acepta teóricamente su existencia, y
se adquiere conciencia de la necesidad de su descubrimiento.
La ciencia tiene por objeto descubrir las causas para los
distintos eventos, y la mayor parte de las veces, éstos resultan muy complejos
por la cantidad de condiciones que van apareciendo en este proceso de
descubrimiento. Sin embargo, como la ciencia es un proceso progresivo que se va
construyendo sobre anteriores descubrimientos, nunca ella parte de cero. Y
muchas veces quedan numerosas incógnitas para resolver en algún futuro.
Para comprender el funcionamiento del universo, no basta con
constatar el hecho de la causalidad; es necesario responder primeramente al
“cómo” se da la relación causal. Esta pregunta es lo que distingue a la ciencia
de cualquier otro tipo de conocimiento. A partir del conocido fenómeno de la
ebullición del agua cuando se le aplica calor, la ciencia llega a descubrir,
por ejemplo, que estando sometida a la presión de una atmósfera, ésta bulle con
necesidad cuando la temperatura alcanza los 100º centígrados. Comprende que
toda la energía adicional que se aplica se transforma en vapor. Llega a medir
el calor para evaporar cada gramo de agua y descubrir que será necesario
aplicar 565 calorías cuando la presión es de una atmósfera. Descubre los
requerimientos de calor según las variaciones de presión; y así sucesivamente.
Existe también una perspectiva filosófica a la relación
causal cuando se busca responder al “por qué” se da ésta. En este sentido se
puede decir –cual es el caso que aquí nos interesa como filósofos– que las
cosas son mutables porque están compuestas de estructuras y fuerzas. La explicación
de la relación causal, que es el fundamento de lo mutable, deberá encontrarse
en la complementariedad estructura-fuerza. Aunque los términos “estructura” y
“función” han sido sacados de la biología, en este ensayo han recibido un
contenido conceptual que los hace trascendentales y, por tanto, aplicables a
todas las cosas y fenómenos del universo.
Afirmar que las cosas son estructura y fuerza es un paso muy
grande sobre el solo identificarlas con el ‘ser’, como lo ha hecho hasta ahora
la filosofía tradicional. Esta afirmación penetra en lo más profundo de las
cosas, llegando a definirlas íntimamente por lo que son y no sólo por lo que
aparecen a través de sus funciones. Establece verdaderamente qué es la cosa en
sí, la que Kant aseguraba que era imposible de conocer. En síntesis, esta
afirmación es el resultado de relacionar ontológicamente los componentes de una
de las dos identidades más trascendentales de las cosas, es decir, la
complementariedad de la estructura y la fuerza, la que podemos identificar con
el ser desmenuzado íntimamente. La otra identidad es ciertamente la existencia,
la que ha sido hasta ahora el único objeto material de la filosofía tradicional
del ser que permanece en toda su relevancia.
En el curso de la historia del universo, cuyo origen estuvo
en una cantidad infinita de energía contenida en un punto sin tiempo ni espacio
que generó en un determinado instante lo que el físico ruso, George Gamow,
llamó “big bang”, produciendo la transformación
de esta energía en materia, o condensación de energía en materia. Después de
este singular acontecimiento, y mientras, desde el punto de vista del big bang,
la materia –y no el espacio como se inclinan muchos cosmólogos a suponer– sigue
expandiéndose a la velocidad de la luz, el resultado neto es que la materia ha
sido objeto de una creciente estructuración, que contiene escalas incluyentes y
cada vez mayores, hasta generar seres humanos, supuestamente las cosas del
universo más complejas y funcionales. En consecuencia, si la materia es la
forma de condensar energía, la materia cada vez más estructurada ha sido la
forma de contener y aprovechar la energía de modo cada vez más eficiente.
La naturaleza de enorme complejidad que observamos en las
cosas que nos rodean, tales como el hecho que organismos puedan vivir, crecer,
desarrollarse, reproducirse, actuar en forma multifuncional, etc., no obedece a
que este tipo de seres son productos directos de un “diseño inteligente”, sino
que Dios, dotando a la energía con el código de las leyes naturales, creó el
universo con la capacidad para que a partir de la enorme funcionalidad de las
mismas partículas fundamentales se llegara a seres tan complejos como los
mismos humanos. El mecanismo causal ha sido el de la evolución tanto física
como biológica. Esta evolución se explica por la capacidad que tiene la materia
para estructurarse gracias a la fuerza en escalas inclusivas cada vez mayores y
más complejas.
Cambio y fuerza
Un cuerpo se mueve cuando cambia de lugar. Un lugar es el
marco de referencia de un conjunto de cuerpos que éstos generan en su
interactuar. Luego, el movimiento se explica en relación a otros cuerpos. El
movimiento es distinto del cambio. El cambio es la alteración del movimiento
uniforme de un cuerpo respecto al marco de referencia y requiere la aplicación
de fuerza.
Las cosas son estructuras espaciales sostenidas en el
tiempo por las fuerzas que las integran. Pero las cosas cambian cuando se
relacionan causalmente entre sí, afectándose. Las cosas cambian por diversos motivos.
Algunas de las subestructuras que las constituyen pueden ser afectadas por
alguna causa externa. También ellas pueden afectarse mutuamente entre sí,
alterando la estructura de la cual forman parte. En fin, puede ocurrir que se
produzca una transformación en la estructura de la cual la cosa es una
subestructura.
Una causa, que es el ejercicio de fuerza, requiere
previamente contener energía de alguna forma, ya sea acumulada, como portadora
(energía potencial), o en movimiento, como transmisora (energía cinética). Un
efecto es producido por la fuerza, recibiendo la energía que ésta porta.
Podemos imaginar la fuerza como el vehículo de la energía que transita a lo
largo de un acontecimiento y en un tiempo entre una causa y un efecto. Un
acontecimiento es cambio porque es transferencia de energía por medio de la
fuerza que produce estructuraciones y desestructuraciones.
En la escala más fundamental de todas, el de las partículas
subatómicas fundamentales, el cambio es en realidad un intercambio de partículas
con niveles cuánticos de energía. Una partícula subatómica es emitida por la
causa, y el efecto que se opera es la estructuración de otra partícula. Si la
partícula estructurada es más compleja, hay absorción de partículas con
energía; si se opera la desintegración de una partícula, se emiten partículas
energéticas más simples.
También en la escala más fundamental de todas se distinguen
cuatro tipos de fuerzas. La primera en ser reconocida fue la fuerza
gravitatoria. Newton la definió como aquella que atrae a dos cuerpos de modo
directamente proporcional al cuadrado de sus masas e inversamente proporcional
al cuadrado de la distancia que los separa. La fuerza gravitatoria es muy
débil, pero tiene alcance infinito. En el siglo pasado se descubrió la fuerza
electromagnética. Esta es definida como la fuerza que atrae o repele
directamente dos cuerpos cargados eléctricamente, según tengan respectivamente
carga de signo opuesto o igual, con una intensidad inversamente proporcional al
cuadrado de la distancia que los separa. Es mucho mayor que la fuerza
gravitatoria y su alcance es también infinito. En el curso del siglo pasado, a
través de la experimentación con núcleos atómicos, se descubrieron dos nuevas
fuerzas fundamentales. Así, la fuerza de interacción fuerte actúa para mantener
a los nucleones unidos dentro del núcleo atómico. Es más intensa que la fuerza
electromagnética, que hace que los protones se separen por repulsión, y su
radio de acción es de corto alcance. Por último está la fuerza de interacción
débil. Esta es más débil que la fuerza electromagnética, pero es más fuerte que
la gravitacional. Su alcance es muy corto e interactúa con los leptones
(neutrino, electrón-positrón y muón).
Lo que es importante advertir aquí es que en absolutamente
todas las escalas las fuerzas que actúan en el cambio son combinaciones de las
cuatro fuerzas fundamentales anotadas, no existiendo otro tipo de fuerza
actuante –al menos que aún no haya sido descubierta–. Las cuatro fuerzas
fundamentales son las únicas que explican todos los fenómenos que observamos y
experimentamos en el universo. Así, a través de su combinación, en sus
distintas escalas de estructuración, no sólo nuestra acción intencional ejerce
sus efectos en el medio que nos rodea, sino que también intencionamos una
acción, por mucho que supongamos que alguna fuerza de un ámbito no material
estaría detrás de la deliberación de nuestra acción libre e intencional. Si
aceptamos la complementariedad de la fuerza y la estructura para explicar lo
que hay detrás de todo ser existente, no es necesario postular ámbitos
distintos al natural, como por ejemplo, el espiritual. Absolutamente todo
fenómeno posible de ser experimentado y de ejercer fuerza pertenece al mundo
natural.
Una relación causal tiene un tiempo para efectuarse. Este
depende de la cantidad de energía que se transfiere y de la velocidad de la
transferencia. Un cambio puede ser tan imperceptible como la evaporación del
agua de un vaso en el ambiente de una pieza o tan explosivo como la oxidación de
un volumen de hidrógeno, produciendo agua. Una relación causal puede medirse
según la energía transferida y su velocidad de transferencia, que es lo que
hacen físicos e ingenieros, quienes emplean términos como fuerza, trabajo,
potencia, y unidades para medir fuerzas, espacios, tiempos, temperaturas,
presiones, velocidades, etc. Pero no hacen distinción más allá que la
cuantitativa entre, por ejemplo, la potencia requerida para pulverizar una
tonelada de roca y la ocupada en la replicación del ADN.
Función
Para comprender la relación causal entre estructuras debido
a la fuerza, es debe introducir el concepto “función”. Función es lo que
permite a una estructura ser causa o efecto. Así, toda estructura es funcional
porque ejerce fuerza o porque es receptora de fuerzas. La función es la
combinación específica de fuerzas de una estructura particular, es decir, ésta
es particularmente funcional porque es causa o efecto de una combinación
específica de fuerzas. Una función de cualquier estructura de nuestro universo
ejerce peso, ya que todas las estructuras se componen de partículas masivas. No
obstante una estructura puede tener otras funciones aún más decisivas que la
distinguen, como tener extensión o reflejar y absorber ondas lumínicas, y
también algunas como concebir ideas.
La velocidad del movimiento de una estructura con respecto a
otra le confiere una energía potencial proporcional. Una función puede ser algo
tan simple y directo, como un mazazo contra un cráneo, donde la fuerza
principal proviene de la energía cinética que adquiere el mazo con respecto al
cráneo. Puede ser asimismo algo tan complejo y sutil, como el pensar abstracto
dentro del cráneo, donde intervienen fuerzas provenientes de energías químicas
y eléctricas, millones de neuronas entrelazadas, y neurotransmisores muy
particulares.
De la misma manera como una estructura se ve afectada de un
modo determinado por una fuerza particular, una estructura tiene una forma
particular de ejercer fuerza y ser por tanto una causa. La fuerza no es una
entidad que existe independientemente de la estructura, ya que ambas son
complementarias. Si toda fuerza está necesariamente vinculada con una
estructura, la fuerza es ejercida de acuerdo a la funcionalidad de esta
estructura particular. La fuerza actúa de acuerdo a la forma de funcionar de su
estructura complementaria. Del mismo modo, la fuerza actúa sobre otra
estructura según su configuración particular para el que es funcional como
efecto.
La función puede definirse como la forma específica en que
una estructura actúa ya sea como una causa ya sea como un efecto, es decir,
como la capacidad específica para interactuar con otras estructuras según sus
formas de existir. La relación causal se establece por la predeterminación de
la funcionalidad de las estructuras que intervienen en la transferencia de
energía por medio de la acción de la fuerza. En la realización de la conexión
causal la estructura causa y la estructura efecto se transforman en
subestructuras de una estructura de una escala superior.
Si una estructura tiene funciones distintas de otra
estructura, a pesar de que en ambas actúan los mismos tipos de fuerzas
fundamentales, se explica porque ejerce su acción según una combinación
específica de las mismas, distinta de la combinación que tendría la otra
estructura. Una estructura puede verse azul, mientras otra nos parece roja. La
diferencia se encuentra en que la primera absorbe toda la gama de la luz
blanca, excepto la radiación de ondas de color azul, la que refleja, en tanto
que la estructura roja hace exactamente lo mismo, excepto que refleja el color
rojo. Por esta diferencia, las estructuras son distintas en una de sus
múltiples funciones, la de reflejar luz.
Una estructura es funcional en el sentido de que es capaz
tanto de generar energía como de recibir energía. La fuerza pertenece a la
funcionalidad tanto de la estructura causa como de la estructura efecto. Sin la
funcionalidad de ambas estructuras no puede haber transferencia de energía. Si
no existe emisión y recepción de fuerza en un tiempo dado, la relación de
causalidad no se produce. Tal como toda combinación específica de fuerzas está
relacionada con una estructura específica, una estructura es funcional ya sea
como causa, ya sea como efecto; y una relación causal requiere al menos de una
estructura que funcione como causa y de una estructura que funcione como
efecto. Mientras ello no suceda, la funcionalidad será sólo potencial. El grado
de funcionalidad de una estructura depende del eficiente uso de energía, y una
estructura tendrá mayor posibilidad de subsistir si es más funcional. La
funcionalidad es imperfecta en la mayoría de las relaciones causales más
complejas.
Por función podemos entender además la configuración
espacial de una estructura con respecto a otra por la cual se puede dar
traspaso de energía. Existiendo un calce entre ambas estructuras se puede
hablar de funcionalidad de ambas, pues la acción de la fuerza es posible. Esto
significa también que una estructura es funcional únicamente con respecto a
otra estructura, careciendo de sentido el hablar de función sin referencia a
una segunda estructura, aunque sea tácita.
Estas fuerzas fundamentales, que son funcionales como tales
precisamente en las estructuras más fundamentales, se combinan de un modo
determinado desde el instante en que las partículas fundamentales entran a
formar parte de estructuras en calidad de sus unidades discretas o
subestructurales fundamentales. La nueva estructura que ha surgido ya no opera
únicamente según la funcionalidad de las partículas fundamentales que la
integran, sino que a través de ellas, obtiene un modo distintivo de operar o de
ser funcional. Una mesa tiene masa y por tanto, al actuar junto con la masa
terrestre, ejerce un peso determinado sobre el suelo, lo que le impide, entre
otras cosas, volar. Pero también consiste en un plano horizontal que se yergue
a cierta distancia sobre el suelo mediante patas, permitiéndole ser
particularmente funcional para sostener, por ejemplo, platos, copas y
cubiertos.
Al integrar estas nuevas estructuras, en calidad de unidades
subestructurales, a formar parte de estructuras de una escala aún superior, las
fuerzas fundamentales, ya especificadas, se especifican aún más, de modo que
resulta difícil asegurar, aunque en realidad así es, que la función propia de
la nueva estructura pueda depender de las fuerzas fundamentales. Un ejemplo
podrá servir para entender el concepto de función en tanto especificación de
fuerza. Un átomo de hidrógeno, o uno de oxígeno, deriva su respectiva función de
la estructuración de su núcleo y sus mantos electrónicos a partir de la
funcionalidad específica de los nucleones que lo compone. Éstos, a su vez,
dependen de los quarks estructurados a partir de la funcionalidad de las
partículas fundamentales. Por su parte, la funcionalidad específica de estos
átomos permiten que de la combinación de dos de hidrógeno por uno de oxígeno,
dentro de un determinado rango de temperaturas, resulte la estructura molecular
H2O, la que obtiene funciones específicas
ampliamente conocidas no sólo por físicos y químicos, sino que por todos
nosotros, aunque tal funcionalidad derive de las sucesivas combinaciones de
fuerzas que dependen de las estructuraciones particulares sucesivas y que
tienen su origen primordial en las fuerzas fundamentales. Además, dicha
molécula ejerce una determinada fuerza gravitacional en otros cuerpos a causa
de la masa que contiene. También posee una determinada carga eléctrica según el
equilibrio de cargas de las partículas fundamentales cargadas eléctricamente
que contiene, y que la hace ser funcional respecto a otras moléculas y átomos.
De lo visto podemos establecer, no obstante, que en la
progresiva estructuración de la materia únicamente las fuerzas gravitacional y
electromagnética tienen la capacidad para intervenir, pues ambas generan campos
espaciales donde interactúan. En cambio, el alcance de las fuerzas de
interacción fuerte y débil se reduce a los núcleos atómicos. Además, tanto la
gravitacional como la electromagnética son fuerzas que permiten tanto un
intercambio permanente de energía como un consumo consecuente de energía; en
cambio, la fuerte y la débil son fuerzas que, una vez efectuado el intercambio
energético, se mantiene el vínculo de interacción a la manera de un candado
que, una vez consumida la energía en cerrarlo, se mantiene cerrado.
Cambio estructural
La relación causal es determinista y funciona del mismo modo
en todas las situaciones donde las condiciones son las mismas. La base para la
existencia de las leyes naturales es, precisamente, el hecho de que todos los
seres o cosas del universo son estructuras y fuerzas a la vez. La función
específica o el modo de un comportamiento particular de una estructura es la
base de la existencia de una ley natural determinada. Virtualmente todas las
cosas del universo –exceptuando fotones y neutrinos–, incluyendo el mismo
universo, están compuestas de partículas fundamentales masivas, por lo que
responden a la ley natural de la gravitación universal. Del mismo modo, la
floración en primavera de las plantas obedecen a las leyes naturales de la
biología, y el correcto pensamiento racional de una mente humana cumple con las
leyes naturales de la lógica.
Una estructura se mantiene en un delicado equilibrio. Este
no es necesariamente precario. Pero por su misma naturaleza, es provisorio,
aunque en algunos casos su duración se mida en miles de millones de años. Para
subsistir una estructura depende de fuerzas que le permiten una estabilidad
relativa y una tendencia al equilibrio. Todo equilibrio es connatural a un
estado particular de entropía, y dicho estado es permanente mientras no
intervenga alguna fuerza externa. En un sistema cerrado y sin aporte nuevo de
energía las fuerzas tienden a equilibrarse y las estructuras a estabilizarse,
llegando a una entropía máxima.
Pero un sistema cerrado es teórico. En la práctica, en la
naturaleza, no se dan sistemas perfectamente cerrados. En la realidad los
sistemas son abiertos y allí los equilibrios se rompen y se producen tanto
estructuraciones como desestructuraciones. Un sistema ecológico, por ejemplo,
no puede considerarse de hecho cerrado; podrá ser así considerado sólo en
teoría y sólo para fines de análisis, pero siempre está sometido a fuerzas
externas, en lo que se denomina modificación del medio. El clima y los
accidentes geográficos pueden cambiar, especies endógenas pueden evolucionar o
extinguirse, especies exógenas pueden ingresar.
Las estructuras son, desde luego, más funcionales cuando
existe una mejor oportunidad para que se relacionen causalmente entre ellas, es
decir, cuando mejora la ocasión de un encuentro en algún punto espacio-temporal
particular. Una superficie mojada se seca más rápidamente si es barrida por un
chorro de aire más veloz y más caliente. Las relaciones causales aumentan
cuando mejoran las condiciones para que las estructuras se encuentren. En este
caso, el chorro de aire y la superficie mojada. La evolución biológica no es
otra cosa que el descubrimiento y transmisión genética de mecanismos que
permiten no sólo mejorar estos encuentros para que los procesos ocurran con
mayor rapidez, sino controlarlos para aumentar la seguridad, pues un organismo
vivo es una estructura ávida de aquellas relaciones causales destinadas a su
autoestructuración, lo que le permite ser aún más funcional para sobrevivir. En
un organismo viviente muchas de sus subestructuras de su medio interno
consisten principalmente en sistemas de transporte interno de fluidos y
señales, y las de su medio externo, en sistemas de locomoción o de captación que
le permiten apropiarse de los nutrientes existentes allí.
Podríamos preguntarnos que si todo cambia, cómo es que
existen cosas de alguna manera. Este es un tema tratado más ampliamente en mis
referidos libros La materia y la energía,
capítulo 1 (ref. http://unihum1.blogspot.com),
y El pensamiento humano, capítulo 2
ref. http://unihum5.blogspot.com). En
breve la respuesta es doble. Por una parte, la existencia favorece el
equilibrio que se consigue por entropía, es decir, por el uso de la fuerza para
la estructuración, de modo que si hay cosas que existen, es porque han
conseguido estructurarse y mantenerse en equilibrio. Por la otra, las cosas
existen porque el cambio de una estructura no afecta necesariamente a las
estructuras que son sus unidades discretas, o de la estructura de la que es una
subestructura. Las gotas de agua que fluyen en una corriente que cambia
mantienen su propia identidad, mientras que el curso de agua mantiene su propia
identidad a pesar de que las gotas que fluyen son distintas.
Una estructura puede no afectar a otra si la fuerza ejercida
sobre ella es insuficiente. En tal caso, se puede decir que ninguna llega a ser
funcional. Un trabajador no podrá pintar todo un alto muro si la escalera que
ocupa es muy corta. En el extremo opuesto, una estructura puede ser destruida
si es sometida a una fuerza demasiado intensa para su capacidad de resistencia.
En este caso, las fuerzas que la integran y la sostienen se ven superadas por
la excesiva fuerza externa. El pintor del caso puede darse un costalazo si la
escalera que usa es demasiado débil.
Así, pues, distintas fuerzas internas y externas van lenta o
rápidamente transformando una estructura, y tarde o temprano terminarán por
desintegrarla si acaso antes fuerzas adicionales no la destruyen primero. Una
fuerza irrumpe en una estructura por el punto de menor resistencia. Una
estructura se desintegra por el eslabón más débil.
La fuerza que transforma una estructura puede actuar de tres
maneras distintas, dependiendo de la escala. Así, ella puede actuar en una
escala inferior y cambiar o destruir una o más subestructuras que son
necesarias para la subsistencia y funcionalidad de la estructura del caso, como
una pata carcomida de una silla. También ella puede ser ejercida sobre ésta
desde fuera y en la misma escala, como la misma silla del ejemplo que se ve
obligada a sostener un peso mayor que su capacidad de resistencia y termina
haciéndose trizas. Por último, ella puede pertenecer a una escala superior y
actuar sobre una estructura, en tanto su subestructura, como el rebarnizado del
amoblado del comedor, del cual la silla en cuestión forma parte.
Una estructura puede verse afectada por poderosas fuerzas
desintegradoras, o también en su propio funcionamiento se pueden producir
directamente fuerzas que la pueden ir desintegrando. Cuando las fuerzas para
funcionar se obtienen de sí misma, ella acabará por desintegrarse totalmente.
Pensemos por ejemplo en un combustible. Cuando se oxida quemándose, su
estructura se transforma aportando energía y partes desintegradas a otras
estructuras que las vuelven a integrar, hasta que se consume por completo,
punto en el cual cesa de existir. Cuando el funcionamiento de una estructura
produce su propia desintegración (segunda ley de la termodinámica), su producto
va a la integración de otra estructura (primera ley de la termodinámica). La
producción de energía es proporcional a la velocidad de desintegración de una estructura.
El proceso inverso ocurre cuando una estructura se
construye. El aporte de energía al sistema no sólo le permite funcionar, sino
que conduce a su mayor estructuración. La eficiencia del consumo de energía es
proporcional a la funcionalidad de una estructura que se va integrando o que
simplemente subsiste.
También existen estructuras que para funcionar obtienen
energía del medio circundante. En este caso, tenemos, por ejemplo, los
organismos biológicos y las máquinas. En ambas la reposición de la energía
consumida se obtiene del medio. Si es una máquina, el aporte de energía la
utiliza para la transformación estructural de otras cosas. Cuando la energía se
obtiene activamente del medio, como es el caso de los organismos biológicos, la
subsistencia se denomina supervivencia.
El universo no es una realidad de paz, armonía y
convivencia, propios de la inmutabilidad, sino de lucha y conflicto, que
caracterizan el cambio. En el cambio la estructuración de la materia requiere
la energía que se encuentra en la materia ya estructurada. Así, la
construcción, la estructuración y la vida surgen de la destrucción, la
desestructuración y la muerte.
Funciones múltiples y multifuncionalidad
Se pueden distinguir varios tipos de funciones, los que
dependen de la forma cómo una estructura es funcional y del tipo de fuerza que
es ejercida. A pesar de que toda estructura es multifuncional en el sentido de
que puede ser causa y efecto de numerosas relaciones causales, existen
determinadas funciones fundamentales y simples. Éstas las resumiremos como
sigue: Los conductores son estructuras que funcionan meramente como
transmisores de energía y no cambian durante el proceso. Las válvulas son
estructuras que detienen o liberan energía. Los conmutadores son estructuras
que, usando energía para operarlo, transfieren mayor cantidad de energía entre
otras estructuras. Incluso, pueden existir conmutadores automáticos y/o
reguladores cuya energía para operarlos proviene de parte de la energía
conmutada. Un caso particular son los amplificadores que son estructuras que,
consumiendo energía, controlan energías mayores. Los catalizadores son
estructuras que por su sola y necesaria presencia una fuerza actúa. Los
acumuladores son estructuras que mantienen energía en ellos mismos, almacenada
como energía potencial, para después poder liberarla. Los motores y generadores
son estructuras que transforman la energía de una escala a energía de otra
escala. Las máquinas son estructuras que aplican energía a otras estructuras
para transformarlas, permaneciendo ellas mismas inmutables al final del
proceso. Los seres vivos son estructuras que utilizan la energía para
desarrollar nuevas partes integrantes y regenerar partes desgastadas. Estas
funciones son algunas de las múltiples formas que emplean las diversas
estructuras para utilizar la energía según los principios de la termodinámica.
Exceptuando la funcionalidad de los seres vivos, la tecnología ha reproducido
los mecanismos funcionales que se encuentran en la naturaleza y le ha dado nombres
apropiados.
La inteligencia del ser humano es un desarrollo ulterior de
un mecanismo biológico sensor y elaborador de la información del medio externo
y de control motor, y que ha evolucionado hasta adquirir la capacidad de
pensamiento abstracto y racional. Estas funciones especiales le han permitido
crear una diversidad de tecnologías para explotar nuevos y más recursos,
entendiéndose por explotación la intencionalidad en el encuentro causal con
estructuras que le son beneficiosas. Con su inteligencia los seres humanos
estructuran y controlan, cada vez con mayor eficiencia, sistemas de transportes
y comunicaciones, redes de abastecimiento y distribución, sistemas de
procesamiento y transformación de estructuras, como líneas de producción y de
montaje, los que proliferan y se agigantan, respondiendo al esfuerzo por
optimizar y aumentar las oportunidades de encuentros causales controlados que
le son beneficiosas, pues producen bienes y servicios que ellos mismos
consumen. En las últimas décadas hemos estado asistiendo a un acelerado proceso
industrial de automatización y de remplazo de trabajo humano con la adición de
sistemas computacionales y comunicacionales.
Una estructura puede desempeñar varias funciones a la vez.
En este sentido, una estructura es multifuncional. El caso natural es que los
procesos y fenómenos son muy complejos y esa complejidad se debe a la
multifuncionalidad de las estructuras y la intervención de múltiples
estructuras en cualquier simple proceso. La cantidad de funciones que puede
desempeñar cualquier estructura depende de su propia complejidad. Por una
parte, estas funciones no corresponden a la sumatoria de las funciones propias
de las subestructuras que la componen, sino que a aquellas que le son
peculiares por la combinación particular de sus propias subestructuras
funcionales. Por ejemplo, dentro de las funciones propias de un animal, no está
la de producir bilis, aunque ésta sea la función principal del hígado, órgano
constituyente de la estructura del animal en cuestión, y sin el cual no puede
subsistir, pues no podría digerir y metabolizar el alimento. Por la otra, las
funciones dependen de la existencia de otra estructura que pueda interactuar
con la primera, que pueda ser o bien causa o bien efecto de la funcionalidad de
la primera. Esto significa que tanto la primera estructura como aquélla con la
que interactúa deben pertenecer de algún modo a una estructura de escala
superior.
A la inversa, existen estructuras distintas que pueden
ejercer idénticas funciones. Así, por ejemplo, la función alar para volar la
desempeñan eficientemente estructuras tan disímiles como las alas de un avión,
una mariposa, un ave, un pterodáctilo, un murciélago, las aspas de un
helicóptero. La función de todas ellas es aprovechar la fuerza de sustentación
que se genera cuando el plano de la estructura alar se desplaza a través del
aire en un cierto ángulo positivo con respecto a la dirección del movimiento y
a una cierta velocidad.
Una característica de la interacción entre estructuras y fuerzas
reside en la capacidad funcional, o viabilidad, de las primeras. Esta capacidad
es directamente proporcional a la complejidad de la estructura e inversamente
proporcional a la fuerza empleada. Por ejemplo, la complejidad de los átomos
aumenta con el número atómico hasta el límite en que la fuerza nuclear
requerida para su estabilidad llega a ser insuficiente, siendo superada por las
fuerzas electromagnéticas repulsivas de la gran cantidad de protones que
tienden a desintegrarlo. Asimismo, las moléculas son más funcionales cuanto más
complejas sean, pero también se tornan menos viables y más inestables. Sin
duda, en forma similar, debe existir un límite para la longitud de un puente
hecho de acero, o para la altura máxima de un edificio de hormigón armado.
En general, la estabilidad de una estructura es directamente
proporcional a su dependencia con la estructura de escala mayor de la que forma
parte, y a su simplicidad. Las complejísimas moléculas proteicas, por ejemplo,
se desintegran rápidamente si no obtienen las condiciones adecuadas para su
subsistencia. Una estructura se torna inestable cuando se hace más compleja.
Una sociedad moderna multitudinaria, por ejemplo, no puede tener una estructura
tribal, aunque podría no obstante contener elementos tribales en su seno.
Simplemente sus unidades discretas, las personas, no tienen las posibilidades
materiales para poder entrar en contacto con las otras y convivir.
Una mayor complejidad no significa necesariamente mayor
funcionalidad en cierto sentido si no se considera la eficiencia en la
utilización de la fuerza y el aprovechamiento de la energía. Por ejemplo, un
fino reloj podría funcionar también como martillo y clavar un clavo en la pared
con él. Toda estructura, además de ser funcional, es más o menos eficiente. Una
determinada funcionalidad depende, en último término, de la eficiencia con que
una estructura particular utilice la fuerza, aun cuando la relativa eficiencia
de una estructura está relacionada con su mayor o menor complejidad.
Complementariedad múltiple y mutable
La multiplicidad es una propiedad que pertenece tanto a las
estructuras como a las fuerzas. La cantidad es una cualidad de la duración y de
la extensión, esto es, del tiempo y del espacio. Tanto la estructura, que es
espacial, como la fuerza, que actúa en el tiempo, son cuantificables y
medibles. Sin embargo, ambas son cuantificables y medibles en relación a su
complementario. Así, cuando hablamos de multiplicidad de fuerzas, nos estamos
refiriendo a las estructuras-causas en su relación a las estructuras-efectos.
La intensidad y la magnitud de una fuerza son cuantificables sólo en la
estructura-causa y en la estructura-efecto. El punto desde donde se ejerce, la
dirección, el sentido y el alcance de una fuerza, como también su duración y su
velocidad están obviamente relacionadas al espacio de las estructuras. Lo
central es que cualquier relación causal entre estructuras se identifica con la
transferencia de energía que se verifica por la fuerza en el espacio-tiempo.
La mutabilidad de las cosas no es continua, sino discreta.
Las estructuras y las subestructuras de las que están compuestas van cambiando
discretamente, en forma de unidades, según la escala en la que constituye una
unidad discreta. Por ejemplo, una hoja respecto a la rama, una rama respecto al
árbol o un árbol respecto al bosque. Así, una rama subsiste aunque haya perdido
una o más hojas. Un bosque es un conjunto de pocos o muchos árboles que están
naciendo, creciendo y muriendo, y la pérdida o ganancia de unidades no afecta
esencialmente al conjunto y su funcionalidad. En este sentido, la mutabilidad
vista desde una escala superior es continua, aunque muchas veces imperceptible.
Por ejemplo, los átomos de uranio 238 de una roca se van transmutando
continuamente, pasando a torio 234,
a protactinio 234, a uranio 234, hasta convertirse en plomo
206, aunque cada conversión de cada átomo se realiza en forma brusca a causa de
las instantáneas pérdidas o ganancias de partículas subatómicas, y el conjunto
va cambiando dependiendo de la vida media de cada clase de átomo.
Vimos que en toda relación causal una cantidad de energía
generada por una estructura que actúa como causa es absorbida por otra
estructura que actúa como efecto. Por este hecho, ambas estructuras pasan a
pertenecer a una misma escala dentro de la cual interactúan. Lo que constituye
un hecho especialmente fundamental es que al vincularse dentro de una escala
ambas estructuras se integran como subestructuras en una estructura de escala
superior a la que por esta relación causal llegan a conformar. De este modo,
una estructura de escala superior emerge y adquiere existencia cuando una
fuerza vincula dos o más estructuras en una relación causal. Es así que la sola
relación causal entre dos estructuras conforma una nueva estructura de escala
superior, cuya vigencia depende de la duración del vínculo causal.
Recíprocamente, la funcionalidad específica de toda
estructura depende de su inserción en un medio estructural de escala mayor que
posibilite la relación física, tanto espacial como temporal, para permitir la
acción de la fuerza. Esto explica la estructuración del universo, el que da
origen a la multiplicidad de cosas y escalas. También explica que toda
estructura nunca se encuentre en reposo, y permanentemente se esté modificando,
aunque el cambio sea frecuentemente imperceptible para la vista y para nuestra
relativamente agitada y corta existencia. En su seno sus subestructuras se
relacionan causalmente, produciendo el cambio.
Tal como hemos visto, el origen de las fuerzas y las
estructuras está en lo más fundamental de la materia, esto es, en las
partículas fundamentales. Por consiguiente, el origen de la estructuración debe
buscarse en las estructuras fundamentales, las que generan las cuatro fuerzas fundamentales,
descritas más arriba. Una fuerza fundamental siempre es generada por un tipo
fundamental de estructura, en tanto causa, y siempre afecta y modifica el mismo
tipo fundamental de estructura, en tanto efecto. A partir de las estructuras
fundamentales, que se relacionan causalmente, se erige la progresiva
estructuración que observamos en el universo.
La funcionalidad de las estructuras de escalas mayores
depende, en último término, de la funcionalidad fundamental. Las fuerzas que
intervienen en la causalidad de estructuras de escalas mayores son las mismas
que encontramos en la escala fundamental, pero en proporciones y cantidades
distintas. Así, toda estructura de toda escala depende de la funcionalidad de
las estructuras fundamentales. Ello constituye la base de la unidad del
universo. Este hecho se generaliza para la totalidad de las estructuras y
escalas contenidas en el universo.
La importancia filosófica de esta explicación es que la
relación causal, que vincula la estructura con la fuerza en una
complementariedad, integra estructuras desde las partículas fundamentales hasta
el mismo universo, pasando por innumerables escalas. Así, la relación causal
explica el universo y las cosas que contiene. Anteriormente se había afirmado
que la fuerza estructura la masa. Ahora correspondió explicar el modo cómo la
fuerza estructura la materia.
CAPITULO 4. ESTRUCTURA Y ESCALA
Las cosas del universo
son estructuras que se ordenan jerárquicamente en escalas de acuerdo a espacio
y complejidad. A partir de las partículas fundamentales y hasta abarcar la
totalidad del universo, toda estructura es subestructura de alguna estructura y
contiene a su vez subestructuras. Sus subestructuras, que pertenecen a la
escala inmediatamente inferior, son sus unidades discretas. La estructura de la
escala más pequeña es la que relaciona y organiza las partículas fundamentales.
La estructura de la escala más grande de todas las posibles es el mismo
universo, ya que es la única estructura existente que contiene la totalidad de
las cosas.
Estructuras y subestructuras
Una estructura se caracteriza esencialmente por tres
elementos: Primero, por sus funciones, es decir, cómo aparece, cómo se
manifiesta, cómo se relaciona con otras estructuras, lo que vendría a ser el phenomenon kantiano. Segundo, también se
caracteriza por sus partes o subestructuras. Éstas, aunque le están
subordinadas, la estructuran. Las funciones particulares que una estructura
posee, aunque derivan de sus partes, le son tan propias que la caracterizan. La
función del oído como órgano de sensación es oír; pero, el oído, como parte de
un organismo biológico, como un ser humano, es escuchar. Por último, una
estructura se caracteriza por ser parte de una estructura de escala superior.
Como un todo una estructura es mayor que la suma de sus
partes, ya que consiste en sus partes, en ella misma y en ser parte de otras
estructuras. El conocimiento de las partes y su participación en estructuras de
escalas superiores de una estructura particular es el comienzo del conocimiento
de la cosa en sí. La cosa en sí no se conoce en sí misma, pues nada de una cosa
en sí misma es relevante ni tiene significación, sino que, en contra de Kant,
se la puede conocer en su relación a sus componentes y a las cosas de la que
forma parte. Las cosas de la que una estructura particular forma parte están a
escalas superiores. Esta vinculación permite a esta estructura relacionarse con
estructuras de su misma escala. Un árbol es protegido y protege a otros
árboles, porque todos ellos son partes de un bosque.
Estructura se identifica con sistema en el sentido de que su
organización contiene unidades funcionales diversas y necesarias de
aprovechamiento de la energía que permiten su propia funcionalidad. Asimismo,
estas unidades son también sistemas. Así tenemos por ejemplo que un automóvil,
en sí mismo un sistema para movilizarse, se componga de muchos subsistemas
completos: combustión, propulsión, conducción, instrumentación, amortiguación,
detención, señalización, iluminación, seguridad, economía, estética, etc.; y
que cada uno de estos sistemas esté compuesto por uno o más subsistemas.
También un automóvil, en cuanto unidad, es parte de un sistema mayor, que es el
sistema vial de transportes. Éste incluye carreteras, señalizaciones,
reglamentos, centros de servicios, estacionamientos, servicios de reparaciones,
etc. Un sistema vial de transporte junto a otros sistemas de esta misma escala,
como sistemas de agua potable, de energía, de comunicaciones, legal,
administrativo, etc. pertenecen a una estructura aún mayor.
Para referirnos a las estructuras respecto a sus
subsestructuras y a las estructuras de la que forma parte, hablamos de escalas,
no de niveles. Los niveles representan segmentos más o menos homogéneos de una
misma escala que está graduada para incluirlos. Cada escala, en cambio,
comprende cosas que pueden relacionarse directamente entre sí, está incluida
dentro de las escalas mayores e incluye las escalas menores. El universo, o
cualquier cosa, puede indudablemente dividirse en niveles, con partes
homogéneas, pero tal división no tiene otra significación que indicar que
existe una escala para la misma. La idea de escala comprende las nociones de
relacionarse, incluir y ser incluido, reflejando precisamente el modo de ser
del universo y sus cosas.
Una estructura se define por el tiempo y el espacio. Así,
una estructura es primordialmente toda cosa del universo que ocupa espacio en
un momento dado. Es, por tanto, volumétrica, cuantificable y medible. Incluye
desde una piedra hasta un pensamiento, desde las mismas partículas subatómicas
hasta el universo entero. Una estructura es una organización con un grado
relativo de identidad, complejidad, multifuncionalidad, viabilidad y
subsistencia. Depende siempre de su relación con otras estructuras dentro de su
misma escala, de las estructuras que son sus subestructuras y de la estructura
de las que es una subestructura.
Mientras ocupe un espacio y subsista en el tiempo, una
estructura posee identidad. Un bosque puede tener tres, veinte o un millón de
árboles, y éstos pueden ser todos pequeños, todos grandes o una mezcla
heterogénea de árboles pequeños, medianos y grandes, pero su identidad proviene
no en razón de la cantidad ni del tipo de árboles, sino de que existe en un tiempo
dado y ocupa un lugar determinado. El tiempo y el lugar son lo que distingue a
un bosque particular de cualquier otro bosque, otorgándole una identidad
propia. Y lo que vale para un bosque, vale para todo tipo de estructuras,
incluido un manto electrónico de un átomo, cuyo lugar espacial es un estado
cuántico, o un cuerpo móvil cuyo espacio es el que está ocupando mientras se
mueve en relación a otros cuerpos.
Por último, pero no por ello menos importante, la
estructuración del universo es la condición antecedente y necesaria para la
estructuración de todas las escalas, que le son menores. Esta doble dependencia
constituye una reciprocidad estructural. La estructuración del universo es, por
ejemplo, un requisito para la estructuración del ser humano. Esta idea nos
empalmará con la próxima sección.
Jerarquías
Las estructuras se ordenan en forma progresiva y jerárquica
según la dimensión o complejidad de las escalas. Una estructura es mayor que
sus subestructuras, ya que las contiene. También una estructura es más compleja
que sus subestructuras, pues, además de poseer las funciones de sus
subestructuras, posee su propia funcionalidad. Toda estructura pertenece a una
escala determinada, está compuesta por estructuras relativamente heterogéneas
de escalas inferiores y, a su vez, pertenece como subestructura a estructuras
de escalas superiores.
Desde el punto de vista evolutivo existen dos procesos en
las estructuras. El primero es la funcionalidad de las subestructuras, que
permiten la existencia de estructuras de escalas superiores, las que integran.
El segundo es la funcionalidad de una estructura, que permite tanto su
subsistencia como la creación de un entorno para la estructuración de sus
propias subestructuras. Estos dos procesos recíprocos posibilitan explicar la
evolución: por una parte, la funcionalidad permite el salto de escala al
relacionar dos o más estructuras para dar existencia a una estructura de escala
superior; por la otra, la funcionalidad superestructural posibilita la
existencia de estructuras en una escala inferior. En una perspectiva más
amplia, el entorno del universo permite la estructuración en cualquier escala,
siempre que las escalas inferiores de cosas hayan sido estructuradas.
Podemos distinguir dos tipos de órdenes jerárquicos dentro
de la estructuración del universo y sus cosas. En primer lugar, desde el punto
de vista espacial y, por tanto, de la cantidad, una estructura, incluyendo el
ser humano, puede ocupar un lugar determinado entre las estructuras más
pequeñas, que son las partículas fundamentales, y la estructura mayor de todas,
que es el mismo universo. En segundo término, toda estructura ocupa un lugar
según su grado de funcionalidad y, por tanto, de complejidad, entre las
estructuras más simples de todas, que son también las partículas fundamentales,
y la estructura más compleja y multifuncional de todas.
Hasta donde podemos saber, el ser humano es la estructura
más compleja y funcional de todas las que existen. Ello se explica a causa de
que el ser humano posee finalidades que le son exclusivas por ser
intencionales. Esta intencionalidad le viene por su capacidad intelectual para
el pensamiento racional y abstracto. Incluso la estructura social, que
comprende al individuo humano, que es mayor que el individuo por contener
muchos de éstos, es menor que el ser humano individual en el orden jerárquico
de la funcionalidad, pues la finalidad de la estructura social son el bien
personal de los individuos que la componen.
En consecuencia, mientras el universo, en cuanto estructura,
se ha ido expandiendo, conteniendo en sí una creciente diversidad de
estructuras, la materia se ha ido complejificando en el transcurso del tiempo y
estructurando cosas con cada vez mayor grado de complejidad y funcionalidad,
hasta llegar a estructurar el mismo ser humano. Podemos entender por
complejidad, no la magnitud del volumen que ocupa una estructura, sino la
cantidad de escalas incluyentes que comprende una estructura y que le
posibilitan una funcionalidad múltiple y laboriosa. Podríamos decir que la
mayor complejidad se da cuando una estructura comprende la mayor cantidad de
escalas posibles y posee una gran variedad de unidades discretas. En el caso
del ser humano, él está en la cúspide de la jerarquía, no sólo porque tiene
emociones, deseos e imágenes, tal como los otros animales superiores, seres
altamente funcionales, sino también porque tiene la facultad del pensamiento
abstracto y lógico, y porque por ello es capaz de efectuar acciones
intencionales y de tener sentimientos y, por tanto, de amar y también de odiar.
El universo y sus cosas son organizaciones de muchas escalas
de muy diversos tamaños, contenidas unas dentro de otras, de modo que cada
escala es sucesivamente incluyente de las escalas menores. El tamaño menor de
escala es el de las partículas fundamentales, y el tamaño mayor corresponde al
mismo universo. Cada cosa individual, sea un animal, una molécula o una idea,
está contenida en una escala determinada dentro de la cual interactúa con otras
cosas de su misma escala. Si caemos al tropezar, es porque comprendemos una
escala subatómica cuyas unidades discretas, las partículas subatómicas,
contienen masa, la cual es funcional a las fuerzas gravitacionales que actúan
dentro de la misma escala de la masa que contiene el obstáculo con el que
tropezamos. Si pensamos, es porque nuestro cerebro, que tiene funciones
psicológicas, es capaz de estructurar entidades psíquicas, como las ideas y las
proposiciones, sostenidas en activos procesos electroquímicos de redes
neuronales, y es además capaz de relacionarlas ontológica y lógicamente dentro
de las escalas superiores intelectivas, las que pertenecen a nuestra actividad
abstracta y racional y las que son unificadas por la conciencia.
Para comprender más precisamente qué es una estructura,
conviene partir primero explicando de qué está compuesta fundamentalmente. Los
físicos atómicos y nucleares han encontrado una gran cantidad de partículas
subatómicas distintas (hasta más de doscientas). Algunas de éstas, las más
primordiales, deben pertenecer a la escala fundamental. De entre las más de
doscientas partículas subatómicas encontradas en las cámaras de burbujas de los
aceleradores atómicos, no hay acuerdo sobre cuáles serían estas partículas
fundamentales ni si se las conoce a todas realmente. El Modelo Estándar de la física de partículas ha reducido esta
variedad e partículas a 6 quarks y 6 leptones.
Las estructuras de todas las escalas posibles del universo
están constituidas en lo más fundamental por partículas fundamentales, como los
ladrillos de un edificio. Y los edificios también tienen paredes, techos y
pisos. Las cosas del universo están compuestas por un conjunto finito de
partículas fundamentales combinadas en forma particular. La funcionalidad
básica de las partículas fundamentales, que se caracterizan por su capacidad de
ejercer fuerza, permite la propia funcionalidad de la estructura particular,
independientemente de su escala. Todas las fuerzas conocidas en el universo
provienen de las partículas fundamentales, y una función no es otra cosa que
una combinación particular de las fuerzas básicas en determinadas intensidades
y duraciones.
El hecho de que todas las estructuras del universo estén
compuestas por el mismo tipo de partículas fundamentales tiene un triple significado.
En primer lugar, es la base que fundamenta la unidad de todo el universo; las
partículas fundamentales tienen el mismo comportamiento en todo el universo, lo
que permite el descubrimiento de las leyes naturales universales. En segundo
lugar, las cuatro fuerzas fundamentales que explican el funcionamiento de todas
las cosas del universo provienen de las partículas fundamentales. En tercer
lugar, es la base que nos permite explicar la mutabilidad de las cosas: las
cosas se transforman en otras cosas, porque sus componentes en la escala
fundamental pueden interactuar unos con otros y también generar estructuras de
mayor escala.
El hecho de que exista una jerarquía de complejidad
estructural progresiva a partir de las partículas fundamentales indica que
existe un siempre creciente orden estructural. De esta manera, la estructura de
un quark se compone de partículas fundamentales; la de un nucleón, por quarks y
leptones; la de un núcleo atómico, por nucleones; la de un átomo, por núcleo y
electrones; la de una molécula, por átomos; la de un ácido o sal, por las
moléculas, y si se procede en el camino de la biología, la de una proteína, por
aminoácidos; la de orgánulos celulares, por proteínas; la de una célula, por
orgánulos celulares; la de tejidos y fluidos, por células, la de un órgano, por
los tejidos y fluidos; la de los sistemas y aparatos fisiológicos, por órganos;
la de un organismo biológico, por sistemas fisiológicos; la de un grupo social,
por organismos vivientes; la de una especie biológica, por grupos sociales; la
de un ecosistema, por especies biológicas, y así sucesivamente. Si tenemos en
cuenta la escala de “organismo biológico”, podemos llegar a conocer la máxima
complejidad conocida, es decir, el ser humano.
Las ciencias se dividen en ramas que se caracterizan por el
objeto material de su quehacer, y las ramas tienen que ver con la
estructuración jerárquica. De esta manera, la física cuántica estudia las
partículas subatómicas, la física nuclear estudia el núcleo atómico; la física atómica
estudia el átomo; la física clásica estudia la masa; la física eléctrica
estudia las cargas eléctricas; la química estudia las moléculas; la biología
molecular estudia el ADN y el ARN; la anatomía estudia los órganos; la biología
estudia los organismos vivos; la neurología estudia el cerebro y el sistema
nervioso; la psicología estudia el comportamiento; la sociología estudia la
sociedad… y la filosofía estudia el universo y sus cosas.
También las estructuras se van haciendo cada vez más
extensas en la medida que la escala es mayor. Una estructura en una escala
determinada contiene las estructuras correspondientes a todas las escalas
inferiores. El continente donde vivimos, para comenzar arbitrariamente por una
estructura de una cierta extensión, está conformado por estratos geológicos y
es parte de la corteza terrestre. La corteza junto con el manto y el núcleo
conforma nuestro planeta Tierra. Ésta es una unidad discreta del sistema solar,
que es el conjunto de cuerpos celestes que forman una unidad gravitacional. El
sistema solar es una unidad de nuestra galaxia, la Vía Láctea , la que, a
su vez es parte de una estructura mayor que abarca un cúmulo de galaxias. El
conjunto de cúmulos de galaxias constituyen el mismo universo, estructura que
contiene absolutamente todas las restantes.
En una estructura sus unidades están generalmente en una
relación de interdependencia. Lo que afecte a una de ellas, afecta de alguna
manera u otra a las restantes. Cada cambio en una de estas unidades afecta
también a las subestructuras de escala menor que la componen. Un mecanismo
cualquiera de un avión puede afectar su capacidad de vuelo y éste precipitarse
a tierra, afectando indirectamente a las otras unidades. Un ser humano puede
morir o quedar discapacitado en mayor o menor grado por la falla de alguna de
sus subestructuras, como un infarto al corazón o una embolia cerebral. Un
bloque de un arco romano que se destruya lo hará colapsar, afectando a los
otros bloques. Pero también se da el caso de unidades que afectan directamente
otras unidades. Un árbol que se tale en un bosque produce un claro que termina
por afectar otros árboles en las inmediaciones. Una manzana podrida en un
canasto pudrirá por contagio a las restantes.
La funcionalidad de las estructuras de todas las escalas
proviene en último término de la funcionalidad de las partículas fundamentales,
pues las fuerzas fundamentales del universo emanan de éstas. A causa de su
especial funcionalidad, algunas partículas fundamentales no sólo tienen una
vida efímera de fracciones de segundo, sino que para existir, siempre y
necesariamente estructuran unidades mayores estables, en este caso nucleones. A
su vez, los nucleones tienen especial afinidad para estructurar núcleos
atómicos; y así sucesivamente en escalas sucesivas e integradoras, hasta la
consecución del ser humano y su capacidad de acción libre e intencional.
Una estructura debe “adecuarse” para ser parte –como unidad
discreta– de un todo, el que pertenece a la escala inmediatamente superior.
Ejemplos: un átomo debe compartir electrones para ser parte de una molécula o
un cristal; una célula de un tejido particular del cuerpo debe modificarse y
ejercer una funcionalidad específica según la funcionalidad del órgano; un ser
humano debe asumir obligaciones para formar parte de una sociedad.
Existe necesidad para que las estructuras de cualquier
escala sean integradas por estructuras de las sucesivas escalas inferiores,
pero, a medida que aumenta el número de tipos de estructuración, en
consideración a la cantidad de posibilidades sucesivas, la necesidad disminuye.
Átomos de hidrógeno y oxígeno siempre forman agua en una combinación de uno del
primero y dos del segundo. Y en las escalas superiores la necesidad desaparece
del todo, como es el caso de la escala de la acción humana puramente
intencional.
No debe suponerse que las estructuras de las distintas
escalas tengan naturalezas similares a las de nuestra experiencia. Lo único que
las hace similares es que son capaces de conformar estructuras de escalas
mayores porque son funcionales, y son funcionales porque están conformadas por
estructuras de escalas inferiores que son, a su vez funcionales, hasta llegar a
las partículas fundamentales que son fundamentalmente funcionales. Un electrón
no podemos concebirlo simplemente imaginando que es una especie de planeta que
gira en torno a su núcleo atómico, a modo de una estrella. Se lo puede ver
ciertamente como un corpúsculo que gira como planeta, pero también es una
especie de nube electrónica, o simplemente un manto que ocupa un nivel
electrónico determinado de un átomo. Entonces, difícilmente podremos entrar a
concebir su verdadera naturaleza, tan inaccesible es a nuestra experiencia
cotidiana, y nos deberemos contentar, en el mejor de los casos, con formulaciones
matemáticas de su trayectoria y de su estado energético. Igualmente, una idea
nos es difícil concebirla como una estructura tan material y tangible como un
engranaje de maquinaria, pero está constituida, tal como dicho engranaje, por
partículas fundamentales. Aunque tan intangible es una idea como sensible a
nuestros sentidos de percepción es un engranaje, ambas son estructuras del
universo.
Unidades discretas
Toda estructura, exceptuando las partículas fundamentales,
está constituida por subestructuras. Si un número de estructuras dentro de una
misma escala forma parte de una estructura viable y, por tanto, subsistente, la
estructura constituida es funcional y las subestructuras que la constituyen son
sus unidades discretas. Una escala agrupa un grupo determinado de estructuras
que se distinguen de otras únicamente con relación a una estructura que las
englobe como sus unidades discretas. Las subestructuras de la escala
inmediatamente inferior son las unidades discretas de una estructura y son a su
vez estructuras por estar ellas mismas compuestas por unidades discretas de
menor escala, y éstas por las unidades discretas que componen las escalas
sucesivamente inferiores que siguen, hasta llegar a las mismas unidades
subatómicas fundamentales, supuestamente las subestructuras de la escala
absolutamente inferior y que por tal consideración debemos denominar
fundamental.
La noción de escala rompe con la homogeneidad del atomismo
de Leucipo (siglo V a. C.) y su discípulo Demócrito (460 a . C. -370 a . C.), quienes
supusieron que dividiendo sucesivamente cualquier cosa se llega a una entidad
que ya no puede seguir seccionándose. Nosotros, si dividimos cualquier cosa,
encontraremos primero sus componentes de la escala inmediatamente inferior;
luego si dividimos los componentes de esta escala, hallaremos los componentes
de una escala aún menor, y así sucesivamente hasta encontrar las unidades
subatómicas: quarks y leptones, hasta donde se sabe las partículas
fundamentales que las componen y que son las entidades funcionales
absolutamente primeras de todo el universo.
Desde el punto de vista de la relación entre una estructura
y sus subestructuras, la distinción de Aristóteles entre sustancia y accidente
no sería otra cosa que la relación entre estructura y subestructura. En una
estructura sus subestructuras pueden cambiar o modificarse y permanecer sin
embargo como una entidad, lo mismo que con los accidentes de una sustancia, la
que permanece.
Es posible deducir teóricamente las estructuras más simples
a partir de sus unidades discretas, como sería el caso de los átomos y en menor
grado de las moléculas. Ya Dmitri Mendeléyev (1834-1907), al elaborar la Tabla periódica de los
elementos químicos, predijo por deducción las características de aquéllos que
aún no habían sido descubiertos en su época. Pero en la medida que aumenta la
escala, las posibilidades de estructuración se van magnificando hasta tal punto
que es imposible predecir el curso que toma la materia para estructurarse. En
este respecto, los seres humanos somos, por ejemplo, tan improbables como
cualquier otra forma que pudo haber evolucionado, habida cuenta de los
innumerables accidentes y eventos azarosos, a consecuencia del indeterminismo
fundamental, que ocurrieron en la evolución biológica que resultó en nuestra
especie.
Lo dicho hasta ahora no significa que entre unidades
discretas y estructuras mayores que las engloben deban mediar necesariamente
estructuras intermedias constituidas también por aquellas mismas unidades
discretas. Por ejemplo, las unidades de una estructura cívica (o sociedad
civil) y las de las familias o las corporaciones son las mismas, esto es, los
individuos humanos, pero las unidades de una estructura cívica no son las
familias ni las corporaciones, como algunos filósofos políticos y formulaciones
legales y hasta morales tienden a aseverar. Toda unidad depende de alguna
escala determinada, perteneciendo la familia de este ejemplo a una escala
paralela a la sociedad civil. Sin embargo, conviene ciertamente a la segunda que
sus miembros pertenezcan a la primera, pues la familia puede satisfacer mejor
que cualquier otra estructura social muchas de las necesidades humanas. Además,
en general, los individuos que han sido formados en su infancia en familias
constituidas tienen un comportamiento más cívico que aquellos que
desafortunadamente crecen sin este apoyo de carácter afectivo-formativo. Por
ello la sociedad civil tiene normalmente como política promover la familia como
institución social conveniente. Además, la pertenencia de un individuo a la
sociedad civil y a la familia obedece a distintas funciones específicas de su
ser.
Un aumento de las unidades homogéneas no rompe la escala
para producir una estructura de escala superior, sino que la hace únicamente
más grande. Una mayor cantidad de átomos de cobre en un alambre conductor
produce un alambre de mayor tamaño, sea en sección, longitud o ambas. Una
estructura es funcional debido a una determinada cantidad de unidades
discretas. Un mayor número de éstas se traduce en una estructura distinta, pero
de la misma escala. Por ejemplo, un automóvil de quince ruedas probablemente ya
no funcionará como un automóvil, sino que como otro tipo de vehículo. Nuestros
actuales superpoblados centros urbanos no pertenecen a una escala mayor que una
aldea por el mayor número de sus habitantes, pues no están compuestos por
conjuntos de aldeas que conforman federaciones. Siguen siendo los pobladores
sus unidades discretas, ahora con una psicología social y una cultura
necesariamente distintas. Existen otras unidades funcionales, entre las que se
cuenta la imposibilidad que tiene un individuo para conocer a todos los
habitantes de una gran ciudad, que la diferencian de una aldea, que no es
precisamente el número de pobladores.
En general, la complejidad de una estructura depende del
grado de diferenciación y de la variación de las unidades discretas, más que de
la cantidad de ellas. Una estructura será más simple si sus componentes son
unidades más homogéneas, y será más compleja si sus componentes son más
heterogéneos. Así, las unidades básicas, las partículas subatómicas
fundamentales, son algunas decenas (aunque el Modelo Estándar habla de dos que
son más estables y que constituyen las restantes: quarks y leptones). El número
de unidades de la escala que sigue, es decir, los átomos, son de poco más de
cien (114 según el último cómputo). La cantidad de la escala que sigue, las
moléculas, es ya tan numerosa que probablemente ningún tratado de química
podría nombrarlas todas. Por el contrario, las industrias química y
farmacéutica se benefician con la producción de nuevas moléculas.
No deja de maravillar que la infinita diversidad del
universo tenga como base de su estructuración unidades tan simples. La
exuberancia natural en las escalas menores y más simples reside principalmente
en la cantidad de unidades iguales, mientras que en las escalas mayores y más
complejas, está en la diversidad y en la sutileza.
Funcionalidad discreta
La funcionalidad particular de una unidad discreta-estructura
proviene de la funcionalidad de sus propias unidades discretas de la escala
inmediatamente y puede abarcar otras escalas inferiores. La combinación de las
distintas funciones genera una funcionalidad distinta de la funcionalidad de
cada una de sus subestructuras. Veamos lo anterior con un ejemplo. La función
de una rueda es girar en torno a su propio eje, solidario a la rueda, cuando es
rotado por un motor, y tiene por efecto desplazar el eje paralelamente sobre el
plano donde se apoya dicha rueda. La función de un motor es rotar el eje de la
rueda. La función de un automóvil es transportar distancias cortas, medianas o
largas a su conductor y posibles acompañantes con comodidad y rapidez. En fin,
el automóvil en cuestión es funcional si también existen estructuras de su
misma escala, como carreteras, centros de servicio, reglamentos de tránsito y
señales de tránsito, y estructuras de escala superior, como un sistema vial, un
sistema de producción y distribución de combustible, un orden sociopolítico, etc.
Para subsistir una unidad discreta depende de la
organización de la estructura de la que forma parte, y ésta depende, a su vez,
de la eficacia funcional de la primera. La viabilidad de una estructura está
determinada por las capacidades funcionales de sus unidades, y la cantidad y el
tipo de función asignada. Éstas están determinadas a su vez por el modo de
subsistir de la estructura de la que forman parte. Un automóvil es una
estructura eficiente como medio de transporte en la medida que exista una superestructura
eficiente de transportes que comprendan buenas carreteras, estacionamientos,
estaciones distribuidoras de gasolina y aceite, reglamentos de tránsito,
señalizaciones carreteras, talleres de mantenimiento y servicios, repuestos y
todas estas estructuras pertenecen, como decíamos más arriba, a la misma escala
del automóvil y son a su vez unidades de la estructura transporte.
Hay estructuras que no se caracterizan tanto por la variedad
de sus unidades discretas como por la mayor interrelación que existe entre
ellas. En ellas sus unidades discretas no sólo se relacionan causalmente entre
sí, sino que comparten sus propias unidades hasta el punto de llegar a depender
mutuamente. Los conceptos aristotélicos de sustancia y accidente pierden su
significación en estructuras cuyas unidades discretas le son fundamentales. Una
molécula de agua depende absolutamente de un átomo de hidrógeno y dos átomos de
oxígeno. Esto que es válido para una estructura tan simple como una molécula de
agua también lo es para estructuras más complejas. En general, toda estructura
está compuesta por unidades discretas que le son fundamentales y sin las cuales
no puede subsistir o, al menos, funcionar. El término sociológico,
“discapacidad”, se está refiriendo a disfunciones fisiológicas y/o psicológicas
en individuos humanos.
Las unidades discretas poseen funciones específicas que le
son propias. Esto significa que si una unidad discreta está especializada para
desempeñar una función específica, no podrá desempeñar cualquier otra función
dentro de la estructura, al menos en forma eficiente. Por ejemplo, un militar,
que está formado para la guerra, no funciona muy bien como estadista, en
especial cuando la sociedad civil está experimentando una vida democrática
normal. Las unidades pueden especializarse en alto grado, de forma que ciertas
funciones les son exclusivas, pero limitativas en el sentido de que les es
imposible ejecutar cualquier otra función.
Mientras más homogéneas son las unidades discretas de una
estructura, su función será más simple, pero si aumenta la diversidad,
aumentará su complejidad. Un alambre de cobre puede conducir una corriente de
electrones. Pero si se agrega un transistor, la corriente se puede especificar
y modular.
Para que una unidad discreta pueda desempeñar una función
específica, y no otra, necesita existir en un medio estructural que le
garantice su propia subsistencia, además de permitirle su funcionalidad. Una
estructura es un sistema en el sentido de que constituye, por las partes que contiene,
una verdadera organización funcional. Sus componentes están ordenados y
protegidos por el mismo sistema para que puedan subsistir y desempeñar sus
propias funciones. Por ejemplo, las unidades discretas de una casa son el piso,
el techo, las paredes, las puertas y las ventanas. Cada una de ellas tiene una
función específica para que el todo funcione como casa. Cada una de ellas está
a su vez compuesta por sus propias unidades discretas. En la puerta podríamos
distinguir la hoja, el marco, el picaporte, las bisagras. En una bisagra
podríamos distinguir las dos planchitas metálicas perforadas con un cilindro
por un borde para contener un eje, el mencionado eje y los tornillos para fijar
las dos planchitas por sus perforaciones tanto a la puerta como al marco. En un
tornillo se distinguen la cabeza ranurada y un vástago con forma de espiral
cónica, etc. La función de cada componente en cada escala está asegurada por el
funcionamiento propio de cada cosa en su escala. El conjunto de escalas y
estructuras conforman un sistema. En el caso del ejemplo, la estructura casa es
un sistema para las escalas y estructuras contenidas. La funcionalidad de una
estructura afecta a sus unidades discretas y sus propias funcionalidades,
modificándolas si fuera necesario, para producir un todo coherente.
Disfuncionalidad
Las unidades discretas se caracterizan porque, por su misma
funcionalidad, permiten que la estructura de la que forman parte subsista, y
porque, en dicha estructura, son interdependientes. La cantidad de algún tipo
de unidad discreta esencial puede variar desde una a muchas. La insuficiencia o
carencia de alguna de las unidades discretas esenciales compromete la
subsistencia o el funcionamiento de la estructura. Un organismo biológico tiene
normalmente duplicadas sus unidades discretas esenciales con el objeto de poder
subsistir y seguir funcionando si falla alguna de éstas. Pero si en un animal
el corazón es el que falla, la totalidad de la estructura se verá comprometida
en su subsistencia, y el animal no podrá seguir viviendo.
Una estructura no logra funcionar bien cuando posee
subestructuras poco funcionales, le faltan o le sobran. Tampoco logra funcionar
bien cuando cambia el propósito para el cual está diseñado, como cuando se
emplea un alicate para clavar clavos o una tijera para apretar tornillos. En
este caso, pasa a ser una subestructura disfuncional de la escala superior.
Si bien las unidades discretas subsisten gracias a su
pertenencia a una estructura, pueden también entrar en conflicto y causar una
disfuncionalidad estructural hasta llegar a la destrucción misma de la
estructura, como en el caso de la muerte por enfermedad de un animal, o en el
de la destrucción de la convivencia social y política a causa de la guerra
civil. El marxismo ha acuñado el término “contradicción interna” para referirse
justamente al desacuerdo u oposición que puede albergar una estructura entre
algunas de sus partes o unidades discretas, en este caso, una sociedad. Esta
idea de conflicto y falla de unidad interna puede ser extendida a todas las
escalas de estructuras posibles, como una característica disfuncional, aunque
perfectamente natural, especialmente en las estructuras más complejas.
Al desaparecer una estructura, sus unidades discretas cesan
de relacionarse entre sí del modo tan distintivo que la hacían posible. La
interdependencia entre las sucesivas escalas es a veces tan grande que la
destrucción de una estructura produce la destrucción de sus subestructuras en
varias escalas sucesivas. La desestructuración termina en la escala inferior
donde sus estructuras mantienen su funcionalidad. Por ejemplo, al morir un
animal, desaparece no sólo su identidad, sino que, muchas de sus unidades
discretas resultarán destruidas en varias escalas incluyentes, tal es la interdependencia
de las mismas. Ninguna célula podrá subsistir más allá de un corto periodo de
tiempo, habida cuenta que requiere de suministros continuos; sin embargo,
moléculas de su ADN podrán subsistir por algún tiempo hasta que otras causas
terminen por desintegrarlas en sus componentes moleculares más simples y
atómicos. Este hecho es muy beneficioso en un ecosistema, por cuanto los
componentes del animal muerto pueden ser aprovechados en su integridad por los
animales que siguen viviendo y reintegrarse al ciclo.
Recíprocamente, la desaparición o extinción de una
subestructura irremplazable puede ser la causa de la destrucción de la
estructura de la que forma parte. Por ejemplo, algunos futuristas afirman que
cuando se agote el petróleo, siempre que no se invente una fuente de energía
abundante y barata que lo reemplace, la civilización, estructurada teniendo
como base su consumo, simplemente se destruiría al llegar a ser inviable.
La diversidad e “imperfección” del universo no se debe
únicamente al indeterminismo cuántico ni a la asimetría molecular.
Principalmente se debe a la natural incorporación de unidades heterogéneas
dentro de las estructuras. Por ejemplo, un diamante, que es una estructura
cristalina compuesta por simples átomos de carbono con un máximo de
entrelazamiento espacial, puede contener, no obstante, átomos de otros
elementos, los cuales, desde luego, rompen la simetría uniforme y regular del
cristal, presentando, por tanto, imperfecciones.
Aunque el concepto de “diversidad” es objetivo, el de
“imperfección” es relativo y depende del punto de vista que se tome. Es posible
que la particular imperfección del diamante del ejemplo resulte en un valor
mucho mayor en el mercado de las gemas. Estas imperfecciones existen en todas
las escalas. Así, en 1933 fue terriblemente lamentable que la unidad discreta
Adolfo Hitler fuera elegida y nombrada como Canciller para estar a cargo del
Reich alemán. Su perversa funcionalidad produjo uno de los, sino el mayor
desastre sociopolítico de la historia humana. Otros siniestros personajes del
siglo XX tienen la estatura suficiente para aportar sus malévolos retratos en
esta particular galería.
Una estructura nos puede parecer completamente amorfa o
desestructurada si la desvinculamos del todo del que forma parte. Por ejemplo,
un fluido en sí mismo no es funcional si no está relacionado con el sistema del
que forma parte. En realidad, toda estructura existe con relación al medio que
la rodea y del cual constituye una subestructura. Del mismo modo como conjuntos
de estructuras de una cierta escala llegan a generar estructuras de escala
superior gracias a sus funciones, una estructura es funcional en tanto forma
parte de una estructura de escala superior, dentro de la cual su potencial
funcionalidad puede actualizarse. Un trabajador, por ejemplo, no es funcional
como trabajador en tanto permanezca cesante y no consiga integrarse a una
empresa productiva.
Particularidades
Las estructuras biológicas autónomas se caracterizan porque
se estructuran a sí mismas, siendo su función principal la supervivencia y la
reproducción. Cada organismo biológico posee un código genético estructurado a
la manera de un gigantesco plan maestro cuya función es guiar y controlar la
construcción y organización de las unidades discretas en la microscópica escala
de las proteínas. El resultado final, que es el organismo biológico, proviene
de la construcción de proteína tras proteína, siguiendo exactamente las órdenes
codificadas de este plan maestro transmitido genéticamente. Dichas proteínas no
sólo no se estructuran al azar, sino que lo hacen teniendo además el propósito
de formar cada uno de los distintos componentes celulares de cada célula
particular, las que llegan a conformar estructuras de tejidos y órganos, de
modo que en las distintas partes de los distintos órganos y aparatos que
constituyen el complejísimo organismo biológico intervienen distintos grupos de
células muy especializadas. La estructura construida resulta estar
predeterminada por unidades genéticas que pertenecen a la ínfima escala
molecular. Las partes del organismo biológico que el código del genoma
estructura dependen también de las condiciones de la estructura de la que
forman parte y de su medio estructural. Probablemente, un organismo adaptado a
la gravedad terrestre desarrollaría algunas de sus partes de otras dimensiones
si se gestara y creciera en la
Luna.
La similitud que tienen las estructuras de cada peldaño de
la progresión de escalas se refiere únicamente al hecho de que se componen de
partes que constituyen sus unidades discretas y que son funcionales. No es
lícito suponer otras analogías, tales como funciones similares, ni superponer
un tipo de estructura a una de otra categoría, como se inclinan a hacerlo, por
ejemplo, las ideologías políticas de corte corporativista que pretenden reducir
el funcionamiento de un cuerpo sociopolítico al de un organismo biológico. La
funcionalidad de la totalidad de la estructura sociopolítica, o de ciertas
partes de ella, depende de decisiones políticas de acuerdo al poder que ejercen
ciertos grupos sociales y la funcionalidad real o supuesta de los organismos o
partes políticas estructurados como instituciones del Estado. La analogía nunca
ha sido una forma inequívoca de conocimiento.
La estructuración supone la posibilidad de que alguna
estructura en una escala superior pueda existir y de la existencia concreta de
estructuras de escalas inferiores. En realidad, basta que estructuras de
cualquier escala puedan interactuar para, en dicho acto, se constituyan en
subestructuras y en unidades discretas de una estructura de una escala
inmediatamente superior que las englobe. Si bien en el proceso evolutivo del
universo las cosas se estructuran a partir de subestructuras previamente
existentes, como, por ejemplo, el agua que se forma de hidrógeno y oxígeno, las
cosas se estructuran cuando existe la posibilidad de estructuras de escala
superior, de las que llegan a formar parte como subestructuras. El agua para
formarse requiere de una temperatura moderada, una cierta presión, un
catalizador, un entorno al que aportar la energía de la reacción.
La repartición de las estructuras a través del universo va
siendo cada vez menos homogénea a medida que se aumenta la escala. Mientras más
simple es la estructura, su probable presencia en el espacio-tiempo es mayor.
La razón es que las estructuras más complejas son más variadas y requieren más
condiciones que las estructuras más simples. Cada variedad existe con mayor
probabilidad en determinados lugares. Así, los protones se encuentran por todo
el universo; los seres humanos sólo se encuentran en la biosfera del planeta
Tierra desde hace sólo unos cien mil de años o poco más.
De manera similar, en la medida que se pasa de una escala a
otra mayor, el empleo de la fuerza es más diverso. De hecho las fuerzas
primarias o básicas están asociadas con las estructuras más simples. La
multifuncionalidad de las estructuras de escalas superiores se debe al uso de
las mismas fuerzas básicas, pero en una pluralidad creciente de procesos distintos
y combinaciones variadas. En el ser humano, por ejemplo, la multifuncionalidad
permite el pensamiento abstracto y racional.
Además de su mayor o menor complejidad, una estructura posee
viabilidad, es decir, capacidad para subsistir en el tiempo. Esta capacidad
depende de la funcionalidad de sus unidades discretas en relación consigo misma
en cuanto la coordinación orgánica general, pero depende también y
principalmente de la estructuración de la escala superior de la que una
estructura es una subestructura. Dos estructuras pueden tener el mismo grado
aparente de complejidad, pero una es viable y la otra es solamente amorfa. Es
la diferencia que existe, por ejemplo, entre un organismo vivo y el reciente
cadáver del que fue ese organismo. Las partes discretas ya no son funcionales
con relación al todo, y, desde el punto de vista de la subsistencia, el todo ha
perdido dicha capacidad, dejando de existir. Sus unidades discretas, no estando
ya estructuradas en función de éste, pierden el vínculo que las relacionaba y
las hacía funcionales en el propósito común de sobrevivir y reproducirse.
Lo que ocurre fundamentalmente es que la estructura de
escala superior se destruye, impidiendo la funcionalidad de las subestructuras
que siguen en un proceso de una progresiva degradación de escalas estructurales
menores. Cuanto más complejo, la degradación de un todo estructurado puede ser
mayor y su caída jerárquica puede ser más grande. Una sofisticada civilización
puede sufrir una mayor degradación que una civilización simple, en cuanto
civilización, en el caso de, por ejemplo, una catástrofe ambiental o una
política. La degradación puede ser intensa e involucrar distintas escalas
sucesivas que harían altamente improbable su reconstitución original.
La muerte de un animal significa la destrucción de sus
subestructuras hasta la misma escala molecular. Si bien las macromoléculas
orgánicas del cadáver del animal pueden llegar a integrar la estructura de un
animal carroñero, o la de una bacteria desintegradora, la digestión de este
animal la descompone en subestructuras aún menores hasta llegar a sus
componentes moleculares y elementales originales.
Una estructura requiere autonomía de funcionamiento para
obtener estabilidad, del mismo modo como requiere que la estructura de la que
forma parte sea estable. La necesidad de autonomía para que una estructura
funcione debe compatibilizarse con la estabilidad y permanencia de la
estructura que la contiene. Así, si el funcionamiento de una parte no es
compatible con la subsistencia del todo, la parte es como un cáncer para el
todo, o sea, es disfuncional para el funcionamiento del todo.
Sin embargo, un ser humano, por ser un todo en sí mismo con
objetivos propios que llegan a transcender el universo espacio-temporal, no puede,
en último término, ser considerado bajo ninguna circunstancia como un cáncer
para la sociedad de la que forma parte. Por el contrario, la función principal
de cualquier estructura sociopolítica es la protección de todos sus miembros
sin exclusión, no porque éstos le son más funcionales, sino porque cada miembro
es un todo en sí mismo con finalidades que le son exclusivas y, por tanto, la
razón de ser de aquélla.
Un ser humano no se justifica socialmente por su mayor o
menor funcionalidad social; se justifica por sí mismo porque posee una función
que trasciende cualquier grado de funcionalidad social. Aunque llegue a ser
disfuncional para la sociedad, ésta no puede excluirlo ni menos eliminarlo,
sino protegerlo y apoyarlo. Si un ser humano se constituye en un peligro para
otros, la sociedad no podrá eliminarlo, sino únicamente apartarlo para que no
produzca daño a las otras personas, y procurar simultáneamente su readaptación
social. La percepción cultural de esta valoración ha sido expresada en la “Declaración
universal de los derechos humanos”, manifiesto que recoge las aspiraciones de
mayor grado de civilización y con el más alto contenido humano para proteger a
los individuos del excesivo poder de la estructura política (el Estado) y de
las mayorías que gobiernan y que tienden a no respetar lo derechos de las
minorías, pero que ocasionalmente cuesta tanto a muchos Estados y grupos el
poder reconocer.
La mayor o menor pertenencia de una unidad, o parte, en
relación con la estructura, o el todo, está en función de la capacidad de la
parte para subsistir con mayor o menor independencia respecto al todo. Una
parte, tal como el individuo humano, que puede sobrevivir con relativa
independencia respecto a las estructuras de las que forma parte en razón de su
potencial multifuncionalidad, tiene una pertenencia relativa y circunstancial,
aunque no por ello innecesaria, en un todo tal como una particular estructura
social. Asimismo, una parte puede tener una relación de pertenencia con muchos
todos diferentes sin que por ello exista incompatibilidad. Un individuo humano
puede pertenecer a una familia, a un club literario y a una sociedad civil en
forma simultánea. La pretensión de intervenir en la totalidad del individuo es
el error en el que incurre todo totalitarismo político. El corporativismo cae
en el error adicional de pretender que las diversas estructuras sociales, como
la familia, el municipio o el sindicato son partes funcionales del Estado, del
modo como los órganos son funcionales en un cuerpo biológico, y, por tanto,
mediadores del individuo humano con éste.
CAPITULO 5. CAUSALIDAD Y ESTRUCTURACION
La relación causal es
determinista, constituyéndose este principio en el fundamento de las leyes
naturales universales. Exceptuando la acción intencional humana, el cambio en
la naturaleza no se produce persiguiendo una finalidad, sino que proviene de
las funcionalidades de la causa y el efecto. El determinismo de la relación
causal es consecuencia de ambas funcionalidades específicas. El cambio genera
estructuración en una escala superior. Si una estructura de escala mayor es
posible, es debido a la funcionalidad de las unidades subestructurales que la
integran y, en último término, a la extraordinaria funcionalidad de las
partículas fundamentales. Si el universo está constituido en la escala más
pequeña de todas por estas partículas fundamentales, está a su vez determinado
en sus posibilidades por la funcionalidad de tales partículas. Aunque sus
posibilidades de estructuración son ilimitadas en cuanto a formas y escalas,
están por otra parte determinadas en cuanto a los modos de las relaciones
causales.
Determinismo
Una cosa no cambia de cualquier manera, sino de un modo tan
característico que de la repetición de la acción se puede inferir por inducción
una ley universal. Esta ley es tal mientras un hecho distinto no pruebe lo
contrario. En tal caso la mencionada ley deberá modificarse para incluirlo.
La relación entre una causa y su efecto es determinista. Es
idéntica en todo momento y lugar del universo bajo las mismas condiciones. En
la base existe un doble hecho: primero, toda fuerza tiene un modo dinámico
absolutamente específico de actuar, pues se ejerce desde un punto, hacia una
dirección, con una magnitud, una intensidad, una duración, un sentido, un
alcance y una velocidad muy determinados; y, segundo, toda estructura tiene un
modo absolutamente específico de ser funcional ante una fuerza, ya sea como
causa, ya sea como efecto. Una fuerza interviene de una manera tan distintiva
con relación a una estructura que esa acción la caracterizamos como una ley
natural, y siempre ella actuará de la misma manera si las condiciones se
mantienen o se reproducen. Las leyes son particulares según la escala de que se
trate: las partículas fundamentales que estudia la física nuclear, los átomos
que describe la física atómica, los elementos y las moléculas que analiza la
química, las moléculas y las células que examina la biología, y así
sucesivamente.
Es ilusorio suponer que la relación causal puede tener otro
resultado que el determinado por la ley natural. Por ejemplo, la economía
capitalista es un sistema productivo cuya finalidad es retribuir el máximo de
beneficio posible al capital, y no debe esperarse que sirva para distribuir
equitativamente la riqueza según las necesidades de cada cual o que persiga un
desarrollo sustentable. Tampoco puede esperarse equidad de parte de un sistema
legal y jurídico destinado a la preservación de privilegios de una minoría. Una
manzana caerá verticalmente a tierra de la rama del manzano con una velocidad
de 1 G . De
modo similar, este libro, por el solo hecho de haber sido escrito, no
conseguirá necesariamente ser leído si no concurren otras condiciones, como que
sea interesante, actual, accesible, recomendable, etc.
Estas leyes naturales no tienen sentido alguno sin
referencia a la fuerza, pues están directamente relacionadas con la
funcionalidad de las estructuras. De este modo, el determinismo de la
causalidad, base de la ley natural, se fundamenta en la fuerza y en la
funcionalidad de las estructuras. Una causa puede tener un solo tipo de efecto
si todas las demás condiciones permanecen iguales. Por ejemplo, siempre que se
aplique calor al agua, ésta terminará por evaporarse. El límite de la
universalidad lo constituye únicamente la variación de las condiciones. Dicho
principio es el fundamento de la validez de la experimentación que demanda el
método científico.
En la escala fundamental, podemos encontrar la acción de las
cuatro fuerzas fundamentales del universo, de las cuales todas las restantes
derivan. Las fuerzas más complejas, como, por ejemplo, aquellas que conciben un
poema, provienen, en último término, de las fuerzas fundamentales, y el poema
podrá teóricamente analizarse según estas fuerzas, según las leyes que las
determinan y según cómo ha ido actuando para llegar a estructurar al sujeto
poeta. Pero el poeta, el crítico de arte o el lector no necesitan conocer las
leyes a esas escalas para escribir, criticar o emocionarse por el poema en
cuestión. En la escala del poema las fuerzas fundamentales fusionan en una
multiplicidad de escalas incluyentes estructuras tan complejas como los seres
humanos, quienes comprenden y sienten signos y conceptos que pasarían
desapercibidos a seres tan complejos, pero algo menos inteligentes, como los
perros. El sonido que sale de los parlantes de la disquetera es transportado a
mis oídos de la misma manera que cualquier otro sonido, esto es, por vibración
de las moléculas del aire. Pero para mí se trata de la sublime música del Doble
Concierto de Brahms que produce profundos sentimientos en mi mente.
En la descripción de mecanismos y los procesos dinámicos que
transforman estructuras la ciencia necesita descubrir y definir las leyes que
norman y regulan las fuerzas. Las leyes naturales puedan ser descubiertas
mediante la alternancia entre la hipótesis y la experimentación, y a través de
la rigurosa verificación de la relación causal que se analiza. A partir de
Newton, la ciencia pudo concluir que las fuerzas actúan en forma determinista,
definida por la funcionalidad estructural, según leyes válidas para todo el
universo. Newton había descubierto que las leyes mecánicas que rigen la caída
de una manzana son las mismas que gobiernan el movimiento de la Luna alrededor de la Tierra , y, por
consiguiente, que aquellas leyes pueden aplicarse también en dimensiones
cósmicas para todo el universo.
Predictibilidad
En contraste con la conclusión científica acerca del cambio,
que lo hace depender únicamente de la causa eficiente aristotélica, para
Aristóteles el estudio de la naturaleza constituyó una indagación de la causa
final, del telos, de la finalidad de
la acción, que para él fue la causa más importante y la causa de todas las
otras causas. Él deseaba aclarar el mecanismo de cómo la razón, en el sentido
de ordenamiento, funciona en la naturaleza. Las estructuras no pueden ser
explicadas simplemente mediante relaciones causales mecánicas. Las cosas poseen
una potencialidad que puede ser actualizada solamente a través de la “información”
de la materia, la causa formal aristotélica. La naturaleza funciona gracias a
una adaptación continua de la materia prima a la variedad de formas, su causa
material. La peculiaridad de sus funciones no es comprensible sin referencia a
la forma que tiene que producirse. Él intentó descubrir la adaptación de los
medios a los fines. Utilizó la función para explicar la estructura.
Posteriormente, en la Edad Media , los escolásticos estuvieron
interesados en resaltar aún más la causa final como la causa de todas las demás
causas por una razón adicional. La causa final explicaría el cambio en función
del plan divino de salvación. Todo el acontecer tendría una explicación en la
voluntad divina que interviene en la existencia para la salvación o la condenación
eternas. El hacer depender la historia de la teología requería, no obstante, de
una autoridad que pudiera interpretar, sin error, la voluntad divina. Sin
embargo, este conocimiento, que es imposible en nuestro universo, es la base de
la creencia de todo tipo de integrismo, sea judío, cristiano o musulmán. Para
un integrista la democracia aparece como una aberración, por cuanto la voluntad
popular resta soberanía al Dios omnipotente.
El siguiente paso lógico lo daría Juan Calvino (1509-1564),
quien, con una importante dosis de maniqueismo agustiniano, proponía la
doctrina de la predestinación. El cambio ya no tiene importancia, excepto como
una señal de la voluntad divina, puesto que ésta, en su omnisciencia eterna, ya
había decidido desde el principio de los tiempos sobre el las consecuencias del
cambio.
Ya en el siglo XIX, Juan Bautista Lamarck (1744-1829)
exhibía una primitiva teoría de la evolución biológica. Esta debía mucho a las
ideas de Aristóteles sobre estructura y función. Su postulado “la necesidad
crea al órgano” es lo mismo que afirmar que la estructura sigue a la función, o
que el uso genera el propósito, o que el medio se adapta al fin. Su teoría se
vio superada definitivamente por la de Carlos Darwin (1809-1882), quien explicó
el mecanismo de la evolución biológica mediante la “selección natural” en la
adaptación al medio, postulando “la supervivencia del más apto”. Una estructura
más funcional al medio logra transmitir sus cualidades genéticas a la especie a
través de su progenie. El cambio no es una respuesta a un fin, sino a una
fuerza que se manifiesta en el medio ambiente.
Sin embargo, cuando la acción es intencional, como en el
único caso conocido que es la acción racional del ser humano, la estructura que
crea sigue a la función que es capaz de concebir previamente como finalidad.
Por ejemplo, el ser humano construye intencionalmente (y no instintivamente)
una casa con el propósito de habitarla; concibiendo primero la función que debe
cumplir el artefacto, (en este caso satisfacer la necesidad de cobijo), diseña,
proyecta y planifica una estructura que cumpla con la función demandada.
Posteriormente ajusta su acción a esa finalidad, construyendo el artefacto
casa.
Análogamente, a Dios se le supone una intención cuando creó
el universo. De ahí que sea explicable la creencia de ciertos grupos de fieles
en la causa final para el cambio y la evolución en el universo. El problema es
que a través de la filosofía o la ciencia nosotros no tenemos acceso al
conocimiento de la intencionalidad divina, como sí lo tenemos para explicar el
cambio y la evolución sin recurrir a causas finales.
Aun cuando la comprensión del cambio y su determinismo nos
posibilita adecuar nuestra acción con efectividad para alcanzar los fines que
nos proponemos, liberándonos de la dependencia de mitos que hablan del destino
y el futuro gobernado por potencias sobrenaturales, no poseemos la seguridad
absoluta del acontecer futuro. La razón es que el determinismo de la
causalidad, en la perspectiva del tiempo, existe, metafóricamente hablando, en
una sola dirección: hacia el pasado, hacia la causa. Todo efecto tiene una
causa, y la segunda ley de la termodinámica nos enseña que los acontecimientos
son irreversibles. A pesar de que la historia es una sucesión de acontecimientos
relacionados causal y secuencialmente, no es determinista, sino en sentido
regresivo, puesto que no existe conocimiento necesario de los efectos a partir
de las causas, pero sí de las causas a partir de los efectos. En el
conocimiento de la historia es posible trazar el camino hacia las causas y
llegar a comprender el acontecimiento, explicándonos de este modo lo ocurrido.
Pero frecuentemente erramos cuando predecimos el futuro. Ni el más eximio
arquero puede asegurar que su flecha dará precisamente en el blanco. Esto
ocurre por dos razones complementarias.
En primer término, la causalidad en la historia es de hechos
individuales cuánticos y es, por lo tanto, indeterminada. El determinismo de la
complementariedad de la estructura y la fuerza, que explica “cómo” una fuerza
específica actúa sobre una estructura específica, no logra, como ya señaló
Werner Heisenberg (1901-1976), indicarnos “cuándo” ni “dónde” una fuerza de
hecho actuará en el nivel estrictamente individual. En este sentido, existe un
indeterminismo en la relación de la causalidad. Los sucesos individuales
ocurren por azar. No obstante, en una escala superior la cantidad de sucesos es
englobada por la estadística; y cuanto mayor sea la cantidad de sucesos
contabilizados, mayor será el grado de certidumbre y de predictibilidad de la
ocurrencia de un fenómeno en la escala superior. Sin embargo, puesto que los
acontecimientos históricos son en general muy particulares a causa de las
innumerables condiciones que los determinan y, sobre todo, por la acción libre
e indeterminada de los actores humanos, no es posible situarse en una escala
superior que permita predecir el acontecer por inferencia estadística. No
obstante, ello no es obstáculo para que podamos aprender de los acontecimientos
del pasado para comprender el presente y especular sobre el futuro.
En segundo lugar, aun cuando se pueda conocer el origen de
un acontecimiento, no es posible predecir el futuro de una acción, al menos a
escala cuántica, porque en todo proceso actúa la segunda ley de la
termodinámica. El exacto estado de entropía es imposible de establecer para un
tiempo futuro a causa de lo aleatorio del devenir. Podemos predecir que el
contenido de un río desembocará en el mar, pero no podemos predecir qué
ocurrirá con alguna molécula de agua individual que ubiquemos en su curso. Esta
puede muy bien evaporarse, infiltrarse en el lecho, ser absorbida por algún
arbusto de la orilla, bebida por un pez o llegar después de todo al mar.
Podríamos ciertamente calcular la probabilidad de lo que le puede ocurrir a
dicha molécula de agua si conociéramos bien el comportamiento del agua del río
en cuanto al caudal que porta en el punto de medida, a los que afluyen y
efluyen en los distintos puntos del curso, a la pérdida de caudal en el curso,
y al caudal que llega final y efectivamente al mar.
En un orden relacionado de cosas, conviene añadir que la
historia es relevante en la medida que exista estructuración, como la creación
de una nueva forma de estructura política, y también que exista
desestructuración, como una derrota bélica. La repetición interminable de
sucesos homogéneos de estructuración y desestructuración dentro de una misma
escala llega a ser irrelevante, aunque ciertamente histórico en cuanto a
cronología, ocupando muchas veces los titulares de periódicos. Pero estos
titulares podrían incluso transcender el tiempo y ser leídos significativamente
en cualquier tiempo, tan irrelevante es lo que tendrían que decir. De esta
manera, podríamos decir que un pueblo carece de historia cuando los únicos
sucesos son las interminables acciones repetitivas de subsistencia, pero que
nada nuevo logran estructurar. En general, la historia se interesa más bien por
los acontecimientos que han originado cambios significativos que repercuten en
el acontecer, deshomogeneizándolos.
Funcionalidad fundamental
Toda la extraordinaria maravilla y complejidad del universo
parte de la especial funcionalidad de algunos contados tipos de partículas
fundamentales, como significando en su intrínseca simplicidad la majestuosidad
de su Creador. Sin esta ciega e inequívoca funcionalidad, la estructuración de
la materia por la acción de la fuerza hubiera sido imposible. Incluso, si
hubiera sido posible, una funcionalidad distinta de las partículas fundamentales
hubiera generado un universo que no sólo nos sería imposible de imaginar, sino
que simplemente en éste no habríamos existido para poder imaginarlo. Por lo
tanto, nuestro universo es, en lo que nos concierne al menos como especie
biológica, el mejor posible, siendo nosotros el puro efecto de la funcionalidad
de las cosas. En este respecto, nosotros somos la especie biológica más exitosa
que subsiste en la actualidad, al menos en el planeta Tierra.
Lo más extraordinario del universo no es tanto que los
bloques más básicos con los que todas sus cosas han sido construidas sean las
partículas fundamentales, ni que estas partículas tan simples estén en la
constitución de cosas tan complejas, sino que estas partículas fundamentales
sean tan específicamente funcionales que a partir de ellas todas las cosas del
universo que han existido, que existen y que existirán hayan podido ser
estructuradas. El plan maestro de la diversidad y de la evolución del universo
entero se basa en la funcionalidad simple y específica de las partículas
fundamentales, las que se encuentran sosteniendo la estructuración de la
materia en sus sucesivas escalas de estructuración, pasando por partículas
subatómicas, átomos, moléculas, hasta llegar a los complejos organismos vivientes,
algunos de los cuales tienen incluso cerebros capaces de pensamiento abstracto
y racional que permiten además la constitución de las complejas sociedades
humanas. La materia, en el transcurso del tiempo, con el enfriamiento del
universo, se ha ido diferenciando y estructurando en formas cada vez más
complejas y funcionales, aunque su composición contenga el mismo tipo y
variedad de partículas fundamentales simples que por su particular
funcionalidad sufren determinadas combinaciones para conformar toda la
diversidad del universo. La simplicidad original contuvo en su origen las
infinitas posibilidades de estructuras y organizaciones estructurales que han
surgido hasta ahora, que surgirán en el futuro y que pudieron haber surgido.
Aquello que Leucipo y Demócrito omitieron en su teoría
atomista fue que tales átomos no son pasivos, según se desprende de sus
postuladas características como entes eternos, indestructibles e inmutables,
sino, por el contrario, son extraordinariamente funcionales. Fue correcto suponer
que si uno divide la materia progresivamente se llega a un punto en que ya no
es posible seguir dividiéndola sin que esa muy pequeña partícula resultante
pierda las propiedades mantenidas en común con el resto de dicha materia; pero
entonces lo relevante resulta ser no precisamente la magnitud de la partícula,
sino sus propiedades, aquello que la hace funcional.
Por otra parte, las partículas fundamentales no pueden ser
de ninguna manera consideradas como aquellas “mónadas” de Gottfried Leibniz
(1646-1716), o “átomos formales”, como las llamó también, pues éstas son
definidas como puntos inextensos, absolutamente simples, imperecibles,
incausados, espontáneamente activos y, recogiendo el prejuicio cartesiano de
separar las cosas entre extensiones y pensamientos, son también anímicos, a
pesar de ser considerados verdaderas fuerzas funcionales. Las mónadas no son
más que una abstracción de la mente de este filósofo sin base alguna en la
realidad, pero demandada para dar una explicación por esta dimensión de las
cosas cuando la ciencia nada sabía aún de lo muy pequeño, excepto por los
primeros titubeos de Antonio van Leeuwenhoek (1632-1723) y sus primitivos
microscopios.
Progreso y teleología
En los dos siglos recién pasados la idea de progreso ingresó
en la cultura occidental cuando se adquirió conciencia histórica del evidente
desarrollo en el largo plazo que experimenta la naturaleza a la luz de la
ciencia moderna y en el mediano plazo que sobrelleva la misma civilización
occidental a causa de la tecnología. Pero el concepto se ideologizó.
Posteriormente, el jesuita y paleoantropólogo Pierre Teilhard de Chardin
(1881-1955) acuñó la palabra “complejificación” para referirse a la evolución
progresiva que él observaba en la evolución de la especie homo y, por analogía,
en toda la naturaleza. Para él la evolución no sólo es biológica, sino que
también es de la materia, y obedece a un movimiento teleológico cuya dirección
culmina en la conciencia y su mayor adquisición cualitativa.
Ciertamente, esta última conclusión tiene un carácter
filosófico. No puede ser científica, pues es refractaria a la verificación
empírica. De este modo, si nos remitiéramos sólo a la ciencia para explicar la
naturaleza del universo, nuestro avance sería bastante acotado, aunque esta
rama del saber adhiere de manera entusiasta a la afirmación que en el universo
ha existido efectivamente progreso desde su inicio. Basta remitirnos a la
historia de nuestro planeta Tierra para constatar la evidente progresión, en
especial biológica.
La explicación entregada en este ensayo es que estructuras
de cualquier escala han requerido la estructuración previa de las estructuras
de escalas menores que la constituyen, como sus subestructuras, y así
sucesivamente hasta llegar retrospectivamente a las estructuras primeras en la
escala más ínfima, que son las partículas fundamentales. Por su parte, las
estructuras de escalas superiores son posteriores y más multifuncionales que
las estructuras de escalas inferiores, pues no sólo poseen las funciones o
capacidades de las estructuras que contiene, sino que también las funciones
propias.
También es posible deducir, como lo hace Teilhard de
Chardin, que en la evolución progresiva de las cosas existe finalidad. Este
ensayo lo explica diciendo que por una parte, siendo la acción de la fuerza
determinista en razón de la funcionalidad específica de cada cosa, una cosa
interactúa con otra de manera perfectamente previsible y determinista. Por la
otra, siendo que las cosas de una misma escala pueden interactuar entre sí,
llegan a conformar una estructura subsistente de una escala nueva y superior, y
esta nueva estructura posee una función propia que es original y más compleja.
Así, pues, de las posibles formas imaginables que la materia
puede tomar, son posibles únicamente aquellas que son funcionales, e incluso
son más favorecidas aquellas que resultan ser aún más funcionales que el resto.
En consecuencia, la funcionalidad permite, en primer lugar, que exista
estructuración y, en segundo lugar, que la estructuración avance en el sentido
de una mayor funcionalidad, concepto que se presenta secundariamente como
complejidad, o complejificación.
Es manifiesto que la explicación de la creciente
estructuración de la materia necesita de un mecanismo de orden teleológico, es
decir, educido por una finalidad, pues es impensable que sea el puro azar la
causa de la complejificación de la materia. Y este mecanismo presupone una
especie de ortogénesis, esto es, una evolución lineal entre un origen simple y
un fin complejo. Adicionalmente, tal complejificación presupondría un propósito
en ambos extremos: al inicio, la causa eficiente de la creación; al término,
una causa final intencional. Esta es precisamente la visión del jesuita
Teilhard de Chardin, quien simboliza ambos extremos con el Alfa y el Omega
respectivamente.
Sin tomar en cuenta la enseñanza de Aristóteles de que la
causa de todas las causas es la causa final, es decir, que todo cambio se
efectúa por un propósito preexistente al cambio, el problema de la visión
teilhardiana es que, aunque el conocimiento de la materia nos indica una
evidente estructuración en el tiempo y una posible finalidad radicada en su
origen y en su estructura fundamental, que incluso podría ser una mayor
conciencia, la ciencia moderna no está en condiciones para presuponer,
objetivamente hablando, ninguna intencionalidad, ni menos para conocerla. Se
podría decir que la visión de teilhardiana en este aspecto no es científica,
sino que teológica.
Es posible sólo percibir azar en el tránsito entre un punto
original y un punto de destino o, más precisamente, entre una causa y su
efecto. Incluso pertenece al azar que ese destino sea más complejo que su
origen. Ello es perfectamente comprensible y es lo que se observa en la
naturaleza. Así, en la perspectiva de la ciencia empírica el advenimiento del
ser humano ha sido producto del más extraordinario azar. Sin embargo, en esta
misma perspectiva, en dos instancias cabe la necesidad. Por una parte toda
relación de causa-efecto está sujeta a las leyes naturales y este cambio ocurre
necesariamente según dichas leyes. En otras palabras, esta necesidad está
contenida en la energía primigenia del big bang, la que fue dotada de un
estricto código que llamamos leyes naturales. En una segunda instancia la
necesidad aparece en una escala superior cuando se refiere a sus unidades
discretas. El azar que ocurre en la escala de las unidades discretas se torna
en necesidad en la escala de la estructura y pasa a ser un asunto estadístico.
Por lo tanto, la filosofía de la complementariedad
estructura-fuerza puede concluir que la complejificación no necesita de una
aristotélica causa final si suponemos que la materia surgió con una capacidad
intrínseca desde el big bang para organizarse en estructuras funcionales cada
vez más complejas, que la causa de todas las causas es la energía primigenia y
que en el mismo acto del big bang hubo una finalidad que se imprimió a la
materia primigenia.
Esta idea es distinta de la del deísmo, que concibe un
universo como una máquina que funciona por sí misma, sin la intervención de su
fabricante, en la imagen del relojero, que fabrica un reloj, le da cuerda y lo
deja funcionando por sí mismo. Es distinta, pues un reloj, o una máquina, no
sólo no evoluciona progresivamente hacia un fin, sino que su funcionamiento
está tan determinado a ser un reloj que no tiene posibilidades de modificarse
en algo distinto. Desde su inicio el universo ya contuvo un rumbo prefijado, el
que nos puede parecer ser azaroso, y los naturalistas sólo constatan el
mecanismo de relojería sin ser capaces de admitir su ortogénesis. También la
idea de la complementariedad estructura-fuerza es distinta del concepto “máquina autopoiética”, de
Humberto Maturana R. (1928-) y Francisco Varela G. (1946-2001), que significa
producirse a sí mismo y que define específicamente un organismo biológico.
Así, pues, la estructuración de la materia sigue un curso
que es ortogénico y en cierto sentido determinista. Pero como vimos más arriba,
no es educida por una causa final, sino que es producto de la especialísima
funcionalidad de las partículas fundamentales, ladrillos básicos de todas las
estructuras y fundamento de las estructuras más inimaginables, en combinación
con el indeterminismo fundamental de la materia. Tampoco las partículas
fundamentales son semejantes a la materia prima aristotélica, que requiere tan
solo ser informada para llegar a existir. Lejos de tal concepción, la materia
no requiere forma y su potencialidad proviene exclusivamente de la funcionalidad
de las estructuras que se llegan a organizar.
Es moda en la actualidad extrapolar el mecanismo de la
evolución biológica a las otras escalas en el cambio que se observa en el
universo. Sin embargo, tal extrapolación no es legítima. La evolución biológica
ocurre en la estructura ‘ecosistemas’ y sus dos unidades discretas son el
ambiente y las especies biológicas o biocenosis. Mientras el ambiente no cesa
de cambiar, ya sea suave o bruscamente, una especie biológica se ve obligada a
adaptarse para no sucumbir y a apoderarse de algún nicho ecológico, y lo hace
paulatinamente, según el ‘accidente’ de la mutación genética. Cada estructura
‘especie biológica’ se compone de unidades discretas que son los organismos
biológicos que son capaces de interactuar sexualmente para reproducirse y
transmitir a su descendencia sus propios caracteres. Así, los descendientes
contienen una mezcla de caracteres de ambos progenitores. Existen caracteres
favorables, desfavorables y neutros para la supervivencia individual en un medio
dado, y la profusión de caracteres se debe a las esporádicas mutaciones que
ocurren accidentalmente en la replicación del código genético. Aquellos
caracteres que son más favorables terminan por ser incorporados al banco
genético de la especie, posibilitando que sus unidades puedan sobrevivir y
reproducirse mejor, y la especie obtener mayores probabilidades para
prolongarse en el tiempo y el espacio.
Inteligencia
Sería tal vez demasiado antropocéntrico suponer que el
universo fue creado de modo que evolucionaría necesariamente hasta fructificar
en el ser humano, considerado por éste mismo su máxima expresión y única
cúspide. Lo que sí podemos establecer es que la estructuración de la materia
sigue la ruta de la funcionalidad, y que, hasta donde llega nuestro
conocimiento del universo, en el aquí y ahora de la historia del sistema solar
los seres humanos somos las estructuras existentes más funcionales. La
conclusión que se puede derivar es que la estructuración de la materia
perseguirá necesariamente la mayor funcionalidad posible, pero como la
estructuración sigue caminos aleatorios e indeterminados, en estos milenios de
historia y en esta región del universo los seres humanos pretendemos ser la
máxima expresión de la estructuración de la materia. Probablemente, en otros
lugares y épocas otras criaturas ocuparon u ocuparán el puesto, tan elevado o
mucho más, que nosotros estamos ocupando transitoriamente, mientras dure
nuestra especie.
Si el ser humano, tal cual es, ha llegado a existir, es
porque se ha dado una extraordinaria cantidad de condiciones favorables que
hacen absolutamente improbable que puedan ser repetidas en otra parte y en otro
tiempo del universo para producir seres humanos como nosotros. Pero por otra
parte, probablemente, en algún otro lugar del universo se podría estar
estructurando, si acaso no ha ocurrido aún, otra serie de organismos vivientes
más extraordinarios y, supiera alguien, con qué brillantes inteligencias, pues
nada hay en la materia que impida tal posibilidad.
El punto es que el ser humano podría perfectamente
desaparecer de la faz de la
Tierra , y el universo seguir su marcha sin verse afectado
para nada por ello. En cambio, si así no fuera, las majestuosas y antiquísimas
galaxias, por ejemplo, no tendrían otro propósito que la de ser observadas por
algún astrónomo humano ocasional, aunque lo que realmente se esté observando
son las gigantescas fuerzas desplegadas para seguir estructurando el universo
en escalas progresivas y cada vez más complejas. Desde luego, ello no ocurre de
esa forma en una perspectiva filosófica, pues, en la dicotomía sujeto-objeto,
el objeto es naturalmente anterior y preexiste al sujeto observador. Tampoco se
puede suponer que Dios, a la manera de un ególatra, creó a los seres humanos
para que lo alabaran cuando contemplaran la maravilla de su creación. En
realidad, la inmensa mayoría de éstos están más ocupados en ellos mismos,
dirigiéndose a Dios sólo para pedirle ayuda cuando las cosas les van muy mal.
En conclusión, se puede establecer que la razón de ser de un universo que no
necesita de testigos para testimoniar su grandeza es precisamente la
estructuración que puede llegar hasta la conciencia más profunda.
Tal es el punto de vista permitido a nuestra razón en su
necesidad de objetividad. No puede aceptar aquello que no obedece a una
relación de causa-efecto como base objetiva para una proposición científica. No
obstante, no puede dejar de impresionarnos y causarnos la más profunda
admiración el hecho de que la estructuración máxima jamás alcanzada por la
materia, al menos hasta donde llega el conocimiento científico, y haciendo
abstracción de aquellos magníficos hombrecitos verdes y sus platillos
voladores, esté ocurriendo justamente en un lugar del espacio y en un momento
del tiempo absolutamente únicos y exclusivos: la biosfera del planeta Tierra,
aquella zona de unos 6 a
12 kilómetros
de espesor que rodea su superficie sólida, desde hace unas cuantas decenas de
miles de años. Es tan improbable que semejantes condiciones tan particulares se
encuentren en algún otro tiempo y lugar del vasto universo que la vida
inteligente, como la conocemos, materializada en homo sapiens es virtualmente
una singularidad, sin olvidar que la vida y la inteligencia son justamente
resultados de la capacidad de la materia para estructurarse.
La vida humana depende de requisitos tan únicos como, por
ejemplo, la existencia de agua líquida, una temperatura relativamente estable
de 15° C de promedio, una presión de 1 atmósfera, el suministro de energía de
unos 5 kWh/m² día del Sol, la forma absolutamente aleatoria y azarosa de cómo
ha evolucionado la vida en sus 3.500 millones de años de existencia y de una
infinidad de condiciones más. Así, si la materia ha llegado a estructurase en
vida inteligente como la conocemos, se ha debido a condiciones virtualmente
irrepetibles.
Podemos establecer en este sentido que si la materia ha
llegado a estructurarse como inteligencia en el planeta Tierra, de ninguna
manera se puede deducir que ésta sea la manera determinista en que
necesariamente evoluciona su estructuración. Esto es imponer un modo muy
antropométrico a las posibilidades de la estructuración. Además, a pesar de que
la materia tiene la potencialidad para estructurarse en cosas tan complejas y
funcionales como los seres humanos, ello ha sido posible a causa de la larga
historia particular de la formación de nuestra Tierra y de la aleatoria y
azarosa evolución biológica ocurrida allí, y no a un determinismo intrínseco en
las partículas fundamentales. Esta ilusoria idea surge naturalmente de observar
el determinismo en las escalas más simples de las partículas, átomos y
moléculas que se dan en todo el universo, pero cuando se aumenta la escala, la
ocurrencia en el tiempo y en el espacio para la estructuración va disminuyendo
al tiempo que aumentan las posibilidades de estructuraciones distintas.
Potencial estructurador
El que la estructuración de la materia obedezca o bien al
azar o bien a la intencionalidad divina es un problema que no está en nuestra
capacidad de explicación racional. Aquello que sí es propio de una explicación
racional es la posibilidad de que la materia haya llegado a estructurarse en la
forma de un homo sapiens a partir de quarks y electrones. Lo que escapa a una
explicación científica es que tal estructuración sea teleológica, por la
sencilla razón de que no tenemos evidencias experimentales y, por tanto, a
posteriori de tal posibilidad. Si la ciencia no puede procurar una explicación
para el sentido que ha seguido la estructuración de la materia, cualquier
acusación de deísmo es inoficiosa. Ocurre que mientras la causa ‘eficiente’,
que es la que podemos conocer experimentalmente, actúa de un modo determinado
en un medio indeterminado, la causa ‘final’, que no podemos conocer, actuaría
según el determinismo divino. En consecuencia, a pesar de que estamos
capacitados para afirmar que la capacidad que posee la materia para
estructurarse provino desde su creación, en el origen mismo del universo, de
ninguna manera estamos en condiciones para negar que la particular
estructuración que la materia ha tenido ha sido educida por una causa final,
necesariamente de origen divino, pues la materia nada tiene en sí misma que la
obligue a estructurarse en un determinado sentido, según su principio de indeterminación
fundamental.
Independientemente de lo que se pueda creer acerca de la
intención del Creador, la capacidad que posee la materia para estructurarse en
infinitas formas proviene del hecho de que toda estructura es esencialmente
funcional, esto es, es capaz de dirigir y controlar la fantástica prodigalidad
de la fuerza de modos muy determinados que permiten, sino siempre, la
subsistencia de estructuras, al menos su resurgencia en una cadena continua
entre lo simple y lo complejo, y desde la escala subnuclear hasta la escala
supergaláctica. Desde el punto de vista de la estructura, ésta posee
finalidades, propósitos u objetivos que le son enteramente particulares. En
este sentido, función y finalidad son equivalentes. El tránsito evolutivo que
va desde la fuerza pura hasta la estructura más compleja se ha realizado, en el
curso del tiempo, desde el instante de la creación hasta la actualidad, a
través de dos procesos distintos: el uno, dentro de una misma escala y el otro,
saltando de una escala a otra superior. En ambos, el producto surge a partir de
cosas ya existentes, conteniéndolas.
En primer término, existe el tránsito evolutivo dentro de
una misma escala. No se trata de una simple agregación de unidades homogéneas
que no logran generar estructuras más complejas, ni funcionalidades
cualitativamente distintas, como sería el caso de aumentar una mayor cantidad
de agua en un recipiente. El proceso evolutivo dentro de una misma escala
consiste en una agregación de unidades discretas funcionales que producen no
sólo estructuras más complejas o más grandes, sino en funcionalidades
distintas, como, por ejemplo, el sistema periódico. Dentro de este sistema se
encuentra desde el hidrógeno, el átomo funcional más simple de todos, hasta los
transuránidos, átomos que no sólo contienen mayor cantidad de unidades
subatómicas, sino estructuras internas más complejas y mayor cantidad de capas
electrónicas. Y probablemente sea el carbono el átomo más funcional de todos
los de la tabla periódica, aunque sea de los más simples. En el tiempo el
tránsito va desde lo más simple a lo más complejo, y lo más complejo supone ya
que lo más simple existe o ha existido. En nuestro ejemplo, antes de que se
estructuraran los transuránidos, se estructuró el hidrógeno. Las unidades discretas
que estructuran un átomo (neutrones, protones y electrones) son bastante más
funcionales para estructurar el hidrógeno que, digamos, el radio. Además, a
partir del hidrógeno estructurado fue posible estructurar el helio, el litio,
el berilio y así sucesivamente, en un proceso de fusión atómica.
En segundo lugar, la evolución se da de una escala a otra
mayor. Este paso evolutivo se verifica mediante síntesis evolutivas de
estructuras de escalas inferiores, produciendo estructuras que contienen, como
unidades discretas, estructuras de la escala inferior. Este hecho genera tanto
mayor complejificación como funcionalidades radicalmente nuevas. El producto
generado no sólo contiene la funcionalidad de las unidades que lo estructuran,
sino que también posee la nueva función adquirida por la nueva estructuración.
Por ejemplo, un átomo de hidrógeno es menos complejo que una molécula de agua,
puesto que ésta lo contiene como subestructura y posee una funcionalidad de
otro orden de la que es dable esperar de los elementos de la tabla periódica.
Las estructuras de escalas superiores que han emergido en el curso de la
historia suponen la preexistencia de estructuras de escalas inferiores. En el
ejemplo, es suficiente que los átomos de hidrógeno y de oxígeno se hayan
estructurado previamente para que la molécula de agua tenga, a su vez, la
posibilidad de estructurarse.
Del mismo modo que el mecanismo de la evolución es claro
para explicar la transformación de las especies biológicas, para otras escalas
estructurales es posible también descubrir sus propios mecanismos evolutivos.
Aunque frecuentemente no nos sean enteramente claros, y aunque muchas veces nos
sean aún completamente desconocidos, podemos suponer que cada escala tiene sus
propios mecanismos para dar cuenta de sus posibilidades en la variedad y
amplitud estructural. Así, tal como existen mecanismos para la evolución
biológica, también existirían mecanismos particulares para la evolución dentro
de escalas tales como los elementos de la tabla periódica, las moléculas de la
química orgánica, los regímenes políticos de la sociedad humana o el diseño de
muebles. En todos estos casos y de todos aquellos que podamos pensar, las
estructuras evolucionan dentro de una misma escala, adquiriendo diversos grados
de funcionalidad, y, al ser así más funcionales, es posible pasar a la
siguiente escala.
La materia se estructura en el tránsito de una escala a la
otra inmediatamente superior. Los mecanismos de esta integración y síntesis de
elementos distintos pertenecientes a una escala inferior son diferentes de los
mecanismos evolutivos propios que existen dentro de una misma escala. Un
mecanismo de tipo dialéctico es insuficiente para explicar el cambio evolutivo.
El paso de la rueda al automóvil no es de ninguna manera evidente, pero la
estructuración de un automóvil presupuso la existencia de la rueda. Los
mecanismos que posibilitan el tránsito de una escala inferior a otra superior
tienen en común la capacidad funcional que poseen las unidades subestructurales
que llegan a componer la estructura mayor en cuestión para combinarse y
constituirla, y de la funcionalidad de la nueva estructura así conformada. El
automóvil fue posible cuando surgió el motor, entre sus otras unidades
discretas esenciales, como, transmisión, dirección, frenos, etc.
La estructuración de la materia tiene una dirección muy
determinada, la que, como vimos, es hacia la complejidad y la
multifuncionalidad. Aunque intervienen en la estructuración de todas las cosas
y contienen en sí mismas toda la potencialidad de estructuración que la materia
puede alcanzar, las estructuras más simples de todas son las partículas
fundamentales. Para que estas partículas se hayan podido estructurar, a muy
poco del comienzo del universo, se requirió de tan enormes cantidades de
energía que habría que construir un acelerador de partículas verdaderamente
gigante para poder desintegrar o destructurar una de éstas. Saltando una o dos
escalas de estructuración, la construcción de nucleones a partir de quarks
significó consumir cantidades bastante menores de energía. Pero mucho menos es
la cantidad de energía requerida para estructurar átomos. Es la cantidad que
consumen las estrellas que iluminan la noche y que son las fábricas de los
átomos. Las asombrosas explosiones de bombas termonucleares equivalen sólo
chispazos instantáneos y localizados del proceso continuo que una estrella
lleva a cabo en su vida de miles de millones de años. En el otro extremo de la
escala del consumo energético, sin alterar su estructura atómica, los seres
humanos hemos aprendido que para aislar y derretir metales se requiere de
hornos de elevadas temperaturas, y que para transformarlos, las máquinas deben
ser potentes para nuestras capacidades. Aún menos energía se necesita para
estructurar moléculas, las que son mucho más complejas y funcionales que los
átomos. De hecho, en nuestra fría Tierra, donde comparten su existencia
innumerables tipos de estructuras de todo orden, la energía indispensable es
bastante débil, y para efectuar una obra de arte, las sutilezas de la mente que
la concibe surgen de consumir cantidades nimias de energía. Así, pues, la
dirección hacia la complejidad y la multifuncionalidad va requiriendo cada vez
de menos energía.
El tiempo del universo no transcurre entre un big bang y
agujeros negros, o entre la generación de la materia y su total absorción al
final de los tiempos. Este tiempo transcurre entre las estructuras
fundamentales que requirieron infinita energía y estructuras de escalas
progresivas de complejidad que demandan cada vez de menos energía para ser cada
vez más funcionales. Y la energía demandada es provista por la energía infinita
que originó el universo, que se transformó en materia en expansión y que va
siendo cedida en el curso de esta expansión.
Cuando una estructura de escala superior llega a emerger y
ser funcional, se materializa lo que era pura posibilidad y se hace presente
para la posteridad lo que hasta ese momento no existía. Si la estructura de la
escala superior es posible, es debido a la funcionalidad de las unidades
subestructurales que la integran y, en último término, a la extraordinaria
funcionalidad de aquellas unidades más primarias: las partículas fundamentales.
Si el universo está constituido en último término por estas partículas fundamentales,
está a su vez determinado en sus posibilidades por la funcionalidad de tales
partículas. Aunque sus posibilidades de estructuración son ilimitadas en cuanto
a formas, están por otra parte determinadas en cuanto a escalas y modos de
relaciones causales. Y es probable, a riesgo de parecer antropocéntrico, que la
escala de mayor estructuración posible sea el ser humano inteligente.
Santiago de Chile
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NOTAS:
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